Le decimos "mi gato", "tu gato" o "nuestro gato", pero no es nuestro. Hasta hoy no hemos tenido el placer de acariciarlo. Merodeaba entre los árboles al acecho de las ardillas y de a poco se fue acercando. Alejandro le deja comida en los horarios que el propio gato ha establecido (no tiene mucho talento para las ardillas).
En las mañanitas lo sorprendo y me sorprende -nos sorprendemos- a través del vidrio del ventanal. Yo, adentro; él, allá, respirando la niebla y el polen exagerado. Es entonces cuando me doy cuenta de que somos nosotros los que le pertenecemos. Somos suyos y el muy gato lo sabe.
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