19 de Abril de 2015
Teatro
Para huir de los estereotipos
La autora y directora de Ya vas a ver analiza tres puntos presentes en su obra teatral: la violencia de género, la desigualdad jerárquica entre sexos y la problemática de la violación.
La violencia de género es una problemática compleja, cuya existencia se funda básicamente en la desigualdad jerárquica que existe entre hombres y mujeres. Desigualdad que viene construida culturalmente y que es legitimada y reproducida por las propias organizaciones sociales. En estas organizaciones coexisten hombres y mujeres que mantienen y transmiten esa desigualdad.
En 2006, la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció que la violencia contra mujeres y niñas es una de las violaciones a los derechos humanos más sistemáticas y extendidas. Está arraigada en las disposiciones sociales construidas en base al género más que en acciones individuales o acciones al azar; trasciende límite de edad, socioeconómico, educacional y geográfico; afecta a todas las áreas de una sociedad.
La violación forma parte de esta estructura de subordinación, que es anterior a cualquier escena que la dramatice y le dé concreción.
Con la modernidad y la consiguiente exacerbación de la autonomía de las mujeres, la tensión control y poder dentro del patriarcado se agudizó.
Como directa consecuencia, en los últimos tiempos se incrementaron los femicidios: asesinato cometido por un hombre hacia una mujer a quien considera de su propiedad.
En el año 2013, cada 30 horas fue asesinada una mujer por violencia sexista. Del 1º de enero al 31 de diciembre, hubo 295 femicidios de mujeres y niñas. Y 1.236 muertes, en cinco años (2008-2012). Estos son datos del Observatorio de Femicidios en la Argentina Adriana Maricel Zambrano, dirigido por la Asociación Civil La Casa del Encuentro.
El informe Las Mujeres m.i.d.d.e.n, acerca de los casos de violaciones, tiene un texto que pone en foco el llamado consentimiento. Se expresa en el mismo que el delito de violación no exige en todos los casos el uso de la fuerza, quedando también incluidos dentro de esta tipificación los supuestos en los que se concreta el acceso carnal con el consentimiento (viciado) de la víctima, ya sea porque por cualquier causa ésta no se encontraba en condiciones de consentir libremente a la acción, o bien porque la acción recayó sobre una persona menor de 13 años, en cuyo caso la ley entiende que no puede existir consentimiento válido.
La violación también fue práctica usual en el terrorismo de Estado. Ahora, finalmente, se logró que se la considerara crimen de lesa humanidad. Antes, quedaba en el terreno privado y se consideraba con la figura legal de “tormentos agravados”.
María Sonderéguer (Universidad Nacional de Quilmes) investigó la violación en contextos represivos y dice: “La agresión sexual se inscribe como una ocupación del cuerpo, como la conquista del territorio enemigo”.
“En el centro clandestino que funcionó en la ESMA no había margen para decidir lo que sucedía en nuestro cuerpo”, dijo Miriam Lewin, sobreviviente de la ESMA.
Lo mismo ha sucedido y sucede en las guerras y confrontaciones armadas. Se conquista el territorio y, junto con él, los cuerpos de las mujeres.
Además, el uso y abuso del cuerpo del otro sin su libre consentimiento puede darse de diferentes formas, no todas igualmente observables.
En muchos casos, como se manifiestan desde formas encubiertas, perversamente sutiles, terminan siendo naturalizadas, aun cuando son conductas decididamente violatorias de la integridad de la mujer.
Cuando se habla de números y estadísticas, hay que hacer un esfuerzo, me lo digo a mí misma, para intentar experimentar, rozar, acaso, la abrumadora constatación de que estamos hablando de vidas.
De historias de vida. Como mujer y como dramaturga comprometida con temáticas como la violencia, los mecanismos del poder autoritario y la sumisión, me he propuesto investigar el enigma que plantea el comportamiento de un violador frente a su víctima, y el de la víctima frente a esa circunstancia desesperada, traumática.
Comparto la visión de algunas investigadoras y teóricas sobre el tema, quienes no ven la violación como una consecuencia de patologías individuales ni, en el otro extremo, un resultado automático de la dominación masculina, sino como un mandato. Un mandato dentro de la estructura patriarcal que atraviesa todos los órdenes de la vida privada y pública.
Me fueron de gran ayuda teórica dos libros: El enigma sexual de la violación, de Inés Hercovich, y Las estructuras elementales de la violencia, de Rita Laura Segato.
El acto de violar puede estar motivado, entre muchas otras causas, en una demostración de virilidad ante una comunidad de pares. En la agresión o afrenta a otro hombre cuyo poder es desafiado y su patrimonio usurpado mediante la apropiación de un cuerpo femenino. En un castigo o venganza a la mujer. En un acto disciplinario y de subordinación. Este es el caso de mi obra Ya vas a ver.
Un hombre, por la fuerza, lleva a una mujer a un lugar desolado. “Donde no pasa nadie”, le advierte. Su mano sostiene una soga que en el otro extremo está atado al tobillo de ella.
El hombre tiene unos treinta y tantos años. Aspecto de oficinista. Camisa blanca, pantalón oscuro, lleva el saco en la mano.
Ella también tiene esa edad, y está vestida con pantalones ajustados, de cuero, una remera negra, una camisa de seda, un pilotín negro y botas. Es elegante y bella.
Al inicio, él se presenta como Juan Vidrio. “¿Viste cuando uno mira a través y sigue de largo…?”, dice.
Cuando él se le acerca, ella le pide que no la lastime. Él le dice que no piensa lastimarla, que la quiere hacer gozar.
A partir de ahí, una serie de situaciones despliegan la trama.
Él ya la conoce de antes. No fue una elección azarosa. Trabajan en el mismo lugar. Ella, en el quinto piso con los ejecutivos. Él, en el primero, con los perejiles que sueñan con llegar al quinto.
Hubo una circunstancia previa, que él le recuerda, donde ella lo humilló, y esto se suma a que “durante meses, entrábamos y salíamos por la misma puerta... ¿Ves? Son líneas paralelas que no se tocan”. Mucho tiempo recorriendo los mismos lugares, pero nunca se tocan. Pero de pronto una de las líneas se harta, pierde el control y descarrila... y se le viene encima a la otra, la atropella. ¡Ahí sí se encuentran!
El que ella nunca lo registre, que no lo mire, que no le quede ninguna impresión, habiéndose cruzado muchas veces en el lugar de trabajo, hace fermentar la pasión del resentimiento, el dolor por ser invisible a sus ojos, la herida narcisista en su hombría y, finalmente, la venganza.
La mujer, en algún momento de su pesadilla, consiente con el fin de preservarse. Como forma de resistir. Cede una parte para no perder todo.
Y es ahí donde la propuesta despliega algunos interrogantes y expone los límites complejos, difusos, inquietantes que existen entre lo que se considera social y legalmente una violación y un encuentro sexual con una mujer que consiente. Que, por miedo, consiente.
Los “expertos” en el tema dictaminan que cuando hay consentimiento no hay violación. La obra pone en tensión ese dictamen y propone que, aunque haya consentimiento, también puede tratarse de una violación.
En mis propuestas escénicas, la intensidad de los cuerpos actorales es un objetivo primordial. Así es como concibo la producción del lenguaje escénico. Mi función es seguirlos en sus ritmos, secuencias, estallidos.
En sus reverberaciones, ecos, contagios, deslizamientos, fisuras.
La acción dramática está siempre implicada en el decir. El texto, en lo que se efectúa.
En este caso específico, al explorar un tema tan enigmático y complejo, quise profundizar, bucear, aún más en esa vertiente, la que distingue dos cuerpos conmocionados. Hondamente afectados.
La puesta es despojada, funcional, y el espacio podría ser un no-espacio, un vacío que es colmado, invadido, arrasado por un hombre y una mujer.
Luces que atraviesan diagonal y lateralmente el espacio y logran el efecto de transformarlos a ellos en una visión intermitente. Cajones de fruta apilados en los rincones.
En ese pequeño y acotado cuadrado, que se asemeja a un ring, es donde las luces y sombras se alternan junto a respiraciones agitadas, murmullos, chistidos. Y es ahí donde los cuerpos ejecutan una danza violenta al ritmo del poder y la resistencia.
La duración de los ensayos fue de cinco meses. Iniciamos el trabajo improvisando situaciones análogas. Exploramos, sobre todo, los mundos emocionales, psíquicos y corporales de ambos personajes.
El hombre, que decide quitarse de encima las prohibiciones y se dispone a perpetrar una situación de abuso. La mujer, forzada a un comportamiento contradictorio entre el miedo y el fingimiento, entre la rebeldía y el consentimiento. Comprender, desde lo visceral, que en muchos casos, diría en la mayoría, prima fundamentalmente el instinto de supervivencia.
Una vez habitados los personajes, comenzamos a trabajar ya con el texto y, simultáneamente, fueron surgiendo las acciones y, con ellas, las ideas de puesta.
La obra, seguramente, generará debates y muy diferentes percepciones. De eso se trata. De huir de los estereotipos y de los conceptos generalizados que buscan evitar la reflexión y su posibilidad de cambio.
Nos preguntamos por qué y cuándo se abre la caja negra de la fantasía para que el acto violento se instale en las relaciones personales.
Nos preguntamos en qué momento cae la barrera del imaginario y se desencadena el acto cruento.
Ya vas a ver. Domingos a las 19 en El Camarín de las musas (Mario Bravo 960, CABA)
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