Me escapo de mis apuntes de linguística (total el parcial es recién el martes) para leer lo de Problemas de literatura argentina que rindo mañana. Flaca excusa. ¿Cómo no preferir a Borges antes que a Saussure, a Tuñón más que a Benveniste, a Girondo, a Quiroga, incluso a Mallea antes que los infumables de Halliday, Pinker y el alfabeto fonológico internacional?
Pero también me pasa otra cosa: estaba creyendo que mi alto nivel de emotividad, mi concentración de sentido místico, se debía a mi regreso del NOA. Sí, también. Pero no es nuevo que cada vez que me pongo a estudiar una de mis materias preferidas me salta sobre el cuerpo todo lo que he tenido tantos años guardado y esperándome, todo lo que siempre supe que era el centro de mi vida pero tenía escondido en los cajones (tantos tantos cajones y placares y mudanzas). ¿Cuándo fue que conocí a Juancito Caminador? ¿Fue cuando me reunía con aquel grupo en la biblioteca de la calle Honduras, en la casa de Carriego? Yo andaba con panza de Julián y la plaqueta que sacamos se llamaba La calle del agujero en la media. Tengo a alguno de aquellos poetas en el face, voy a preguntarles si se acuerdan de mí, de la que fui y que leía Tuñón y ahora ha vuelto.
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