:: Entrevistas ::
El arte de sobrevivir
11-05-2012 |
Fernanda García Lao, Guadalupe Nettel
Por Fernanda García Lao. Foto: Lucio Ramírez.
Invitada a la Feria del Libro de Buenos Aires, la escritora mexicana Guadalupe Nettel pasó por Buenos Aires y presentó su libro El cuerpo en que nací (Anagrama 2011), novela autobiográfica donde revive sin pudor su infancia. Un tránsito de vida que –en su caso- fue una sucesión de acontecimientos extraordinarios. Mudanzas, separaciones y duelos, la inquietud sexual, o los integrantes de varias familias disparatadas desfilan por la novela, a modo de curiosos insectos. Como los que ella ve cuando está sola. Sin perder profundidad y humor, Nettel emerge de sí misma con una risa bien templada.
“A veces me da por dudar de toda esta historia, como si en vez de una vivencia se tratara de un relato que me he repetido a mí misma una infinidad de veces”.
– ¿Cuál fue el origen de escritura de tu novela? Aparecieron varios autores de una misma generación tomándose como objeto de ficción. ¿Fue premeditado? ¿Les llegó el momento de la revisión?
– Para mí fue casual, completamente. No tenía planificado ni remotamente escribir un libro autobiográfico. Estaba en la mitad de la escritura de una novela no autobiográfica, embarazada de mi primer hijo, y entonces, Letras Libres organizó un numero de biografías precoces, que fue el origen de varias de estas novelas. Y quiénes éramos: Herbert, Zambra y yo. Y para mí se juntó con el hecho de la maternidad reciente, porque nació mi hijo y me puse a pensar qué infancia iba a tener, comparada con la mía. Me estaban pidiendo que recordara mi infancia. Y escribí este texto de veinte páginas. Zambra dijo que no iba a escribir para la revista y Herbert publicó conmigo y continuó con ese trabajo. Ambos publicamos después con el mismo título del fragmento que apareció en Letras Libres. Me gustó el ejercicio, pero tenía necesidad de seguir, de ponerle un orden. No tenía claro si iba a ser novela. Pero sí tuve que parar la escritura de la otra, para ponerme a hacer esto.
– ¿Te sentís identificada con la producción de tus colegas generacionales o te cuesta adscribir a un grupo?
– Ahora hay novelas en las que estamos vinculados, pero nunca sentí pertenencia a ninguna generación o grupo. A mí me interesaba mucho la literatura fantástica cuando nadie estaba haciéndola. Y me gustaría que mis novelas tengan ese rasgo, un fantástico medio border. Pero siento que ahora hay una enorme tendencia al realismo.
-¿Y a pesar de haber trabajado en la autoficción, te sentís alejada del realismo?
-Yo siento que por el fantástico está mi camino. Incluso en El cuerpo en que nací, cuento que empiezo a ver cosas que no existen y ese es el origen del relato fantástico, los insectos que no hay.
– ¿Llevabas un diario? Porque hay mucha certeza, una cercanía a acontecimientos remotos que relatás como si acabaran de ocurrir.
– No, tengo buena memoria. Pero hubo momentos que son claves, como ese del terremoto del 85, en el que toda la ciudad quedó destruida, mueren tus familiares y de repente te enteras de que tu padre está en la cárcel. Eso no se te olvida.
– ¿Hay un ajuste de cuentas?
– No era voluntario para nada, pero creo que sí es un poco inevitable. Sentí varios abusos de parte de mi madre y tuve que recortar algunas cosas para que no fuera dañino para ella, pero sobre todo para que fuera verosímil, porque hay cosas que la gente no podría creer.
– En tu novela aparece una especie de contagio: amigas y compañeras en procesos similares. ¿Hubo una mirada crítica de los protagonistas de los años setenta, o han sido sus hijos los encargados de hacerla?
– Los hijos la estamos haciendo. Eso explica esta especie de fenómeno. A esa edad los padres se empezaron a divorciar, tratando de cambiar las estructuras sociales y de familia, estaban tratando de cambiar el mundo, pero a la vez, tenían una especie de pudor respecto a nosotros, como una ambigüedad respecto a cómo ubicarse, porque venían con unos valores conservadores y estaban estos nuevos que ellos querían imponer. Entonces, lo que resultaba era una mezcla súper rara entre una verdad poco cuidadosa y ocultar lo que realmente pasaba. Hay un libro que realmente vale la pena: Una novela francesa, de Frédéric Beigdbeder, y es lo mismo, pero en Francia. Hace una lista de características de los nacidos en los años setenta con la que me identifico plenamente.
– ¿Sentías que no tenías contra qué rebelarte?
– Sí tenía, pero la rebelión era ser más conservadora que ellos. Defender el matrimonio, la fidelidad. ¡Díganme por favor que Santa Claus existe, quiero ser normal! (risas) Y lo mismo cuenta Beigbeder. No le dijeron sus padres que se habían separado, le mintieron y le inventaron que su padre se había ido de viaje. Y él dice, yo soy un verdadero desmadre, me meto no sé cuántas drogas, he dejado embarazadas a dos, pero mi hermano en cambio, es el verdadero guerrillero de esta familia, y cómo se opone: con su catolicismo con su fidelidad, con su familia tradicional, con su puesto de jefe de empresa.
– Una vez que te tomaste como pretexto, ¿te perdonaste?¿ Descubriste cosas que no sabías, te reíste de otras que parecían terminales?
Disfruté muchísimo con la escritura de este libro. Me reí de mí misma. Esta esa frase de Woody Allen que dice “Comedia igual a tragedia más tiempo”. Revives aquello por lo que te azotaste tanto… Pero el trabajo interior ya lo había hecho. El proceso de escritura fue reacomodar y cuando al final decidí publicarlo, quise darle un tratamiento hacia la marginalidad, hacia los exiliados en México, en Francia.
– Tenés predilección por los excluidos.
– Sí, es mi manera de ver, el lugar que yo asumí en el mundo. Cuando decidí volver al cuerpo en que nací. Y la verdad es que me dio mucho sentido ese poema de Allen Ginsberg que está en la novela: Él decide dejar el armario en todos los sentidos y asumir su amor por Peter Orlosvky y está en el diván del psicoanalista y le dice lo que quiere hacer, y el otro le contesta ¿Y por qué no lo hace? Entonces, él escribe este poema: “Yes, yes/ that’s what/ I wanted/ I always wanted/to return/ to the body/ where I was born…”
– Vos sentías que no estabas en tu cuerpo, ¿dónde estabas?
– En mi cabeza. Y en un territorio invitado donde me exilié siempre.
– ¿Desde ahí producías tus primeros textos?
– Sí, es el lugar en el que me refugio para escribir. Este libro está escrito desde ahí , pero mirando la historia. Si te fijas, todas mis obsesiones están presentes, las encuentras. Es como las costuras de un bordado. ¿Y por qué a esta se le ocurrió escribir sobre la ceguera, y los mendigos en el metro, en El huésped, y porqué le interesó escribir sobre la gente que se arranca el pelo y olfatea?
– Organizas el mundo por opuestos, dos universos – matinal y vespertino-, dos hemisferios – el padre y la madre-, dos países: Francia y México. ¿Cómo trabajaste el hecho de tomarte como personaje y no reducirte a lo que ya sabías?
– El momento clave en mi producción es cuando empiezo a escribir El huésped, tuvo que ver con el levantamiento Zapatista de Liberación Nacional por raro que suene, pero estaba en la universidad estudiando y de pronto, surge este movimiento. ¿Y qué era? Personas que habían vivido en la marginalidad, en la clandestinidad, con toda la indiferencia y rechazo de la sociedad mexicana, diciendo “Existimos, nosotros que les damos tanto miedo aquí estamos y somos nosotros quienes les vamos a devolver la integridad y la dignidad”. Fue una revelación y yo me puse a pensar qué es eso que a mí me asusta tanto, es ahí donde tengo que ir a ver. Toda la vida he estado fingiendo ser otra persona, yo no decía que mi padre estaba en la cárcel, fingía todo el tiempo.
– Es bastante común en el exiliado eso de inventar una nueva vida. Volviste a México en un contexto social muy distinto al francés.
– Sí, pero sólo en la escuela. En el caserón extraño de mi abuela había objetos y vestigios de todas las épocas revueltos y se seguía comiendo pizza de supermercado (risas).
– ¿La doctora Sazlavski -esa analista muda a la que cuentas tu historia- es una estrategia para no caer en el lugar común del diario?
– Estoy de acuerdo en que no era necesaria, como han dicho algunos críticos. Pero tenía sentido. Soy hija de psicoanalista y nos llevó a todos a terapia desde muy temprano. Y es muda porque para mi representa al lector. Ese que te va a psicoanalizar, así escribas ciencia ficción. Fue como un guiño. Ya que me vas a psicoanalizar, te llamaremos por tu nombre. Y además, me encanta Philip Roth, que utiliza mucho ese recurso. De pronto de la nada y fuera de contexto aparece el Dr. Spielvogel, así que me morí de la risa inventando a esta doctora, que era la psicoanalista de mi papá, con quien hizo terapia diez años, una argentina. Un día se me acerca una mujer y me dice ¿sabes quién soy? Y le digo, no tengo la menor idea. Soy la doctora Sazlavski y acabo de leer tu novela, la terminé ayer (risas). Así me pasa todo el tiempo.
– ¿Qué buscás como lectora, cuándo un libro te vuela la cabeza?
– Esta sintonía como de azar objetivo, con los libros también me pasa. Así encontré “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada”, era el libro que necesitaba leer en el momento vital por el que estaba pasando. Como encontrar un mejor amigo que sabe perfecto lo que te está pasando y lo describe, como un ángel guardián.
– ¿Qué ponés en juego cuando escribís?
– Cada nuevo libro pone en juego los anteriores, porque si te dijeron que el anterior era muy bueno, el nuevo debería ser una nueva apuesta. Es una intuición, ganas de seguirla y una apuesta. El riesgo de que digan que es una mierda y que debías haber seguido por el camino anterior.
-¿La literatura salva o pierde?
– Más bien, expande la conciencia. Es como hacer una conexión íntima, profunda y de resonancia, un lazo de intimidad tan fuerte que tu vida cambia, se modifica. Como si un objeto te cambiara la trayectoria. Y así pasa con algunos libros. A nivel vivencial. A nivel profesional, es muy parecido. Uno trata de encontrar cosas en el estilo, en el tono, en la estructura, buscando temas para sus libros, y de pronto un libro te dice: es así como puedes contar esta historia. Me pasó con Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Yo leí ese libro y dije, quiero ser Murakami.
– ¿Buscas cómplices?
– No busco, llegan. Cuando no siento que hay algo profundo, una conexión con lo que estoy leyendo, dejo el libro, por importante que sea. No quiero que ocupe un lugar que es para otro.
Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/22719
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