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SAB 28 de agosto de 2010.
soledades
Fogwill saca la lengua
Por Pedro Mairal
Fogwill poniendo cara de loco. Fogwill fumando. Fogwill comiendo una banana. Fogwill en cueros, haciendo equilibrio en una sola pierna y sosteniendo un bate de baseball. Fogwill tirado en el pasto. Fogwill nadando bajo el agua. Fogwill desnudo secándose... Hay muchas fotos de Fogwill en Internet; seguro él las había visto todas porque, según contó en una entrevista, lo primero que hacía al encender la computadora era buscar su nombre en Google. Era bueno dando entrevistas. Sabía convertir un género automático y promocional en un diálogo lleno de ideas nuevas, insolentes, a contrapelo. Era sorprendente leerlo hablando mal de todos y de sí mismo, se elogiaba y se inmolaba en una misma frase. Uno leía sus respuestas divertido, con cierto morbo, para ver de quién iba a hablar mal esta vez, hasta que de pronto te apuntaba a vos y ya no te reías tanto.
Hace unos años, unas amigas poetas querían investigar sobre el poeta Viel Temperley. Les dije que le escribieran a Fogwill que fue de los pocos escritores que le prestaron atención a Viel en su momento. Fogwill las recibió en su casa y, cuando supo que las había mandado yo, se pasó una hora hablando mal de mí, nunca llegó a hablar de Viel. Para mí Fogwill no era Quique, ni Enrique, ni Rodolfo, no era mi amigo, no lo conocía personalmente. Dos veces lo saludé con un cómo estás y nada más. Nunca crucé ni un párrafo con él. Y sin embargo, mentalmente, muchas veces me peleé con él, discutí, lo mandé al carajo, siempre pensando que algún día íbamos a poder hablar de verdad, sin público. Ahora ese Fogwill mental me ganó la discusión para siempre, y encima se agiganta, se mitifica, me mira con sorna desde la tapa de sus cuentos completos.
Se canceló el Fogwill real y me quedé con el imaginario. Quizá por eso me impactó tanto enterarme de su muerte el sábado pasado. No sólo porque era vecino en esta página del diario, sino también porque estuve ensayando, practicando para hablar con él, invertí mucho tiempo en esos diálogos, quería defenderme y también preguntarle algunas cosas. Me hubiera gustado hablar sobre Runa, un libro extraño donde inventa un pueblo prehistórico, sobre la intimidad del barro de Los Pichiciegos, sobre una descripción sexual que hay en La experiencia sensible, sobre la reescritura de El Aleph en Help a él, sobre un uso de mayúsculas que hace en Los pasajeros del tren de la noche, su mejor cuento. Hay autores que cumplen una función en nuestro imaginario, son como catalizadores de ideas o de programas literarios, son oponentes dialécticos, o controladores de nuestra honestidad. Cada vez que escribo algo políticamente correcto, siento que Fogwill me está mirando mal. Esa mirada se va a quedar en mí. Ojalá el legado de Fogwill nos vuelva menos correctos, más incómodos, menos aburridos, ojalá nos anime a pensar al revés que la corriente y a decirlo, y a volver visibles las opiniones contrarias de la guerra cultural, y a bancarnos, en soledad, que no nos quieran.
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