LIBROS. El cielo es azul, la tierra blanca (2001), de Hiromi Kawakami

En la mayoría de las ocasiones, las frases que se incorporan en las sobrecubiertas de los libros para intentar vendértelos como una obra maestra me producen una sonrisa por esa dulzona vacuidad que rezuman. Pero a veces me pillan con la guardia baja y según de quien vengan las frases, pico el anzuelo. Eso me ha pasado con El cielo es azul, la tierra blanca: Una historia de amor, de la escritora japonesa Hiromi Kawakami (1958), que al parecer se está leyendo o vendiendo muy bien. Premios no le faltan a esta escritora que tiene en su haber importantes galardones literarios. Me ha parecido una novela interesante, muy en línea con una determinada tradición literaria japonesa, aunque aún lejos de maestros como Kawabata, que la precedieron en este arte. Eso sí, es una historia sencilla de leer y sin artificios innecesarios. Tal vez por eso gusta tanto.

Edición utilizada:

– Kawakami, H. (2009). El cielo es azul, la tierra blanca: Una historia de amor. Barcelona: Acantilado

Traducida del japonés al castellano por Marina Bornas Montaña. La obra original se publicó en 2001 bajo el título Sensei no kaban (El maletín del maestro).

Valoración personal (sobre 5): muy prometedora (3)

Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) es actualmente una de las escritoras más populares en Japón. Estudió Ciencias naturales y fue profesora de Biología hasta que en 1994 apareció su primera novela (Kamisama). Ha recibido los más reputados premios literarios de su país. En 1996 obtuvo el Premio Akutagawa; en 2000 obtuvo el Premio Ito Sei y el Woman Writer’s, y en 2001 ganó el Premio Tanizaki por la novela que aquí nos ocupa, adaptada posteriormente al cine con gran éxito y que también tiene ya una versión manga.

Kawakami plantea una relación entre dos personajes individualistas y solitarios, Tsukiko, de 38 años, y su antiguo profesor de japonés, ya jubilado y viudo, Harutsuna Matsumoto, cercano a los 70. A ambos les liga su interés por el buen comer y por la bebida, concretamente por el sake y la cerveza, y coinciden en compartir una taberna en la que se reencontrarán y entablarán una amistad intergeneracional que acabará convirtiéndose, con el paso del tiempo y de los encuentros gastronómicos con exceso de alcohol incluido, en amor.

La trama nos muestra un crescendo muy lento desde la soledad de ambos hasta el desenlace de su relación. No hay grandes altibajos, los enfados casi no son tales, son distanciamientos temporales, las alegrías no se manifiestan, casi ni se asumen como tales, simplemente se viven y se explican, sin mucho más. Kawakami dosifica la narración con maestría a lo largo de las 200 páginas del libro, que se disfruta como quien se sienta ante una pantalla en estado de relajación y se tragaría casi cualquier cosa que le echasen. Por supuesto, hay sobresaltos en la relación, pero no hay aristas: son perfectamente limadas por la autora. Ese es su estilo.

Una relación sólo a dos bandas

Los escenarios de la novela difícilmente salen del círculo de intereses que relaciona a ambos personajes. Tan sólo se proyecta alguna acción paralela muy mínima, como la del ex compañero de clase de Tsukiko que intenta infructuosamente establecer una relación más personal con ella. Como sucedía en La llave (1956), de Tanizaki, nada nos interesa ni del trabajo ni del resto de la vida social de Tsukiko y Matsumoto, y nada se nos muestra. Tampoco el pasado se nos delinea con detalle, al contrario, pinceladas muy determinadas y sólo cuando son absolutamente necesarias para el relato, como los retazos de la familia del profesor, en especial la mujer con la que estuvo casado y separado, y que jugará un cierto rol en el desarrollo de la relación de éste con Tsukiko. Como Tanizaki, también Kawakami consigue aquí concentrar la atención en una relación muy concreta entre dos personas, y el resto no nos importa nada.

Las relaciones personales y el amor entre personas de edades muy diferentes y con uno de los miembros de edad avanzada, son un tema que ha suscitado antes el interés de la literatura japonesa. Aya no sutsumi (El tambor de sarga), atribuida, aunque tal vez sea anterior, a Zeami (1363-1444) es una obra de teatro  en la que un viejo jardinero se enamora de la princesa a la que sirve y es burlado por ésta. Kawabata y su Casa de las bellas dormidas (1961) es otro ejemplo más moderno. Él nos introducía en una especie de casa de citas para ancianos que anhelaban dormir al lado de la carne joven de una muchacha, sin más… o con todo lo que ello abre a la imaginación. También he citado ya a Tanizaki y al matrimonio protagonista de La llave, él en declive sexual, ella en permanente estado de deseo y azuzada por un pretendiente más joven…

Esos aspectos morbosos que tan característicos son de escritores como Kawabata o Tanizaki, sin embargo, no están presentes en El cielo es azul… o al menos no me parece que sea esa la intención de la autora. Dice el crítico Robert Saladrigas en La Vanguardia que “lo que Hiromi Kawakami cuenta es tan carnal, hermoso y estimulante para el lector, que no exige ser más explícita. Su misterio radica en el extraordinario poder alusivo de la escritura, legado de los grandes artistas de la narrativa japonesa moderna”. Bien, sí, hay mucho de delgado hilo de tradición literaria, pero qué quieren que les diga, ¿carnal? Sí, hay un momento en que se plantean la relación sexual. Pero yo al menos no me sentí impelido a elucubrar. Aunque cada cual que admita su morbosidad, que nada hay prohibido en una lectura…

Claves del éxito entre lectores

Creo por el contrario que no es la morbosidad ni la temática amorosa lo que hace triunfar entre los lectores a esta novela. Me da la sensación de que la facilidad de lectura de un texto narrado de una manera delicada y tierna -como decía Angeles Caso en una de las críticas que me animó a leerla- es un punto a favor de los lectores que no desean una literatura que les complique en exceso su tarea de leer. Por otro lado, la comunicación entre generaciones fluye en la novela a ritmo ideal: lento, pero hilvanado. Kawakami lo hace posible, une a dos personas separadas por tres décadas (casi tres generaciones, sociológicamente hablando), que ni siquiera tienen en común un similar nivel cultural ya que Tsukiko no es precisamente una lumbrera, sino por el respeto mutuo y por esa cualidad que cada día parece ser menos común de escuchar al otro y ser escuchado.

Entre ambos hay diferencias, e incluso malentendidos, es cierto, pero no nos confundamos, son cuitas de amor, y no hay que olvidar que llegan cuando ambos ya llevan escuchándose y relacionándose como dos personas correctas y educadas durante bastantes páginas. Eso, en un mundo real con exceso de gritos y violencias verbales, debe sonar a oasis para el lector.

Detalles menores que no me agradan: el cambio del título original, que en japonés es El maletín del maestro, en alusión al objeto que lleva siempre encima y que le conecta con su pasado de profesor. Esa operación de márketing editorial de escoger una frase agraciada y extraerla hasta la portada deberían proscribirla. Un título dice mucho de una obra y de la intención de su autor, y debería respetarse. Ah, y el subtítulo que le han puesto, ‘Una historia de amor’, debe ser por si la poesía no es suficiente para vender la historia. Al menos la traducción es directa del japonés y han huido también de las portadas orientalizantes (geishas, japonesitas o grabados ukiyo), algo es algo…

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