"Una paparruchada", como decía mi viejo de las películas que nadie se creía.
Lo bueno es que la compró Rafael que ya la había visto en el cine y le había gustado tanto que quería verla de nuevo, que me preguntó por el libro de Verne y que me prohibió decir "qué hambre" ante las plantas carnívoras, las piedras magnéticas y las mandíbulas de dinosaurios usadas como bote. ¡Andá!
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