miércoles, 29 de diciembre de 2010

Zelarayán

Contra los gauchos (teoría de Zelarayán).
Por: Fernando Molle.

Seguido de: Roña Criolla, de Ricardo Zellarayán.

Mucho cuidado con dejar pegado a Zelarayán a la gauchesca. Por si las moscas, aclara: "Aborrezco los gauchos. El guacho es la policía del patrón. Por eso le dan el caballo. Yo no sé de dónde sacan que soy gauchesco o neogauchesco. Claro, como en mi novela (La piel de caballo) aparece un caballo, ya es gauchesco. ¡Pero hay que ser boludo! Y como soy provinciano, los porteños creen que nací en el campo."

Ricardo Zelarayán sigue echando leña al mito del escritor secreto y que publica casi nunca. Sólo cuatro libros editados (cinco, contando el breve y reciente Bolsas, en edición cartonera). Y, bajo la línea de flotación editorial, un iceberg de textos perdidos o inconclusos, que hablan de un poeta de primera magnitud que, sin perder un miligramo de intensidad, a veces condesciende al relato y la novela. Su sordera irreversible viene contrapesada por un oído absoluto, biónico, para sintonizar la música del habla popular. De eso se trata Roña Criolla ¿Por qué estos poemas no se parecen a nada leído antes? Por su finalidad original: son "frases de arranque" para armar el clima de una novela condenada a la ineditez, Lata peinada, que desenrolla voces y vidas de gente de las provincias del norte que viene a buscar trabajo a Buenos Aires. Los poemas de Roña traen historias amagadas, relámpagos sobre una escena campera, como escuchar de lejos una conversación que, cuanto más nos acercamos, menos entendemos y más nos fascina. Mugre y sordidez.

Conozca a Zelarayán: entrerriano, septuagenario, resentido, panfletista y políglota. El único (gran) escritor argentino que así se autodefine: "No soy escritor".





ROÑA CRIOLLA. De Ricardo Zelarayán

Pioja


Rezongado rezongo de palabra renga. Pelo y barro.

La horca... limpita. La horquilla puñalea seis veces por vez. Puñaladas finas, bien clavadoras...¡Y a la puña!

Arado entiera y desentierra. Peine grueso y fino, suave y liendre, piojo nomás. No saltona pulga. Roña y sangre. La piedra aguanta, aguantaraz.

Madera, ¡já! Madera y avispas clavadoras. Una siesta basta. ¿Seguro? La carne sin revés se las arregla. Cae una gota loca. Dos, tres... A la baba nomás mientras el río corra.

Los huesos mentirosos se desencajan. Cris, cras... Pura agua colonia. Pelo, pelambre, pelambruna. ¿Dónde hervir el huesito salvador?

Puta, puta calandria. Avispa del chajá. Mancha que se borra al despertar. Cae el pelo, uña caída, cherubichá.

Al chajá montero lagunas le sobran. Al diente por diente las lomitas. Orilla amarilla y negra. Nunca bien te veo.

Vidrio, pelo, vidrio en los ojos, polvareda.

Filo contrafilo y punta. Coleteando en la atmósfera. Ladridos. Burro. Burro empacado. Burro lengua ´e sal. Sapo bronceado bornce.

Sopa alharaca. Tuna. Liendre lisita. No hay peine pal pelo que arde nomás. Huracaneados vamos, aplanados todos. ¡A la que vuelve y no vuelve! Polvo empiojado.

La piel de los pelos arde. El sapo se revuelve. Dientes no se animan. La horquilla se queda guacha.

El galope saltea el diente que falta. Cigarro que se apaga al sol, el agua mansa sabe que va al muere, pero se olvida.

Al fin se apagan las miradas. Viudas o brujas seguirán mirando. El que afloja de mirar es diente suelto. la piedra es piedra. ¡Y adelante!

Fuego que pasa de largo también se olvida. Rata nomás, rata ciega y sorda. Memoria. Hasta el cuchillo lagrimea. A la larga afloja.

Orillas no son labios. Siempre se apartan.

Y a la última sombra se la comen los cuervos por arriba y los piojos por abajo. ¿Se acabó la negrura? Puro cuento.





Gota

Se viene... Hasta que el balazo se cansa, mas manso que una gota.

Mano mansita, mosca aplastada. La mula mansa escupe jinetes y el vuelo fracasa, nariz en tierra.

Se viene cabeceando de arriba sin costado. Piedra costra cosedora no aguanta. El pato si no se acuesta patea miel hasta que lo despierta el viento.

Se viene sin costa. A la reventada llaman.

Se viene hasta que la llama se apaga. De mientras, cuerpea. Suspiro humea, huracaneado.

Sapo, sapón, reniega. Pero se viene, y al vuelo se arman puños de hormigas. Espina, balazo, todo es cuestión de tiempo, incansable campanita sorda, gorda. Y flaco escopetón. Mierda. Y a la que sigue que es la que se viene.

Se viene con o sin ruido, humo o viento, sapo desdentado.

Llovido o sudada gota, se viene filo sin lomo.

Se viene la gota al derecho y al revés de todos los reveses de la dichosa gota.

Se viene el aplaste. De lo goteado espeso al filo.

Se viene con amanecer cambiado, aunque no se note mucho. Un día nacido para ser olvidado, se viene suelto, entreverado, disimulado entre las mulas tontas de la pendiente apenas soleada.

Se viene para irse para siempre o como siempre. Pero esta vez el tranco es corto para el despegue. Ceniza es cuero.

La tierra se cuartea sin humo.

Se viene desparejo entre tranco y tranco. Tiro al aire.

Y otra vez al balazo se muere nomás, buscando quien lo olfatee.

Madera y hueso arden, hojas aparte. Soplar lo seco, a quemarropa.

Se viene nomás, garrotes sin arder, sin rodillas, enteritos.

Y las tinieblas, oscuras borregas, buscan el sol que las muerda.

Muerde mierda. Cruz ladeada al galope. El día se escapa, la trompa arenosa.

Se viene la piedra dura, mientras todo vuela y lo que es lo mismo, lo que se secó se aguanta hasta que le dé el cuero.





Dos

Adelante la mesa se parte en dos como calavera usada.

Y el humo del arroz calaverea.

Enseguida se le viene encima la pared carcomida.

Buena yunta pa tumbarse al raso.

Al rato la noche negra curiosea por todos los rincones, con toda la mano abierta.

La cosa se hace larga para la rosa ciega. Las piedras son puro diente amontonado.

Por si acaso el cielo se derrama, puro barro suelto.

El fuego ha madrugado, alma de mosca zumbona, lado a lado disparado de la mulita dientuda, apretada pulga negra entre las piedras. Monte oscuro, guay, gatillado, envolvedor, instalándose nomás, flotante, volador flor calcinada.

Y Antenor con nudo ciego de cuerda de guitarra en el cogote.

Y la alharaca silenciosa de puro pucho junto a la piedra de siempre.

La piel barcina acalambronada, guarangueando se despega sola y se vuela venteada.

No quesa un hilo de esa voz seruchona, orgullosa del balazo acicalado.





Aire sordo

Boca flor de buche. Una volteada no alcanza, rasca piedra, arisca tuna. El agua se agita cuentera.

Sordo el estallido de la gota, triste derrame en la seca. Airearse, moverse mojarse, lo otro es alambre de púa en tuna, pan con pan...

Bordes duran si aguantan. Ni siquiera el filo, miel guacha en la polvareda.

Silbido o respiración. Ahora somos todos sordos atropellando a los árboles. Empollando piedras eternamente.

Y árboles mendiguean entre las pìedras mientras afloja la arena toruga hasta que el viento arremete.

Y ya no hay sombra que valga. Las grietas nada más que en el recuerdo. Adiós al viento salado que nunca hizo sombra.

Boca-buche. Fuego sin semillas, arena sin nada suelto.

Rascar por rascarse. Ver por ver, inútil desde mientras. Hacha de filo cada vez más ancho, piedra al fin, boca de arena.

Quiebra que te piedra y no se oye.



(Roña criolla, escrito en 1984, fue editado en 1991 por la editorial Tierra Firme)


Tomado de http://www.mabuse.com.ar/mabuse/zela.htm

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que sonríe cómplice de amor...