Ayer
tropecé, caí en la vereda y me raspé las manos. Hoy resbalé, caí en el
borde de una pileta y casi sigo hasta el agua. Por suerte nadie me vio,
ni ayer ni hoy, porque las caídas fueron aparatosas y ridículas. Bueno,
hoy sí, me vio una paloma que tomaba agua casi al lado mío. "Tené
cuidado, no te vayas a caer al agua", dijimos a coro. Después nos
miramos a los ojos y sonreímos. (Las palomas sonríen, sí). Después ella
remontó vuelo. Yo no pude seguirla, pero la seguí un rato con la mirada hasta que se perdió atrás de unas casuarinas.
Hay muchas casuarinas por acá. Son árboles muy grandes con hojas en
forma de aguja. En esta época tiran un polvo amarillo muy molesto que
vuelve dorada el agua de las piletas. Como el polvo no se puede sacar,
hay que dejarlo ahí flotando. Al principio es de un amarillo muy intenso
y atractivo, pero con las horas pierde fuerza y se vuelve marrón. Nunca
hablé con ese polvo. Tengo la impresión de que el polvo, todo polvo, es
mudo, o muy tímido. Aunque sospecho que se maneja muy bien con lenguaje
de señas. También estoy bastante seguro de que el polvo y el agua se
llevan muy bien. Sobre todo si es polvo que flota o tarda mucho en
hundirse. Si yo tuviera que elegir entre ser paloma o ser polvo,
elegiría polvo. El polvo también vuela, y eso que no tiene alas. Estoy
convencido de que el polvo no es de este mundo y de que su medio de
comunicación verdadero no es el lenguaje de señas. Usa señas para no
presumir. En realidad, el polvo domina la telepatía.
La próxima vez que me caiga voy a pensar, mientras me esté cayendo, en todo lo que todavía nos queda por aprender del polvo.
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