¿A quién votar?
Por Daniel Link para Perfil
En un año electoral, es imposible sustraerse a la “intención de voto”, que todo lo permea. Confieso que mis simpatías políticas se encuentran indecisas entre dos o tres proyectos.
El primero de ellos fue motorizado por Macedonio Fernández, quien durante uno o dos años (hacia 1927) jugó con el vasto y vago propósito de ser presidente de la República, según contó su jefe de campaña y publicista, el escritor Jorge Borges, y según se lee en el capítulo noveno de su Museo de la novela de la Eterna.
A Macedonio le interesaban los mecanismos del poder (pero no su obtención). En su perspectiva, lo más importante era la difusión del nombre, que debía insinuarse en la imaginación de la gente del modo más sutil y enigmático. La rama femenina de su partido distribuyó en confiterías, tranvías, veredas, zaguanes y cinematógrafos, incansables tiras de papel o tarjetas en las que se leía el curioso nombre de pila del candidato.
Las gestiones de Macedonio (siempre según el recuerdo de Jorge Borges) habrían sido, al mismo tiempo, concurrentes y contradictorias con una conspiración secreta urdida por una secta de millonarios neurasténicos y tal vez locos, para lograr el mismo fin, mediante una serie gradual de invenciones incómodas (los azucareros automáticos que impiden endulzar el café; la doble lapicera, con una pluma en cada punta, la segunda de las cuales amenaza los ojos del escribiente; las escaleras con escalones de diferente altura; el peine-navaja que nos corta los dedos).
Esa vía de la política (que podría llamarse ético-anárquica) habría terminado minando al gobierno y cuando Macedonio y Fernández Latour (su vice) entraran en la Casa Rosada, ya nada habría significado nada. La acción de gobierno se limitaría a un Estado mínimo, sin policía, sin interrogatorios en despachos oficiales, sin mando, con los necesarios trueques económicos y con bomberos y buzones como únicos artefactos públicos.
Me detengo apenas en la segunda propuesta porque, en rigor, prescinde del proceso eleccionario (hipótesis que, como todo ciudadano consciente, no puedo descartar del horizonte político sin examen) y se deja leer en Los siete locos y Los lanzallamas de Roberto Arlt, entre 1929 y 1931.
La toma del poder por parte de la canalla que sufre abajo sin esperanza alguna descansa en el confuso proyecto de El Astrólogo (obsesionado por construir una ficción que actúe y produzca realidad) y sus secuaces, quienes diseñan un plan basado en la explotación económica de prostíbulos y un cuidadoso cultivo de atentados terroristas. Son tantos los fusilamientos que se deducen de esa vía (dialéctica), que uno no sabe quién podría quedar vivo (y sobre todo, si uno mismo sobreviviría a esa depuración infatigable). Es el proyecto que menos me convence.
La tercera vía, que se inscribe en el anarco-nihilismo, fue expuesto por Copi en La internacional argentina hacia 1988. No es una síntesis de los dos anteriores (porque toda síntesis es imposible, por definición), pero supone una meditada superación de sus callejones sin salida. La conspiración de la familia negra Sigampa (multimillonarios transnacionales entre los cuales Nicanor Sigampa es la cabeza visible), convencida de que los frutos de la imaginación (en oposición a los frutos de la pasión) son los únicos relevantes, pretendía imponer en las elecciones de 1989, como presidente de la República (luego de pagar la deuda externa total), al poeta maoista Darío Copi o, en su defecto, al poeta Miguelito Pérez Perkins. La campaña electoral se habría realizado mediante una hábil campaña publicitaria y la distribución (puerta por puerta) de precisas sumas de dinero acompañadas de un manifiesto difuso.
Una vez conseguido el triunfo, se habría promovido un plan de emigración masiva de negros a Argentina, para resolver el crónico complejo de inferioridad argentino respecto de su vecino, el coloso brasileño. En menos de una generación se habría transformado la Patagonia, metro a metro, en un paraíso terrestre, reservando la explotación petrolera sólo a los indígenas.
En cuanto al gobierno: nada de ejército, ni cámaras, ni ministerios, ni organismos de Estado, dado que los argentinos han dado ya pruebas suficientes de su capacidad para organizarse muy bien solos. Eso sí, se agradecerá a todo hijo de vecino que brinde pruebas de imaginación.
Se me dirá que ninguno de estos candidatos compiten en las elecciones de este año y, sobre todo, que ninguno de los candidatos al alcance del voto 2011 parece sostener proyectos semejantes. No estoy tan seguro.
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