Pablo De Santis
"Soy un escritor vinculado al pasado" 06:34 |
En "Los anticuarios", su última novela, el autor relaciona a los libreros con los vampiros, en una historia que combina policial
y fantástico en la Buenos Aires de mediados del siglo XX.
Que los vampiros se hayan puesto de moda, a Pablo De Santis sólo le produce una leve sonrisa. Gesto suficiente para pasar de largo cualquier acusación por haberse sumado a la "canción del verano" con su reciente libro, Los anticuarios. Una historia de intriga y amor en la que el narrador es un periodista devenido, casualmente, en un ser inmortal condenado a libar cuellos y adoptado por una comunidad secreta de libreros que aprendieron a controlar su sed de sangre, quienes a su vez son perseguidos por un médico que pretende emular a Van Helsing.
Si quisiera defenderse, De Santis podría decir que el libro, o al menos el germen de él, reposó durante una década en un cajón junto con otras novelas que por algún motivo fueron enviadas al lado oscuro. También podría definirse como un hombre de otro tiempo, netamente clásico, alguien que a la hora de escribir –historietas, literatura para adolescentes o novelas– necesita prescindir de lo nuevo, de lo último, de la tiranía de las tendencias. "Me gusta que en mis historias haya distancia con respecto al presente", dice mientras vuelca el agua hirviendo en una pequeña tetera y desde el living se cuela la música de Mozart.
De ahí que en Los anticuarios, ambientada en una Buenos Aires de mediados del siglo XX, entre el segundo peronismo y el golpe del 55, cobren protagonismo cosas que ya no existen –las máquinas de escribir, las cartas–, y que el disparador haya sido una postal detenida en el tiempo: el paso de De Santis por Radiolandia, una de las tantas revistas de la desaparecida editorial Abril. "Toda la primera parte del libro, cuando el narrador empieza a trabajar en la redacción, la escribí hace diez años y de algún modo está basada en mi experiencia", cuenta.
Eran los ochenta y De Santis salía todos los días a hacer entrevistas bajo las directivas de Catalina Dlugui. Al volver, con su amigo Fabián Polosecki –con quien luego trabajaría para el programa de televisión "El otro lado"– repetía el mismo ritual: escuchar las historias de Enrique Sdrech, el inolvidable periodista de policiales. "Era un tipo genial. Se la pasaba contando cosas al punto de que nuestro trabajo no empezaba hasta tanto él no se iba", recuerda.
-¿Alguna vez usó esas historias para sus novelas policiales?
-Escribí un cuento sobre él que va a salir en una antología de la Conabip. Pero en Radiolandia Sdrech no hacía policiales sino que se ocupaba del esoterismo: lo venían a ver parapsicólogos y ocultistas que no querían para nada permanecer ocultos, como el famoso profesor Romaniuk, que quería construir una gran pirámide en Buenos Aires.
-En la novela hay un periodista que se ocupa del esoterismo, ¿se inspiró en Sdrech?
-No para el personaje en sí, que es una figura distinta, pero sí en la idea de hacer una sección con todo este tipo de discursos estrafalarios de las ciencias ocultas.
-¿En qué momento este texto se convirtió en una novela gótica?
-Recuperé lo que tenía escrito hace un par de años y la fui armando: era una novela mucho más larga... incluso en la última reescritura la circunscribí mejor a la historia de amor del narrador con la hija del médico. Más que en la trama, yo siempre pienso en el ambiente, en el mundo narrativo, porque para mí una novela es un espacio simbólico donde el lector se va a meter durante cierto tiempo, y me pareció que lo más fuerte era la historia de amor. Además, ahí estaba la posibilidad de redención del personaje.
-¿Usted cree que hay que redimir a los personajes?
-No soy religioso pero me crié como católico y todavía tengo una visión del mundo con pecado y redención.
-Sin embargo no podría decirse que sea un personaje que genere empatía, al contrario.
-Creo que es el único narrador de un libro mío que crea un rechazo. En otras novelas siento que por más que los personajes hagan cosas malas, no son tan malas. Pero en esta quería hacer algo distinto, quería que el protagonista fuera alguien que, llevado por las circunstancias, se convierte en un ser maligno. Pienso en protagonistas de otras novelas que también son malos, como los villanos de 1280 almas o El asesino dentro de mí, de Jim Thompson.
-¿Es difícil construir ese tipo de narradores?
-Sí, es bastante difícil la construcción de un personaje distante de uno. Creo que en mi novela, de todos modos, el personaje no es el peor. Es más bien una historia de dos fuerzas malas que combaten y él está en el medio. Igual es interesante ver cómo al leer, por ejemplo, algunas biografías de los malos de la historia, el lector empieza a ver el mundo desde el punto de vista de ese personaje, aunque sea Hitler.
-¿Por qué vincula a los libreros con el vampirismo?
-Siempre me gustaron las novelas de vampiros como Soy Leyenda, de Richard Matheson, Carmilla, de Sheridan Le Fanu o La hora del vampiro, de Stephen King. Y me imagino a los vampiros como personas que, al vivir muchos años, tienen un apego al pasado, como los libreros. Quizás tiene que ver con mi desinterés con todo lo actual, con la tecnología, y que siento que soy un escritor vinculado al pasado.
-Los vampiros suelen tener diversas connotaciones, ¿qué parte de todo lo que simbolizan le interesa?
-Para mí el tema esencial de lo fantástico siempre es el regreso de lo muerto a la vida, y eso está en los vampiros. Y por otra parte, son como un mito que reúne muchos mitos distintos: la sangre, los muertos vivos, la transformación animal... Y de alguna manera a mí, que suelo juntar el policial y lo fantástico, me interesa ver cómo en cada género se articula el tema de la historia secreta: en el policial, esa historia secreta que llevó al crimen se resuelve en el presente, por eso es un género que tiene algo de irónico porque triunfa el presente sobre el pasado. Mientras que en el fantástico no: siempre el pasado sigue manteniendo su fuerza, sigue marcando su dominio sobre el presente, por eso es un género trágico, melancólico.
El lenguaje enigma
-¿Por qué en sus novelas la intriga suele estar vinculada a los libros, a la palabra?
-Me propongo hacer cosas nuevas pero se ve que siempre termino yendo hacia el mismo universo. Temo que cuando uno quiere alejarse demasiado de su zona puede sonar falso. Tengo libros distintos, pero que por alguna razón no les encontré la vuelta, no me cierran.
-¿Y no pensó en armar una saga ahora que está en boga?
-Quiero retomar el personaje de El enigma de París, como para darle otro caso. Va a ser en Buenos Aires de la época, fin del siglo XIX... pero después capaz publico otra cosa y queda entre todo lo que tengo sin publicar.
-¿Cuántos tiene sin publicar?
-Eeeeh, muchos... Yo escribí siempre, desde los doce años quería escribir y nunca lo sentí como una interrupción, ni siquiera un cambio demasiado evidente en mis intereses. Además me gusta leer ahora más o menos las mismas cosas que me gustaba leer a los doce años, ver la misma clase de películas... de chico escribía en cuadernitos y ahora también lo sigo haciendo: primero armo todo mentalmente y después hago el borrador en cuadernos Gloria.
-¿Todo el libro a mano?
-Sí, y después lo paso a computadora. Es una versión que cambia mucho, pero la primera parte necesito que sea a mano. Como Levrero, que terminó experimentando con su letra manuscrita.
-¿Lo conociste a Levrero?
-No. Usted sí...
-Sí, lo conocí a través de Fierro. El hacía una historieta que se llamaba "Los profesionales" y cuando iba a la redacción me regalaba sus libros. Tengo algunos de ediciones bastante raras.
Dice y cruza de la cocina a la biblioteca, en donde cientos de títulos que alguna vez supieron tener un orden, ahora se pechean, apretados. Entre ellos están los incunables del uruguayo Mario Levrero (Un lugar, La ciudad, Caza de conejos, El sótano, Fauna). De Santis los trae en montoncito, los apoya en la mesa y los corona con un sobre que tiene una estampilla de los cascos azules uruguayos en misión de paz en Camboya, timbrada en 1993.
Explica: "Yo le había mandado una carta a Levrero preguntándole cómo estaba en Colonia y él me mandó ésta que, vas a ver, termina con un poema de Kavafis que dice 'has arruinado tu vida en esta ciudad, la has arruinado en cualquier lugar del mundo'. Esa fue su respuesta: demoledora".
El poema, que se llama "La Ciudad", está ahí: tipeado a máquina, como el resto de la carta en la que el autor de El discurso vacío le agradece que le haya escrito, se alegra de que el correo uruguayo sólo pierda el 16 por ciento de la correspondencia, le cuenta que va a trabajar como lector para una editorial, le confiesa que está un poco deprimido y con gracia casi involuntaria, natural, le dice cosas como "es una macana que hayas quemado tu impresora, yo no tengo computadora porque no puedo trabajar en pantalla. Me parece que alguien espía lo que escribo y además me embroma la vista" o "Me gustaría escribir alguna novela juvenil, si mis genes me lo permitieran".
-¿Levrero lo leía?
-Pobre, yo le llevaba mis inéditos. Pero sí, leyó algunas de mis novelas. Antes de que el túnel del tiempo se cierre, la famosa letra manuscrita de Levrero finalmente aparece en la dedicatoria de Caza de conejos, fechada en 1987: "A Pablo de Santis, con la convicción de que será el próximo gran escritor argentino".
¿Una dedicatoria generosa o predictiva?
Pensalo como algo que viene de un escritor formado, que intentó ser sincero en sus buenos deseos, más que en su juicio.
http://www.clarin.com/notas/2010/09/05/_-02207688.htm
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