Me emociona mucho que mi hijo mayor tenga mujer e hija adoptiva, que me mande mensajitos cuando se trenza con el jefe, que pase a pedirme dos pizeras prestadas, que me preste la caja de herramientas, que me mande a las chicas cuando el sale con los amigos para que no se queden solas.
Me encanta que tengan su propia casa y que no estén a más de cuatro cuadras: la combinación perfecta de cercanía e independencia.
Yo que, desde que lo parí, dije que educando a mis hijos varones trabajaba para la felicidad de mis nueritas, que los nenes planchan, limpian, comen solos, saben lo que es una mina que labura y desea por su cuenta, ahora puedo reclamarle a la flamante señora Olivera que me mandarme los canelones hechos por ella que me prometió el fin de semana.
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