Piedad Bonnett: disparos que avivan el deseo de la poesía
La ganadora del XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana asegura que lo cotidiano es un elemento esencial en su obra
Ella es poeta de lo cotidiano. Sus versos, a menudo, navegan en las aguas de la migración y del exilio o en el significado de la noche. Otras ocasiones contempla el peñasco del dolor y lo eterniza para luego refugiarse en el romance, en las cicatrices y en los días de algodón. Su nombre es Piedad
Bonnett (Antioquia, 1951), la más reciente ganadora del XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, quien charla en entrevista con Excélsior.
“Para mí, este es un premio relevante, por su magnitud, porque se ha dado a figuras importantísimas (como Álvaro Mutis, Mario Benedetti, Nicanor Parra y José Emilio Pacheco), es un reconocimiento, por encima de toda sospecha, consagratorio y que no se da a un libro, sino a una obra”, acepta la poeta, narradora y crítica, autora de Ese animal triste, De círculo y ceniza, Las tretas del débil y quien visitará México en octubre próximo.
Ella coincide en que lo cotidiano es un elemento esencial en su poesía y acepta que muchos de sus lectores la han descubierto tras leer Lo que no tiene nombre, novela en la que aborda el suicidio de su hijo.
¿Cómo define usted si la imagen primigenia es poética o narrativa?
“Poesía y novela son lenguajes diferentes y, cuando te sientas a escribir, tu cabeza trabaja de manera distinta. En la poesía, por ejemplo, las palabras se juntan de manera extraña e intempestiva, y eso lo dijo muy bien Octavio Paz. La poesía es más sugerente y más contundente, o sea, cuando tú lees un poema y te gustan las cicatrices, eso te da un golpe y te produce una emoción profunda. La poesía tiene una capacidad de síntesis mucho más grande que la narrativa, y el poeta tiene esa capacidad de ajustar las cosas para producir una conmoción afectiva”, apunta.
¿Por qué la adolescencia parece el instante ideal para llegar al poema? “La adolescencia es la edad por excelencia para la recepción y la producción de poesía. Creo que la adolescencia es un momento de tremenda confusión, incertidumbre y deseo de identidad, en donde la persona está en construcción. Además, hay algunos autodescubrimientos muy perturbadores, como la misma imagen de lo físico, donde hay insatisfacción, la nariz crece, de pronto nos estiramos y hay desacuerdos con la realidad y con los padres.
“Pero también se descubre el amor y, por alguna razón, la intuición le dice al adolescente que eso debe expresarse, no en palabras rigurosas, sino en un lenguaje metafórico. T.S. Eliot dice bien que esa primera etapa es muy valiosa, pero cuando el poeta se vuelve adulto tiene el rigor del que carece un adolescente. Ese impulso es muy importante y a menudo es desperdiciado, porque hay muy pocos maestros sensitivos a la poesía”, dice la también autora de novelas como Donde nadie me espere y Qué hacer con estos pedazos.
¿Urgen maestros encantados por la poesía? “Sí los hay, pero nos faltan más maestros enamorados de la poesía que se paren frente a un grupo y lean en voz alta un poema extraordinario, emotivo y hermoso… Eso bastaría para disparar el deseo de la poesía en la gente joven y para que luego escriban su propio poema”.
¿Coincidiría en que el buen poema siempre es perfecto? “Evidentemente, el poeta anhela el poema perfecto. Por eso la realización de poesía exige una gran concentración y una entrega casi mística a las palabras, porque ya no escribimos en endecasílabos, sino que buscamos la música de la lengua y a eso se le añade que tú quieres transmitir una idea que debe encontrar las palabras precisas, pero no por la vía de la razón”.
¿Algún ejemplo? “A mí el tema de los migrantes me afecta muchísimo y, de pronto, veo una noticia sobre la guerra en la Franja de Gaza y cómo a los cadáveres de los niños les escriben su nombre en la planta del pie para ser identificados por sus familiares. ¡Imagínate!, esa imagen dispara un poema. Ahora sólo falta que estés a la altura de ese dolor y no es algo tan fácil.
“Sin embargo, la literatura es pura empatía con el otro. Los escritores, lo que hacemos es entender al asesino –como Dostoyevski a Raskólnikov–, al niño y al viejo, aunque no seamos viejos… Yo creo que la literatura, una de sus primeras funciones, es entender al prójimo. Y de esa compenetración nace el poema o lo que sea”.
¿Hablaría de que hay poesía en todo lo que nos rodea? “Octavio Paz dijo una cosa hermosísima: la poesía está en el mundo, pero el lugar por excelencia para la poesía es el poema. Mucha gente capta la poesía del mundo, como cuando estás frente a un atardecer y te emocionas profundamente y piensas en el origen, en el fin y en la belleza. Tú estás viendo las posibilidades de la poesía, pero sólo el poema es capaz de transmitir ese instante fugaz que percibes y convertirlo en algo eterno”.
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