Por Ivana Romero
Fernanda Melchor: "Lo importante es contar una historia con honestidad"
"No creo en la literatura escrita por temas, sino en la que está basada en historias, en personajes con conflictos inmersos en escenarios específicos y que ponen en juego el enigma de la identidad y la existencia", dice en esta entrevista la autora de Temporada de huracanes (Literatura Random House).
Por Ivana Romero.
Hace algunos años, Fernanda Melchor leyó en un periódico de Veracruz, su ciudad natal, la noticia del hallazgo de un cadáver en un pueblo cañero. Se trataba de una mujer considerada bruja. La policía aseguró que ya había atrapado al asesino: un amante de años atrás que la mató al descubrir que ella había hecho un hechizo para que él volviera a sus brazos. “Me impresionó mucho lo rocambolesco de la historia, pero también me pareció sumamente interesante cómo todo el mundo —los periodistas, los policías, los testigo y los inculpados— podían aceptar a la brujería como causal de un crimen. Me propuse fabular y escribir sobre un lugar donde algo así fuera posible”, cuenta la escritora, que actualmente vive en el DF, México.
Ese es el germen de Temporada de huracanes (Literatura Random House), una novela vertiginosa y feroz construida a través de distintas voces que acrecientan rumores sobre la Bruja mientras delinean sus propios miedos y miserias en un pueblo marginal, La Matosa. Por debajo de esos relatos (regados de chismes, alcohol y drogas e, incluso, en el caso de los varones, habitados por un deseo homoerótico que se niega y se ejerce con la misma violencia), la trama se expande y envuelve a quien lea en una suerte de hechizo hipnótico.
También las mujeres (y las niñas) de La Matosa tienen una bravura que las hace despóticas, arbitrarias, contradictorias. Así aprender a sobrevivir. Mientras tanto, buscan refugio en la magia improbable de la Bruja. Esta mujer sin rostro —que quizás esconda en el patio trasero un tesoro, según las habladurías—, escucha las penurias de las prostitutas y de las vecinas que aspiran a la grandeza, calma las tundas de maridos celosos con ungüentos, practica abortos sin pedir explicaciones.
Nacida en 1982, Melchor es considerada una de las autoras menores de cuarenta años más destacadas de su país, según el Hay Festival, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta) y el British Council. A través de intercambios vía mail, la escritora responde las preguntas mientras termina una nueva novela. Por su ventana ve un cielo de un anaranjado ígneo mientras las luces se encienden en el cerro de Puebla, que alguna vez fue un volcán.
¿Cómo fuiste dando forma a La Matosa como el territorio donde se despliega el relato?
La Matosa tiene mucho de los pueblos cañeros de Veracruz que conocí a lo largo de mi vida, estos lugares siempre verdes, tremendamente fértiles, donde el calor es una presencia constante y agobiante. La Matosa es un collage de retazos de muchos pueblos, de la periferia del propio puerto de Veracruz, de los poblados que veía a la orilla de la carretera cuando viajaba, de ciudades centroamericanas como Managua o El Salvador, y por supuesto, también de lugares literarios, como Macondo, o el condado de Yoknapatawpha de las novelas de Faulkner, el Chaco de Luna caliente de Mempo Giardinelli, o el fundo El Olivo de El lugar sin límites de Donoso.
¿Cómo aparecieron la trama y sus personajes?
Poco a poco y con mucho trabajo, como en toda novela. Ya que estaba tratando de investigar a través de la ficción un asesinato verdadero, me concentré en la víctima y el victimario: la Bruja y Luismi, ese chico bravo que esconde una voz melodiosa, y la gente más cercana a ellos. Recuerdo que buena parte del material de las primeras versiones lo escribí como en una especie de trance, como si alguien, un coro formado por mujeres del pueblo de La Matosa quizás, me estuviera contando las historias del pueblo, de la gente, de los culpables y de la víctima; eran voces que se contradecían a sí mismas y a las otras, que se complementaban, que discutían entre ellas y defendían varias versiones. Me pareció que la novela debía ser un poco así, un chisme enorme que se fuera construyendo y rectificando a cada capítulo.
Esa oralidad vertiginosa me recordó a La maravillosa vida breve de Óscar Wao, la novela de Junot Díaz. En ambos casos, son relatos con muchísimos giros locales y sin embargo, conmueven a gente de todo el mundo.
Yo quería que la prosa de la novela tuviera un sabor decididamente jarocho, pero al mismo tiempo traté de buscar un balance para que resultara legible a pesar del caló. Más allá de los modismos (que pueden hacer que un texto caduque muy rápidamente), lo importante es contar una historia con honestidad.
Además de la Bruja, otras mujeres de la novela son bravísimas: la abuela que le corta el pelo a la nieta como castigo, privándola de su única belleza; la chica que se desangra en un aborto y es mal mirada por otras mujeres… Y a la vez, son capaces de actos de enorme dignidad. Creo que son las verdaderas protagonistas de la novela aunque sean los varones quienes van contando las historias.
Sí, en el corazón del crimen, del asesinato de la Bruja, está la decisión de una joven mujer que no quiere ser madre, y que está dispuesta a todo, incluso a morir, para no serlo, sin importar lo que los hombres esperan de ella. En mi primera novela, Falsa liebre (Almadía, 2013), los protagonistas son cuatro chicos varones, y tiempo después de que la novela se publicó yo pensé que en realidad no había logrado hacer que los personajes femeninos secundarios, las mujeres que rodeaban a estos cuatro chicos, fueran memorables. Aunque le tengo mucho cariño a Falsa liebre, siempre pensé que esa omisión había sido un error, un fallo mío, que me propuse enmendar en la siguiente. Por eso desde el principio supe que Temporada de huracanes tenía que tener personajes femeninos muy fuertes, igual de fuertes o tal vez incluso más que los varones.
En el caso de los varones, esa masculinidad exacerbada también esconde otros miedos. Sé que es una ficción, no un tratado sociológico, pero justamente por eso resulta tan interesante: no hay afán de moralidad sino la necesidad voraz de contar una historia. ¿Cómo lo ves vos?
No creo en la literatura escrita por “temas”, sino en la que está basada en historias, en personajes con conflictos inmersos en escenarios específicos y que ponen en juego el enigma de la identidad y la existencia. Contar una historia, comunicar una pequeña verdad, compartir una experiencia me importa muchísimo más que transmitir cualquier tipo de enseñanza o moraleja, o que aprovechar tal o cual tema de moda.
Además de escritora, sos periodista. De hecho sos autora del libro de crónicas Aquí no es Miami y profesora de literatura aplicada al periodismo en una maestría en Puebla.
Digo que soy periodista nada más para fastidiar a los periodistas, en realidad. Nunca he ejercido el periodismo en ningún medio; estudié la carrera en la Universidad Veracruzana y me enamoré del periodismo literario, pero muchas de las prácticas reales de la profesión me enferman. A mí me gusta contar historias, no entrevistar políticos. Y cuando he escrito periodismo me concentro en eso: encontrar la mejor manera de contar una historia real que me produce curiosidad genuina. En realidad encuentro poca diferencia entre ambas labores. Escribir sobre historias reales es mucho más emocionante y agradable que escribir ficción, es un poco como lo que yo imagino que es ser detective. Escribir ficción puede ser muy doloroso, hay menos asideros, pero la libertad que supone es, además de aterradora, embriagante.
Una gran poeta argentina, Diana Bellessi, dice que sin tener un oído en el habla cotidiana no hay poesía posible. Pensé en eso tras ver que también te interesa la poesía: Wislawa Szymborska, Anne Carson, Sylvia Plath… ¿esto es así?
A lo largo de mi vida siempre preferí la lectura de novelas por encima de cualquier género. Hace unos pocos años comencé a leer libros de cuentos. Justo ahora estoy con Que parezca un accidente, de la mexicana Elma Correa. La lectura de poesía es una cosa todavía más reciente, y debo admitir que es en parte por influencia de mi pareja, el poeta y narrador Luis Jorge Boone. Saboreo tan lentamente los poemas que a veces se me olvida seguir leyendo el libro; se queda por ahí abandonado mientras yo sigo clavadísima con un solo verso.
También difundís la obra de otras escritoras mexicanas como Marina Azahua y Brenda Navarro. ¿Podrías contarme qué te interesa de ellas y qué otras escritoras te interesan?
Marina Azahua es una ensayista de una inteligencia excepcional, y Brenda Navarro escribió una novela desgarradora que me la he pasado recomendándole a medio mundo (Casas vacías, de la editorial Kaja Negra, disponible gratuitamente en línea: http://kajanegra.com/casasvacias/). Me interesa mucho lo que hacen otras escritoras como Sara Uribe, Isabel Zapata, Mariana Orantes, Maricela Guerrero, Claudina Domínguez, Esther M. García, Abril Posas, Mariel Iribe Zenil, entre muchas otras.
¿Y escritores, además del gran Stephen King?
Este año voy a releer todas las novelas de Donoso. Y tal vez las de Faulkner. Y quiero leer por primera vez a Levrero, a Manuel Rojas y a Saer.
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