Llama
clienta nueva, recomendada por una tal Perla, que obviamente no sé
quién es pero gracias, Perla. Es una rareza de fines de abril, aunque
puede pasar. ¿Quién piensa en su pileta en abril?, más vale olvidarla,
¿no? Me dice la dirección y aclara: al lado del Pago Fácil. Me ilusiono.
Quizá esta sea una clienta que paga fácil. Pero después aclara: al lado
del gimnasio, y me desilusiono. Odio los gimnasios. No hay mejor
gimnasia que la de limpiar piletas todo el año. No pienso
hacer otra gimnasia para cobrar. Mis músculos no necesitan músculo,
bastante viril estoy a pesar de todo. Mis músculos necesitan dinero y
caricias, palmaditas en la espalda, crema en las rayaduras que me hacen
el sol y los alambres oxidados.
Quedo en ir el miércoles. Faltan
dos días. ¿Cómo será ese lugar? ¿Cómo será vivir entre un gimnasio y un
Pago Fácil? Le voy a preguntar a mi nueva clienta si alguna vez soñó con
esa realidad tan contundente. Quizá me diga que sí. O que no le
molesta. O que no lo soporta. Quizá todos podamos soportar algo como
eso. En una época yo viví arriba de un bar. Después me mudé y el bar se
convirtió en una funeraria. ¿Qué pasaba si no me mudaba? ¿Por qué me
mudé? Cada vez que paso por ese lugar pienso en la gente que vive donde
yo vivía. ¿Quiénes son? ¿Se parecen a mi nueva clienta o se parecen a
mí? Una vez me quedé esperando en la puerta. Quería conocerlos. Esperé
un buen rato. Nadie apareció. Me aburrí y me fui. Quizá yo mismo vivía
ahí adentro, todavía.
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