LIBROS
La audaz novelista Guadalupe Nettel investiga sobre la naturaleza de la maternidad en ‘La hija única’, su nueva novela
Un embarazo con mal pronóstico, un hijo que sufre el abandono de su madre, un pájaro que anida el huevo de otro… Guadalupe Nettel ensambla en su nueva novela, ‘La hija única’, varias historias que confluyen en un mismo destino: las múltiples interpretaciones de la maternidad
La maternidad, concebida de múltiples formas, envuelve la delicada y atinada prosa de Guadalupe Nettel (premio Herralde de novela en 2014 por Después del invierno) en su nueva novela, La hija única (editada por Anagrama), escrita “con urgencia” para abordar los sentimientos generados por un evento real: el de la felicidad por el embarazo (muy deseado) de una amiga y la desolación al descubrir que el bebé nacería con escasas oportunidades de supervivencia (y, en caso de producirse, sería como un vegetal). A partir de esa experiencia personal e íntima, Nettel traza todo un complejo entramado de féminas (feministas) que abordan la maternidad desde ángulos opuestos y, en apariencia, irreconciliables. Nada más lejos de la realidad. Ni de la ficción.
¿Cómo sentiste la necesidad de abordar el tema de la maternidad en tu nueva novela?
Fue una escritura urgente. Después del invierno se coció como a fuego lento, llevó mucho tiempo [aproximadamente una década], por eso los personajes van cambiando y madurando en su forma de ser. Aquí, el detonador fue una historia real que le ocurrió a una amiga, a la que le dedico la novela y le doy las gracias. Era urgente para mí entender lo que le había pasado y cómo lo estaba llevando. Fue un proceso que hice con ella. La entrevisté varias veces, sabía que yo estaba escribiendo sobre esto. Le pareció bien porque, de alguna manera, la historia, su experiencia quedará en algún lugar. Entonces empezaron a entrar otras historias. Mientras yo escribía su historia, llegó la de Doris y Nicolás [vecinos de la protagonista] y después la de los pájaros, que sí tenía que ver con un nido de palomas que había realmente fuera de mi casa. Sentí que eso también había que incluirlo.
Además, estaba todo el movimiento feminista (y sigue, por suerte) en México, muy efervescente. Yo asistí a esas marchas, estaba mucho más implicada de lo que mis personajes están, y quería incluir este ambiente, que entrara en el texto y se volviera una novela de personajes femeninos.
Abordas la maternidad desde puntos de vista tan insólitos como el del nido de palomas que la protagonista tiene encima de su balcón y el pájaro ajeno que deja sus huevos para que las palomas lo críen…
Son parásitos, se llama parasitismo de puesta. Estas hembras tienen la necesidad biológica de ser madres, pero también la misma necesidad biológica de no cuidar a sus crías. Me gustaba la idea de hablar de esa diversidad en la naturaleza, porque siento que los seres humanos somos muchísimo mas limitantes en nuestra manera de concebir el mundo (lo que es posible, lo que no es posible…). Mucha gente se ampara justo en los argumentos naturales para validar esta estructura: las hembras cuidan a sus hijos. Pues no, fíjate que no todas las hembras cuidan a sus hijos. Hay hembras que cuidan en grupo a sus hijos, también hay padres… pero va más allá, hay animales que son trans, verdaderamente: cambian de sexo, algunos varias veces al día. La naturaleza, justamente, al contrario de lo que creen los más conservadores, es un ejemplo de diversidad, de todo lo que puede caber en el mundo. Yo quería usarla justo para decir que la familia biológica, de dos padres con hijos, no es la única opción natural que existe. Todo es natural.
¿Hablas de la maternidad subrogada, por ejemplo?
Pues sí, de alguna manera. Más que subrogada, el caso de la protagonista es como si fuera una madre parásito, y el hijo [de su vecina] fuera un huevo parásito. En este sentido, ella cumple algún tipo de necesidad de cuidar al otro.
Pero la protagonista no tiene interés en tener hijos.
Comienza no queriendo saber de los hijos. No cambia de opinión porque se arrepienta de no querer ser madre, pero lo vive casi que a pesar de ella y lo disfruta a pesar de ella misma.
Vive, en cierto modo, en los márgenes.
Al decidir no ser madre, inmediatamente se coloca (o la sociedad la coloca) en el margen, porque cuando una mujer no quiere tener un hijo los demás dan por descontado que tiene un problema (físico, mental, un trauma…) o algo que le impide ser madre. Es una decisión que ella toma, como pueden tomar muchas mujeres, cada vez con más frecuencia: de forma racional decide no ser madre. La sociedad inmediatamente la sitúa en el margen.
En esta novela regresas a temas que te interesan especialmente: asuntos difíciles, muerte, hospitales, discapacidad…
Totalmente. Son parte de mis temas. La anomalía. Existe lo normal, existe lo anormal. Esa reflexión siempre me ha dado vueltas por la cabeza. ¿Qué es la normalidad? ¿Qué es lo anómalo? Y por eso voy a buscar en la naturaleza a ver cómo es. La respuesta que tengo es: aquí cabe todo. Todo es natural y todo existe.
No nos enfrentamos fácilmente a esa diversidad.
Siempre estamos llenos de prejuicios. A mí me gusta tratar de romper esos moldes y esos conceptos sociales y decir que las cosas pueden ser de otras formas. Me interesan también mucho los escritores que tratan de hacer eso. Me gustó mucho la novela de Cristina Morales, Lectura fácil, porque siento que lo rompe con martillo. Yo llego con cincel y le pego a un huevito, y ella llega con una especie de aplanadora… y esto me interesa mucho.
El huevito en este caso es enfrentarse a una muerte que no ha sucedido, pero que espera inminente, de una persona que todavía no ha nacido.
Eso es durísimo. El libro, y la experiencia de mi amiga a partir de la cual escribí, habla de lo impredecible que es en realidad la vida y cómo puede dar vueltas todo de un momento a otro. Creo que es una lección que tuvimos con la pandemia (que fue posterior a la escritura del libro). Para mi amiga fue una catástrofe así: cambió su mundo de un día para otro. Primero, cuando le dijeron que su hija, que había deseado tanto y tanto trabajo le había costado concebir, no iba a sobrevivir. Adaptarse a la idea, después de haberse hecho tantas ilusiones durante ocho meses o más, de que no iba a ser madre. Y luego, cuando le dicen que va a tener que cuidar una niña prácticamente vegetal el resto de su vida, que ni siquiera sabemos cuánto tiempo puede ser. Es como la lección que todos los místicos siempre tratan de hacer suya: la idea de disfrutar del día, nada es seguro, podemos morir en cualquier momento… Ella, verdaderamente, lo tuvo que encarar. Eran temas que me parecía importantísimo tratar: de un día a otro no sabemos qué puede pasar, hasta puede caer un meteorito en la tierra. Ahora lo tenemos como mucho más claro. Yo creo que vivimos con esta falsa seguridad de que el mundo es muy difícil cambiarlo, pero en realidad no.
Hay mucho de tu amiga en la novela, ¿y de ti? ¿Te identificas con la protagonista?
Más o menos. A diferencia de lo que ocurre en la novela con la protagonista, yo tengo dos hijos, soy madre y lo decidí. Todo lo que hay sobre la amistad y el apego hacia vivir con otra persona, acompañarla de muy cerca en su sufrimiento y alegría… todas estas reflexiones acerca de la amistad son propias. No se puede escribir de eso así si no se ha vivido. Y también la experiencia de salir a la calle para pedir en México que haya respeto hacia las mujeres, explicar la rabia que de alguna manera tienen estas mujeres, el hartazgo de los feminicidios en México. Eso es totalmente mío.
Curiosamente, es la madre de la protagonista la más próxima a estos movimientos feministas…
La madre era un personaje previsible, que cumplía con el estereotipo de madre, y quería que una mujer así pudiera también involucrarse en el movimiento, en el que realmente hay de todo. Hay madres y hay abuelas. Y me gustaba poner a una mujer de otra generación en algo tan contemporáneo.
¿Con qué reflexiones sobre maternidad te has quedado tras la escritura, o cuáles quieres que queden patentes?
Deseo remarcar la idea de que se pueden construir otros modelos de maternidad. Me gustaría que hubiera algo más colectivo, una crianza más colectiva. Una especie de cofradía de mujeres que pudiéramos entre todas ocuparnos de la crianza, un poco como pasa en algunas sociedades de África. No solo de los hijos, también de otras personas que están deprimidas o solas. Me interesa mucho este modelo danés de casas para personas que necesitan compañía y al mismo tiempo un espacio privado. No hablo de comunas hippies, sino que tengamos espacios en los que podamos ocuparnos más de los demás.
En pocas generaciones se ha cambiado la visión que tenemos de la maternidad…
Creo que de más en más las mujeres se están dando cuenta de que tienen el derecho a decidir no ser madres. Y que es una responsabilidad grande reflexionarlo antes de decidirlo. No es algo inevitable, no tenemos que asumir esa imposición social o familiar, podemos decir ‘no, gracias’ con mayor libertad que antes. Hemos estado rompiendo el estigma. Y lo hemos hecho de manera colectiva, porque era muy fuerte. Se han escrito libros al respecto, manifiestos y todo tipo de ensayo sobre la maternidad desde sus lados más oscuros para que tomemos con mayor conciencia esta decicisión. También, somos más conscientes de que el hecho de ser madre no tiene por qué arruinarnos la vida, tenemos más libertad para seguir trabajando, hacer las cosas que nos interesan sin renunciar a todo. Lo hemos logrado, pero con mucho trabajo.
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