Desde lo íntimo y familiar
EL GHETTO
Por Tamara Kamenszain-(Sudamericana)-54 páginas-($ 15)
Domingo 25 de mayo de 2003 | Publicado en edición impresa
De la casa grande de la infancia al estar del hogar matrimonial, y de allí al bar y al barrio de tango, los tres últimos libros de Tamara Kamenszain ( La casa grande , Vida de living , Tango Bar ) trazaron un itinerario alrededor de los espacios, espacios que se amplificaban en otros espacios mayores o diversos y que remitían a experiencias personales, familiares, generacionales, políticas.
En El ghetto , su nuevo libro de poemas, la autora parece volver al lugar de origen explorando ahora la tradición judía desde lo íntimo y familiar. Dedicado a la memoria de su padre, el libro trata de nombrar lo impronunciable. Se diría que Kamenszain despliega aquí los rollos del Mar Muerto: muerto el padre, bucea en la tradición, la familiariza. El libro viaja hacia el pasado y avanza hasta el presente en un esfuerzo por recordar para olvidarse, por acercarse a la tradición para distanciarse.
El intento de reconocerse en una tradición comienza con la mezcla, la duplicidad, la disparidad: "el doble de mí, judío/ la mitad de mi doble, cristiana", afirman los primeros versos del poema que abre El ghetto , "Prepucio", cuya falta es la marca de la tradición... en el varón. "Y a mí de qué me sirve la marca del varón/ si no pude salvar del exterminio/ ese himen que vela/ todas las roturas", dice un yo-mujer al final del poema en el que carga el sayo de la pérdida y la persecución, de la huida y la conversión, apropiándose así de una lengua doble, revertida, traducida. Lo que se escribe de derecha a izquierda debe entonces darse vuelta, asimilarse: "traducir como ladino/ la lengua materna".
Y lo que aquí se da vuelta, se resignifica es la palabra "ghetto". Porque en este libro no remite sólo al espacio cerrado impuesto por los otros donde alguien se ve obligado a vivir segregado, sino también -y sobre todo- al punto desde el cual partir y salir hacia el afuera. "Ghetto" refiere al trazado de un territorio personal que incluye experiencias que se traducen a la lengua de la tradición o la dan vuelta, al armado de un álbum familiar al que también se hacen ingresar figuras ajenas a él. Se trata de una construcción en que pueden rastrearse los fragmentos de una vida y en la que la experiencia (personal, generacional), siempre elusiva, nunca está borrada por completo.
Un poema, por ejemplo, menta al Che como a un mesías que se espera sabiendo que no vendrá; porta en la boina la estrella de David; estampado en una camiseta herida en la que sangran las esperanzas en un nuevo orden, es el escudo contra Goliat de una generación que vio cómo se derrumbaban las utopías. En "Gentiles" se canta a la diferencia y el "desorden genético" de un matrimonio mixto, se exaltan la mezcla y la disparidad de la pareja que se aleja de la Ley, revirtiendo así el sentido original de la palabra del título, que señala al pagano y al idólatra. En "Exilio" se reescribe la tradición: exiliarse en México es cruzar el desierto, ser expulsado del lugar de origen; el D.F. es el Mar Muerto.
En una tensión entre lo propio y lo ajeno, El ghetto extiende la condición judía más allá de los límites de la pertenencia a esa tradición. Testimonio del encierro y la persecución, muestra el esfuerzo por salir de ellos, por mezclarse, por apropiarse de lo diverso y de lo ajeno.
Hay, también, otra tensión presente en los poemas: si bien la retorsión y la sintaxis apretada caracterizan buena parte de la poesía de Kamenszain y muchos poemas de este libro, en algunos otros, los últimos especialmente, el verso se llena de luz, respira en artículos y preposiciones que encadenan una sintaxis más fluida, que despliega la contorsión en liviandad. Como si el muerto hubiera echado luz sobre la tierra y sobre la lengua, o parafraseando el verso de Celan que cita Kamenszain, como si las tumbas iluminaran el ghetto y el edén, e hicieran del mundo un lugar habitable.
Patricia Somoza
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