LUNES
Nadie me contó qué hice apenas nací así que no lo sé. Lo que sí sé, que me lo dijo mi mamá en tono de reproche y lo confirmó mi papá en tono indefinido que no quería desmentir el tono de reproche anterior, es que tardé mucho en "salir", que el parto fue eso: "un parto" de largo y de doloroso porque yo era (¿soy?) una "chantaculo", que en idioma paterno-maternal significa "una que no levanta nunca el culo", una que no se mueve. Imagino que desde allí me marcaron mis padre y madre con esto que estoy haciendo en este preciso momento y es lo que más amo hacer: tener el culo apoyado en un buen almohadón mientras leo y escribo.
Después de nacer, ahí no más, fui hermana mayor. Durante mucho tiempo fue mi única profesión clara. Luego fui estudiosa. Muy. Hasta que me trasformé en una mal parida (¿o lo era ya desde aquel parto tan doloroso?). La cosa es que fue mi misma madre quien me nombró así justo por la época en la que se me antojó andar "mariposeando" con chicos. Seres masculinos, digo. Muchachos. Noviecitos. Esos que te tocan en los rincones oscuros y de los otros mientras las madres, la tuya sobre todo, se imagina cosas inconfesables que vos todavía ni te podés imaginar.
Por esta misma época, como no podía contarle a nadie las cosas inconfesables que aún no me habían pasado, empecé a escribir. Poesía. Como la de Alfonsina Storni, creía yo. Pero esto tampoco se lo contaba a nadie. Lo de que escribía, que era más inconfesable que lo otro.
A partir de allí todo pasó muy rápido: me casé con uno de esos muchachitos que, como decía mamá, me llevó por el mal camino (por suerte lo dejé a él en ese camino indeseable y yo seguí por el mío). Fruto de esa unión (siempre quise usar esta frase cursi y pedorra) tengo dos hijos y una hija que me hacen ocupar el lugar de la que dice quién es buena o mala gente, quién ha sido bien o mal parido, qué caminos son los buenos y cuáles los malos. Es agradable.
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