"Por último los quiero acercar a mi idea de “La arquitectura de la mentira”. Es sencillo: uno construye un texto de ficción de la misma manera en que un arquitecto construye una casa. Uno quiere transmitir intacta una emoción y elige para hacerlo el mejor camino: la mentira. Si la mentira es hermosa puede que suceda el hecho estético, si sucede hay arte, hay narrativa de calidad. Los cimientos, las paredes, los techos de esta casa no pueden ser meros adornos, meros impactos decorativos, globitos de colores, tortitas para el té. No. Tienen que sostener lo que hay que sostener, tienen que resistir lo que haya que resistir. De esa manera se construye un texto literario, cumpliendo rigores, salvando exigencias. La belleza hay que encontrarla ahí, la pintura al final, los colores como resultado de la concepción de un todo, no para tapar lo que al primer portazo se nos caería encima y nos dejaría sepultados bajo una pila de mampostería barata. Si se escribe desde lo profundo de nuestro ser (de nuestra soledad) no hay riesgos, lo garantizo. Si se escribe en una mesa de un café de Palermo imbécil, levantando la mano cada vez que alguien nos saluda como si fuéramos una especie de Papa, con nuestra notebook reluciente y nuestro ego más erecto que el obelisco, estamos listos. Nada de mierdas a la hora de escribir. Que suenen las teclas de una vieja Hermes 2000 o una Undewood. Ampollas en los dedos, hay que darle y darle a esa cosa, decía Boukowsky, y tenía razón. No se olviden que la casa que construyen no es para que el lector la mire de afuera, es para que la habite. Nada de trucos, nada de sorpresas. Hay que escribir horas y horas y si al terminar cada página uno siente que se ha quedado vacío, que no hay manera de seguir... a poner otra hoja, a mirarla un rato, que vamos por buen camino."
PABLO RAMOS
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