sábado, 12 de agosto de 2023

Las sillas del comedor y la Vía Láctea están conectadas de un modo más estrecho

 Conviene, en todo caso, estudiar filosofía

después de los cincuenta. O al menos, armar un modelo
de sociedad. Antes se debe
aprender a hacer sopa, a freír (o a pescar)
un pescado, a hacer un buen café.
De lo contrario, las leyes morales
huelen a cinturón paterno o a traducción
del alemán. Hay que aprender primero
a perder las cosas, en vez de a adquirirlas,
odiarse a uno mismo más que al tirano,
apartar durante años la mitad de tu mísero sueldo
para pagar la renta, antes de razonar
sobre el triunfo de la justicia. Que llega siempre tarde
con un retraso, al menos, de un cuarto de siglo.
Conviene estudiar la obra de un filósofo a través del prisma
de la experiencia, o con ganas (que es casi lo mismo),
cuando las letras se derriten, o cuando una dama
desnuda sobre las sábanas arrugadas vuelve a ser
una foto o la reproducción
del cuadro de un pintor. El verdadero amor
a la sabiduría no pide ser correspondido
y no termina en boda,
como ese ladrillo publicado en Göttingen,
sino en la indiferencia hacia uno mismo,
en el color de la vergüenza --en elegía, a veces.
(Suena el tranvía en algún sitio, se te cierran los ojos,
los soldados regresan, cantando, del burdel;
sólo la lluvia nos recuerda a Hegel).
La verdad es que la verdad
no existe. Ello no nos libera
de responsabilidad. Sino por el contrario:
la ética no es más que ese vacío,
que la conducta humana llena continuamente;
no es más, si les parece, que el universo mismo.
Y los dioses no aman la bondad por sus ojos bonitos,
sino porque, de no existir el Bien, ellos no existirían.
Así que también ellos rellenan el vacío,
quizás de una manera aún más sistemática
que la nuestra, pues en nosotros
no se puede confiar. Aunque ahora somos más
numerosos que nunca, no estamos en Grecia:
nos arruinan las nubes bajas, y la lluvia, como he dicho antes.
Hay que estudiar filosofía cuando
ya no necesitas la filosofía. Cuando adivinas
que las sillas del comedor y la Vía Láctea
están conectadas de un modo más estrecho
que las causas y efectos, más que tú y tu familia.
Que lo que las constelaciones y la sillas
tienen en común es que son insensibles, inhumanas.
¡Es un lazo más fuerte que la sangre
o la cópula! Por supuesto, no debemos
tratar de parecernos a las cosas. Por otra parte,
cuando estás enfermo no es imprescindible sanar ni preocuparse
por la propia apariencia. Esto es lo que se aprende
después de los cincuenta. Y es también la razón por la que al vernos
en el espejo a veces confundimos la estética con la metafísica.



Joseph Brodsky, Intervención en la Soborna.


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Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...