Poeta y pionera del feminismo
Teoría del vuelo: tres poemas de Muriel Rukeyser
"El universo está hecho de historias, no de átomos", creía Muriel Rukeyser (1913-1980), poeta estadounidense, activista política y pionera del feminismo en los 60', que publicó su primer libro de poemas, Teoría del vuelo, a los 25 años de edad. Aquí, tres poderosas piezas suyas en traducción de Alberto Girri.
Nacida en Nueva York en 1913, Muriel Rukeyser fue una figura clave de su generación poética pero además de los movimientos feministas de la década del 60, con un interés creciente por los problemas generados por la desigualdad social y el racismo a partir de la década del 30. Su activismo, incluso, le costó en cierto momento una estadía en la cárcel.
Escribió su primer libro de poemas con tan sólo 21 años, y lo publicó a los 25: Teoría del vuelo fue aclamado por la crítica.
Tomados de la antología de poetás norteamericanos que Alberto Girri compiló y tradujo en 1969 y publicó por Omeba, aquí van tres de sus poemas.
Dormida y despierta
Dormida y despierta, yo velo.
No he escrito nunca
lo que tengo que decir.
Ningún poema ofrece de mí
mi significado principal:
he danzado hacia mi denominación
y danzado a lo lejos.
Me muevo ahora a lo largo de mis sueños:
dejan pasar una procesión de
cambiantes imágenes.
Quiero decir el claro
el intrincado lugar del encuentro
de todas las cosas con todos los deseos:
cortados por el riesgo en la raíz
donde es dada cada cosa.
Los descubrimientos del niño,
las voces perdidas, el canto de todos
los que perciben su sentido.
Comienzan a cantar.
Mortal, despierta, canto y digo
que todo es inmortal, todo,
salvo la personalidad.
Sí, tu pasión, sí, el tiempo de una flor.
Muévete en todos tus significados,
ve alumbrado por muchos fuegos.
Profundos en los fuegos secretos
todos hablan a todos.
La vida profunda vive y muere,
varía, canta y canta.
Habla antes de que me duerma,
antes de que las consignas hayan sido dadas,
encuentro mi tiempo, y hablo,
llevada hacia el amor y la música,
música de formas y deseos.
Phaneron
Cualquier cosa que vaga en el aire viaja
sobre estos dolores, estas guerras y este bien.
Cualquier cosa que grita y cambia, vive y llega
más allá del umbral de los sentidos; conozco el nombre que traspasa;
en mi silencio, en el frío, avanza el grito del parto.
La sal de estas lágrimas blanquea mis pestañas.
Cualquier cosa que surca el cuerpo se transforma en comida:
delante de mi rostro, flores, color que es forma.
Gritos surcan el mar y el aire, se convierten en nacimientos
sobre la tierra sembrada de gente, florida de gente.
Un año se vuelve en su crisis. En su sueño.
Cualquier cosa que surca nuestros sueños es nuestra para darla:
el umbral surge y cambia.
Yo doy, yo percibo:
aquí están los dones del día que por fin se eleva;
sangre del deseo, surgimiento de la fe
más allá de nuestra furia y nuestros silencios.
Esfuerzo para entablar un diálogo
Habla. Tómame de la mano. ¿Qué eres tú ahora?
Te diré todo. No ocultaré nada.
Cuando yo tenía tres años, un niñito leyó la historia de un conejo
que moría, en la historia, y yo me oculté debajo de una silla;
un conejo rosado: era mi cumpleaños, y la llama de una vela
me quemó dolorosamente en un dedo, y me dijeron que fuera feliz.
Oh, trata de conocerme. No soy feliz. Seré sincera:
ahora pienso en velas blancas contra un cielo como música,
como alegres cuernos de caza, y pájaros levantando vuelo, y un brazo rodeándome.
Hubo alguien a quien amé, que quería vivir, navegando.
Habla. Tómame de la mano. ¿Qué eres tú ahora?
A los nueve años fui gozosamente sentimental,
fluída: y mi tía viuda tocaba Chopin,
y yo inclinaba mi cabeza sobre la madera trabajada y pintada, y lloraba.
Ahora quiero estar a tu lado. Me gustaría
unir de algún modo los minutos de mis días con tus días.
No soy feliz. Seré sincera.
He amado los focos de las esquinas del atardecer, y calmos poemas.
Ha habido temor en mi vida. Algunas veces medito
sobre qué tragedia fue mi vida, realmente.
Tómame de la mano. Aprieta mi mente en el puño de tu mano. ¿Qué eres tú ahora?
A los catorce años tenía sueños suicidas,
y me estaba junto a una alta ventana, al atardecer, esperando la muerte:
si la luz no hubiera disuelto nubes y llanuras en belleza,
si la luz no hubiese transformado ese día, hubiese dado el salto.
Soy desdichada. Estoy sola. Háblame.
Seré sincera. Creo que él nunca me amó:
amaba las playas luminosas, los labios de espuma
sobre las pequeñas olas, amaba el vuelo de las gaviotas.
Alegremente decía: Te amo. Trata de conocerme.
¿Qué eres tú ahora? Si pudiéramos tocarnos,
si estas nuestras separadas entidades pudieran estrecharse,
compenetrarse como las piezas de un rompecabezas chino... ayer
me encontré en una calle atestada, viva de gente,
y nadie decía una palabra, y la mañana brillaba.
Todos, en silencio, en movimiento... Tómame de la mano. Háblame.
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