Mi vocación docente, terca dentro de instituciones que me crean altos conflictos de conciencia (nadie ose llamarlos incoherencia o interés) me permite ver a mis alupnes disfrazades de Don Quijote, la sobrina, la ama, el cura y el barbero representando la quema de libros del capítulo 6 de la novela de Cervantes. Los libros quemados simbólicamente era los leídos con otra profe el año pasado; en las tapas tenían pegados carteles con los títulos (impronunciables según alguien) de los volúmenes del hidalgo,
Mi feminismo chueco y malformado (nadie lo llame sumiso al heteropatriarcado) me permite andar a los besos con un hombre con el que mantengo lazos legales, formales y de los otros, por costumbre, por nostalgia, por alegría no más.
Mi cerebrito agujereado pero permeable me permite enseñar francés, cantar en portugués, estudiar alemán y tomar mate en guaraní aunque me hirva la cabeza del esjuerzo chei.
Mi identificación indisoluble entre poema y placer (nadie lo llame alcoholismo o adicción) me impide ir a reuniones de té (El té común es para los enfermos, el de yuyiitos y flores está bueno solamente en la cama) aunque se lea poesía.
Mi sincretismo vestimentil (nadie ose llamarlo ridiculez) me permite ir a El Gallo Rojo a comer locro para festejar la inauguración de la radio comunitaria, vestida con los chupines de jeans con cierre con zapatillitas jujeñas de aguayo, polera animal-print gris y poncho de telar lila y violeta. Accesorios igualmente sincréticos: morral de aguayo pero de boliferia, anteojos transishion, cadena con chacana al cuello, piedras varias en dedos y muñecas.
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