RESEÑA: PIROTECNIA - HILDA MUNDY
"Los libros de la mujer rota"
es el nombre de la editorial chilena que decidió abrir su catálogo con
una reedición del único título en la obra poética de la orureña Laura
Villanueva (Hilda Mundy). El prólogo, en esta ocasión, lleva la firma de
Edmundo Paz Soldán y la presentación se realizará el próximo 15 de mayo
en Santiago.
A continuación, una
reseña/semblanza publicada hace varios años en LA RAMONA y el
desaparecido (y extrañado, por supuesto) FONDO NEGRO.
LOS MUNDOS DE HILDA MUNDY
Mijail Miranda Zapata
El
28 de enero de 1982 moría en la ciudad de La Paz, en la Casa del Poeta,
la escritora orureña Hilda Mundy (N. del a. El texto fue publicado en
conmemoración de esa fecha). La primera edición de su Pirotecnia,
publicada en 1936, fue apenas reeditada en 2004 dentro de la colección
Papeles de Antaño, de La Mariposa Mundial (con la producción de Plural
Editores). Si bien un año antes Blanca Wiethüchter, en el primer tomo de
Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia (La Paz:
PIEB, 2003), había visibilizado y reivindicado su obra, no caben dudas
de que la publicación de 2004 representó el verdadero acercamiento del
legado de Laura Villanueva (Hilda Mundy) a las nuevas generaciones.
Sigue esta misma senda el libro de ensayos y antología de Eduardo Mitre Pasos y voces
(La Paz: Plural, 2010), en el que la poeta orureña ocupa un lugar
decisivo, entre otros ocho vates nacionales, en la construcción del
imaginario poético contemporáneo.
Comprender la obra de Hilda Mundy resulta dificultoso, darle alguna interpretación concreta representaría un atentado en contra de sus valores estéticos. Incluso un simple acercamiento reviste una complejidad que trataremos de sortear desde nuestra subjetividad, con la admiración que sentimos hacia su trabajo.
“Ensayo
miedoso de literatura ultraísta”, nos advierte el subtítulo de
Pirotecnia. A pesar de lo mencionado, la complejidad de su escritura no
reside en la estructura metafórica del conjunto, que si bien es
enrevesada presume claridad y asequibilidad para el lector, sino en sus
diversos ejes temáticos y lo incómoda que resultó su mirada en aquel
tiempo y aún en el nuestro.
SIN MÁSCARAS
Uno de los pilares
fundamentales en la escritura de Mundy yace en su atracción por las
formas, trascendiendo lo meramente escritural, bordeando lo somático y
biotípico. Clara muestra de ello resultan ser sus poemas en los que
resalta las virtudes físicas de lo flemático y la ridiculización
persistente de las formas rechonchas. “La anemia… la clorosis… son
enfermedades líricas…”. Esta relación se expresa también en su
predilección por el uso de los paréntesis, la bastardilla, o sus
preferidos puntos suspensivos. Esta asociación simbológica, entre formas
humanas y ortográficas, sintetiza perfectamente la propuesta de Mundy,
siempre preocupada por las formas y sus contenidos. El cimiento de su
prosa poética yace entre la geometría de los cuerpos, la arquitectura de
la ciudad o el simple ordenamiento de las cosas. Líneas y puntos. “Un
can flaco puede parecerse a una mujer esbelta. /Un caballero a un
losange de mosaico”.
La orureña plantea una
poética de lo cotidiano, de su monotonía y sus destellos, siempre dentro
del contexto citadino. Jamás excede el territorio urbano. Esta
demarcación, sin embargo, no es aplicable a los límites de la
temporalidad que parecen ser desbordados inexpugnablemente por el
volumen de la obra. Esta capacidad de vigencia, silenciosa y póstuma, es
una de las mayores virtudes de Mundy. Además, su mirada de la ciudad
compuesta por un entramado metafórico diverso, inyectado de potente
ironía, es otra de las armas de las que se vale para destruir y
deconstruir el espacio que habita. Recordemos que Mundy escribe desde el
confort de una clase media pujante en una ciudad de crecimiento
económico considerable. Claro que, siempre yendo contracorriente, no
adopta posturas falsas, ni mucho menos intenta identificarse con la
marginalidad suburbana, tan explotada años después por aquellos que
Virginia Ayllón denominaría “escritores borders de moda”. Librada de
toda máscara, y con la legitimidad que otorga la sinceridad, Mundy rompe
con todo. Parece dispuesta a destruir cada pequeño detalle del mundo.
Aunque sus textos hablen de una aversión hacia la gula, no hay duda de
que experimenta una antropofagia compulsiva. Devora miradas, posturas,
formas, colores, cuerpos, geometrías, defectos y virtudes, todo a su
alrededor y sin ningún tipo de contemplaciones. Cada una de las páginas
de Pirotecnia exhala transgresión. “El único papel algo digno de
envidiarse es el del agitador anarquista de pasta destructora”. Y esta
vocación destructora no parece ser un mero capricho artístico, sino una
postura frente a su generación.
La Mundy supo plantear
con osadía, en los inicios del siglo XX, conceptos que a la larga
terminarían siendo vanguardistas. Se adelantó a la revolución sexual,
supo prever que el cuerpo femenino sufriría una transmutación de
artículo privado del hogar a objeto sexual público. “El escote es una
pieza desenvuelta un poco por un lado y en que los clientes van tocando
cuidadosamente con las yemas de los dedos para saber qué calidad
tiene”. También cuestionó las corrientes feministas emergentes, y su
tendencia a equipararse estúpidamente a la figura masculina: “La mujer
fichada en 1936-37 se siente sufragista… aviadora… locomotriz…
concertinista… boxeadora…” y complementa este párrafo con una fatídica
sentencia: “Tiene el don singularísimo de haber reemplazado
al corazón con una máquina portátil de calcular…”. Claro que, desde
otra perspectiva, reivindica la figura femenina moderna, su retorno a
formas primarias y poderosas, imponentes, matriarcales, a la esencia
misma de la feminidad: “La mujer felinamente bella —por un atávico resto
de sadismo— colora sus uñas de un cutex sangriento”. Y así sigue su
crítica, como un cáncer, término usado por ella misma, consumiéndolo
todo. Cuestiona ácidamente la familia, esboza una infantofobia, quizás
conociendo la predestinación de sometimiento y encierro que representa
para la mujer la crianza de los niños. La lotería del matrimonio, dice,
tiene como premio a los hijos con “berridos de cochinillo, con alborozo
y… cuenta del doctor ginecólogo…”.
En plena explosión
desarrollista, la Mundy encaró también a la modernidad. Interpeló la
acelerada e intempestiva urbanización de Oruro. Un bello y triste
ejemplo del agobio sufrido por esta violencia se evidencia en el poema
Quince: “Los árboles de las avenidas son pálidos, nostálgicos,
extenuados de recuerdo (…) cansados de ciudad, enfermos de exhibición,
piensan en el bosque secular… inmenso… virgen… de sus antecesores”. E
incluso llega más allá, cuestionando los reposicionamientos provocados
por la proliferación del hierro y el pavimento, por la enajenación de
las sensaciones, de la vida misma. “La era maquinista hará del mundo un
encantamiento en hierro. / El hombre acabará por lubrificarse y medir su
capacidad de consumo”. Es factible, también, realizar un acercamiento
más íntimo entre Mundy y su ciudad. El universo de la poeta está signado
por los procesos infringidos por el tiempo en el corazón de lo urbano.
Esta dimensión poeta/ciudad es modelada con recelo y encarna un
pesimismo que, disimulado gratamente con humor corrosivo y sugerente,
desintegra con facilidad los preconceptos del lector desprevenido. Al
leer Pirotecnia se corre ese riesgo, el de incendiarnos y estallar en
pedazos para terminar siendo “apenas nada”. El conocimiento aniquilado
por las sensaciones. También ridiculiza y pulveriza los conceptos de
propiedad privada, la exaltación de la individualidad y los consecuentes
sentimientos de inseguridad, ambición y avaricia. “El inventarista del
precinto debió sufrir de desconfianza aguda y una vez descubierto y
patentizado su invento (…) colocaría precintos al filtrador (…) a la
virtud de su mujer, a las vidrieras de la alacena, etc., etc.”.
PESIMISMO Y REVELACIÓN
Así, en el contexto de un
futuro aletargado por los vicios del consumo salvaje, el vértigo de la
novedad y la paradójica inapetencia de la rutina, bajo el yugo de
sistemas diseñados para ejercer el poder y sufrirlo (“¡Qué simetría, qué
exactitud ‘reglada’ existe en una caja de sardinas!/Su lema: ‘Pies con
cabeza’ nos sirve de enseñanza acomodaticia en muchas circunstancias de
la vida…”), nace un ente dual. Este géminis oscilante entre la
fascinación por la modernidad, acuciosamente detallada por Mitre, y el
desprecio por la súbita maquinización de la vida (“En el automóvil nace
el desenfreno. Los que caminan en él acostumbrados al derrumbe de
paisajes anhelan aún el derrumbe de la humanidad”) advierte uno de los
rasgos esenciales de la Mundy: el halo pesimista que la envuelve. Cabe
aclarar que este pesimismo no encarna un burdo lamento sino más bien una
revelación. Es así que esta convicción se extiende a su obra misma. En
la composición XXIX, la imposibilidad de erguirse en medio de sus
influencias y el porvenir, de hallar una personalidad propia, una lengua
íntima, no representa una frustración, es en realidad un llamado a
traspasar los límites formales del conocimiento en pos de un
renacimiento, más cabalmente de una reencarnación. “[Somos] Chiquillos
que entonando o desentonando silbamos ajenas coplas!...”. Estos versos
pueden ser, aunque asignados arbitrariamente, complementarios a la
estrofa final de Pirotecnia: “Y es que cuando en arte son tres… y dos…
quieren hacerse dioses… el tercero siendo genio calla… porque callarse
es hacer florecer el pensamiento en la ruta de la perfección”. Entonces
el silencio y la voz de nuestra memoria parecen ser los caminos a
seguir.
Por otro lado, esas
influencias, tan necesarias como se ha visto, son detalladas en todos
los estudios elaborados previamente. Sin embargo, considero que se hace
una omisión. Se olvida que en Pirotecnia se rememora a Mallarmé
(DADOS/DADOS/DADOS […] LOS DADOS/ Siempre incólumes. Siempre en compañía
del hombre disparando las flechas de sus números a los cuatro puntos
cardinales”. El francés es obviamente muy cercano a ella, en cuanto
ambos quiebran tradiciones, y reinventan las formas expresivas y
discursivas del lenguaje, incluso puede hallarse alguna vinculación
filosófica entre ellos. “Siempre, siempre huyamos de la prosa vieja y
severa, de la seriedad, del sabihondismo(…)”. Será otro espacio el que
permita realizar mayores indagaciones.
EL SILENCIO DE LOS MUNDOS.
Se han hecho múltiples conjeturas
respecto de la desaparición de Mundy. No siempre acertadas. Eduardo
Mitre en su ensayo “El enigma de Hilda Mundy” la figura como una
neurasténica altamente creativa, que no tuvo la lucidez de encontrarse a
sí misma, ni vislumbrar sus aspiraciones. Wiethüchter propone
determinantes más coyunturales, su entorno familiar, intelectual e
incluso la realidad nacional del momento. Virginia Ayllón, en cambio, se
acerca más a la verdadera esencia de esa reclusión en el mutismo, en su
ensayo De la nada al venerado silencio: “¿qué es esta propuesta
si no el decir que transcurre del escritor, para luego, limpiar, para
luego purificar, refinar, reducir… para luego desaparecer, para luego, y
al fin, ser silencio?”. No podríamos ir más allá en el afán de
dilucidar las verdaderas intenciones de Laura Villanueva. Nos resta
decir que nuestra poeta escribió viendo el mundo mucho más allá de sus
días y su silencio no es más que la reafirmación de su propuesta. Los
consentidos de Mundy, los Puntos Suspensivos, sintetizan perfectamente
toda la obra e incluso la figura mítica que se ha ido levantando con el
cimiento de Pirotecnia. Estos suspenden, su nombre mismo lo dice, la
existencia total a un espacio etéreo, sin restricciones, proporcionan
múltiples posibilidades de interpretación. Más allá del entendimiento
mismo, cada punto contiene una visión, una vida, un mundo. Ése el
misterio de Hilda Mundy, que aflora como el eslabón perdido de nuestra
literatura. Así, el silencio de la Mundy es el silencio de los mundos...
NOTA:
Las similitudes y acercamientos a lo escrito por Blanca Wiethüchter
responden a fenómenos inexplicables. Cualquier acusación de plagio será
recibida sin recelo.
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