Reseña: Canto yo y la montaña baila, de Irene Solá
La tormenta, el rayo y los corsos escuchan a los pobladores, y cada uno de ellos tiene voz en Canto yo y la montaña baila, la segunda novela de la autora catalana Irene Solá (Malla, 1990), una historia coral que retrata la vida de una familia en un pueblito llamado Matavaques, perdido en los Pirineos y en el tiempo.
El relato comienza en el cielo. Las nubes, con la panza hinchada, toman la palabra para poner en escena la capacidad de acción de otros elementos no humanos en la vida de las personas: un rayo mata a Domènec, el campesino poeta. El lector todavía no sabe quién es, pero de a poco irá componiendo los retazos de su vida. Muy pronto se entiende que el hombre protagonizó una historia de amor pasional, íntimo con Sió, una campesina rústica que ante su muerte queda sola y un poco perdida a cargo de sus dos hijos.
Como si fueran los puntos de un telar, los capítulos van dando forma a una figura total, la historia de una familia que no solo está integrada por personas, sino también por animales domésticos y salvajes. Hay algo fuera del tiempo que la escritura de Solá –que escribe en catalán y fue vertida al español, no por ella misma, sino por la traductora Concha Cardeñoso– refuerza en un lenguaje tan bello como inusual: la música de los fraseos se acerca a la poesía.
Ese tono tal vez explique los múltiples premios que recibió la novela –entre ellos el European Union Prize for Literatura, el Punto de Libre de Núvol, el Premio Libres Anagrama de Novela 2019 y el María Ángels Anglada de Narrativa– que también la llevaron a ser traducida a más de quince idiomas.
Es cierto que la lectura de Canto yo y la montaña baila impone cierto desafío, pero articula con fluidez la multiplicidad de voces. Cada una de ellas proponen una percepción diversa de lo real, entre el relato de umbral y la leyenda. Dicho de otro modo: los vivos y los muertos, los animales y los humanos, los hongos y las nubes, todos tienen voz y habitan el mismo espacio en la novela, pero aportan una perspectiva diferente.
Así y todo, la historia no llega a encarnar en una trama maravillosa o fantástica. Por el contrario, las peripecias de los personajes hablan de la vida cotidiana con rutinas de trabajos manuales, partos, robos, borracheras y asesinatos, y así, reflejan temas más amplios, como la guerra, la política, los vínculos, el perdón, la culpa, el amor.
Hay algo de sinfonía en esta historia que, con mucha libertad, puede llevar a pensar en el célebre cuento “En la bahía”, de Katherine Mansfield, porque cada elemento que habita el paisaje, al exhibir un punto de vista propio, se une a la visión de los humanos para revelar una composición mucho mayor a las partes que lo componen
Canto yo y la montaña baila
Irene Solá
Anagrama
Trad.: C. Cardeñoso
190 págs./ $ 1895
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