CRÓNICA ARGENTINA
Por Jorge Carrión
Lo mejor de regresar periódicamente a la Argentina es su generación constante de sorpresas. Dos años es tiempo suficiente, en la versión argentina del tiempo, para una transformación radical de lo real. La primera sorpresa me acomete en cuanto bajo del avión, me cuentan que Maradona probablemente siga al frente de la selección nacional, por cuestiones políticas (cuestiones macro-políticas, se entiende, cuestiones como la manifestación subvencionada que tuvo lugar aquí, en Ezeiza, para recibir al héroe, peronismo kirchnerista en estado puro, porque si se tratara de un asunto micro-político, es decir, de gestionar un equipo de fútbol, habría que repatriar a Bielsa). En el hotel, la televisión nos regala otro fenómeno sorprendente, el debate sobre el matrimonio gay: sucesión de monólogos de calidad variable pero de entidad absolutamente teatral, contrapunteado por las manifestaciones multitudinarias o por ese cartel o afiche que reza por las calles que un nene tiene derecho a un papá y a una mamá. En esas mismas calles, la pobreza se ha vuelto aún más cruda, más pornográfica de lo que era en 2008, como si la crisis, en el estrato más bajo de lo social, se hundiera irremediablemente, terrible en sus sorpresas: veo vagabundos que se besan con frenesí en un colchón mugriento; una familia entera, de cinco miembros, padre, madre, hija, hijo, hija, pidiendo limosna a la puerta de un edificio oficial; una mujer con el rostro abrasado y la voz rota que pide monedas en el tren hacia el Tigre. Ese rostro terrible es recorrido por la inflación, por la escabrosa economía; sus líneas son índices, especulación en bolsa, caída en abismo. Me compro Ñ, el suplemento cultural de Clarín, y veo que ha triplicado su precio en dos años. Esa sorpresa es mínima, en comparación con la orientación política del diario, metamorfosis kafkiana, se ha convertido en el más acérrimo atacante del gobierno. Un gobierno que ha terminado de feminizarse, según la opinión de la señora del asiento trasero, de regreso de La Boca en el autobús o colectivo 152: “Eso ha sido cosa de Cristina”, afirma, cuando vemos la Casa Rosada iluminada, nocturna, por luces rosas. El café es más caro que en París. En la atmósfera flota la sospecha de una nueva crisis, quién sabe cuándo se producirá, pero hay pocas dudas sobre su futura existencia.
Afortunadamente, las novedades no son sólo escabrosas o paranormales. También las hay literarias. Siete años después de Oficios ingleses, Graciela Speranza está a punto de publicar su segunda novela. También en breve aparecerá, tras trece años desde la última, la nueva novela de Ricardo Piglia. Teresa Elizalde, antigua compañera de doctorado, ha publicado Un día en la vida de 24 mujeres argentinas. Fruto del año que pasó, por encargo de la ONU, entrevistando a posibles víctimas del cambio climático, es inminente la publicación de Contra el cambio, de Martín Caparrós. En todos esos títulos hay diferentes grados de sorpresa; no así en las novedades de César Aira, cuya existencia era totalmente predecible (pero cuyo contenido sólo averiguaré tras la lectura). Después de todos los libros que voy comprando estos días, la noticia de la aparición de esos otros actúa como contrapeso de una realidad tan sorprendente en su extrañeza. La literatura, que debería justamente inyectar extrañeza, actúa paradójicamente en este país paradójico como baño de normalidad.
El sábado por la tarde vamos a ver Apuntes para una biografía imaginaria, de Edgardo Cozarinsky, en la Fundación Proa (en la piel de La Boca). Uno de los capítulos de esa película que es como un libro de cuentos y ensayos ocurre en Saigon. Postales a los tres días del fin de la guerra. El director nos cuenta, durante la tertulia, que el proyecto surgió de los archivos de la ONU. Entre tantísimo material olvidado, él se apropió de esas imágenes personales del documentalista que fue enviado a filmar el final de la guerra de Vietnam. Quién sabe si alguien, dentro de treinta y cinco años, chafardeando en los archivos de la ONU, se encontrará los informes que redactó Caparrós durante los últimos cinco años de viajes globales realizando entrevistas. Ese fragmento de un libro futuro me sorprendería menos que cualquiera de los cambios que mencioné más arriba, en el ya lejano primer párrafo.
Tomado de http://jorgecarrion.com/blog/?p=900
1 comentario:
Si 2 años parece mucho para volver a Buenos Aires, imaginate yo que volví luego de 25 años... me fui de Argentina en el 85 y volví de visita este verano.
Ezeiza y la Riccieri no me sorprendieron por cambiadas, pero cuando llegué al centro de la ciudad, QUE QUILOMBO!!!! irreconociblemente caótica mi ciudad de nacimiento.
Los hoteles en buenos aires son algo radicalmente distinto a los albergues sucios que había en mi época. Las calles, los shoppings, q no esté más el iltarpark, y tantas otras cosas.
Otra ciudad, más moderna, más sucia, más avanzada, más pobreza, más... en todos los sentidos.
Saludos
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