jueves, 17 de septiembre de 2020

¿Qué es una vida sin callejones para perderse?

 

Foto de Lulú Urdapilleta, publicada en Máspormás

Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982) es poeta y narradora. Su libro Tránsito (Tierra Adentro, 2011) recibió el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada en 2012. Además es autora del poemario Miel en ciernes (2005) y del libro de relatos Las enemigas (Sexto Piso, 2017). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016 por el libro de poesía Ya sabes que no veo de noche. Ha sido becaria del Programa Jóvenes Creadores del Fonca en tres ocasiones.

En esta entrevista, Claudina nos cuenta acerca de los motivos y procedimientos de su escritura, haciendo un repaso sobre las búsquedas y experiencias que han definido la identidad de su creación hasta el día de hoy.

Hace ya trece años de Miel en ciernes, tu primer libro. ¿En qué han cambiado tus ideas sobre poesía desde entonces?
Creo que no sólo cambian las ideas sino las necesidades interiores en tanto qué quiero escribir. En ese libro me interesaba, sobre todo, demostrarme que podía escribir poesía.

¿Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro?
Muy atrabancado. Tenía veintiún años o veintidós, y venía de una etapa de mucha inseguridad en torno a mi capacidad creativa. Así que un día comenzaron a salir unos versos sobre objetos cotidianos, me emocioné con eso y terminé en dos patadas el libro… y luego me arrepentí bastante. Digo, no tanto como de decisiones vitales más erráticas, pero entendí tras publicarlo la importancia de someter a varios procesos tortuosos un proyecto literario.

Necesidad e intención. ¿Cómo operan estos dos factores en tu escritura poética?
Pues van de la mano, creo; no pienso que se les pueda diferenciar demasiado, a menos que tengas, además de mente de poeta, mente de ensayista. Yo pienso más intuitivamente, digo: “se me hace que lo que puedo escribir ahorita es un diario sobre sueños en los que cada poema es un sueño/pieza”. Si después de tres poemas sigo interesada, significa que a esta intención corresponde una necesidad.

¿Dónde se sitúa el factor impulso como componente de tu escritura en esta ecuación?
Supongo que al decir impulso te refieres a lo que antiguamente se le llamaba inspiración. Pues disciplino el impulso, pero de manera más específica que con la prosa. Escribo a lápiz, en un cuadernito para dibujo, en los Viveros de preferencia o si acaso en un café y estrictamente de día. Rehúyo de la penumbra, porque la poesía —sobre todo como yo la imagino— tiende a ser encarnada e intensa, entonces sí me da miedo —ésa es la palabra— escribir en la penumbra: sé que puedo terminar borrachísima. Y eso es inútil; escribir borracha o borracho es perder el tiempo; al otro día el 90% se va a la basura.

¿Cómo te relacionas con la idea de proyecto de escritura, dadas estas condiciones en la creación poética?
Yo me crie, literariamente hablando, en Jóvenes Creadores. Tenía veinticinco años cuando tuve por primera vez la beca y estaba por escribir Tránsito. Me tomé muy en serio que había que terminar el proyecto propuesto —luego entendí que esto no es tan estricto—, pero ese primer intento disciplinado de concluir un manuscrito y corregirlo y corregirlo y corregirlo, fue determinante para mí. Así que, aunque he tenido mis fracasos tanto en poesía como en prosa en torno al proyecto, a estas alturas ya sé con mayor certeza qué cosa me interesa escribir y me entusiasma la idea del libro unitario sin que por ello pida una beca. Por ejemplo, mis dos libros en prosa (Las enemigas y mi novela inédita), fueron proyectados como libros con un centro de gravedad desde un inicio y para ninguno de ellos pedí una beca.

Al leer tus poemarios Tránsito y Ya sabes que no veo de noche, no obstante que son presentados en una suerte de cajas que conglomeran fragmentos y versículos, por momentos es claro que te decantas por el poema en prosa y en otros por versos. ¿Qué determina esa alternancia formal?
La intuición y el prejuicio, pero un prejuicio al que no he intentado otorgar sesudas explicaciones. Me gusta que suene a verso, pero no me gusta el arreglo vertical del verso blanco en la página de un libro. Esto deriva en que, efectivamente, a veces puedo alargar descripciones “hacia la prosa” y a veces ser vehemente y tajante “como en el verso” y creo que con esta alternancia he podido expresar “el paisaje interior” que quiero transmitir a mis poemas.

En Tránsito haces un recorrido transtemporal de tu propia Ciudad de México, se trastoca el momento de tus impresiones con la historia que cada edificio y calle contienen en sí mismos. Pero estos poemas van más allá del testimonio o de la crónica. ¿Qué ganan esas travesías al ser escritas?
Pues yo gané con ellas en su momento. Entre los recuerdos más entrañables que tengo de hace una década están las travesías que hacía para escribir Tránsito. Me obsesioné mucho con ese libro, entonces tenía una hora del día de un determinado mes para hacer los recorridos porque tenían que “cazar” con cierta idea del transcurso del tiempo que había concebido para el proyecto. Se supone —no sé si ocurrió— que eso se debe ver y sentir en los poemas, quiero decir, la temperatura, la luz, esas cosas.

También has escrito narrativa. Considerando lo que hay de crónica y de anécdota en poesía, parece que hay una naturaleza complementaria en tu trabajo poético. ¿Es así en tu trabajo narrativo?
Un poco. En Las enemigas sí anduve buscando donde “echarle” metáforas y símiles. Con la novela que tengo inédita no ha sido posible —al menos no en la medida de la prosa poética de Las enemigas— porque necesito más velocidad y espacio para desarrollar los temas del personaje y porque de por sí la atmósfera ya es extravagante como para “echarle más”. Te digo, mi forma de creación es más intuitiva que reflexionada en términos estéticos, aunque esto conviva con la capacidad para imaginar los libros como proyectos, así que, en general, avanzo unos poemas o capítulos o páginas —en el caso de un relato— y ya voy viendo qué necesita el texto y en qué medida tengo que adaptar el estilo.

¿Qué le da la narrativa a tu escritura poética y que gana tu narrativa de la poesía?
La narrativa es fábula —aunque cuentes durante cien páginas que amaneciste enfermo—, así que cuando escribo un poema me imagino que detrás de él hay una historia que no necesita ser contada en su totalidad pero que vale la pena vislumbrar. La poesía le otorga a mi narrativa capacidad descriptiva y expresiva.

¿Cómo se diferencia tu proceso de escritura de un cuento  al de un poema? ¿De qué depende que te encuentres escribiendo uno u otro?
Del proyecto que me haya planteado. Escribo una cosa a la vez, si no me estresaría mucho. Los últimos años alterno un libro de narrativa y otro de poesía, así no me abrumo ni me aburro.

¿De qué maneras piensas en el lector en la escritura de narrativa y en la de poesía?
No hay uno solo en ninguno de los géneros. Cada libro es un tiro al aire. No sabes —de verdad no lo sabes— qué libro es el que lee cada persona que lee el libro que escribiste.

Alguna vez comparaste tu libro Tránsito con una maqueta. ¿Cómo concibes el inicio de un poema y la manera en que lo terminas?
Lo imagino, nada más, pero es una imaginación borrosa, es más como el recuerdo de un olor que el recuerdo de un paisaje o un lugar. Y a veces, al terminar, se parece a ese recuerdo; a veces, no.

Tránsito abona a la germinación de diversos escenarios en la memoria, y aparecen dos que vienen aún más a cuento en nuestro presente: el 2 de octubre del 68 en Tlatelolco, del que ahora se cumplen cincuenta años, y el terremoto de septiembre del 85, del que tuvimos una lamentable réplica, por decirlo así, hace apenas un año. ¿Cómo experimentas esa fatalidad revivificada en la memoria y la experiencia de tu ciudad y de tu país al haber escrito sobre ello?
Era inevitable que hablara de Tlatelolco, y el lugar tiene un karma trágico. Era obvio que tenía que ser el último texto y, como el libro empieza por la noche y acaba al caer la noche, es la antesala al principio.

En Ya sabes que no veo de noche, aparecen estos versos: “¿no has entendido que tu destino es el laberinto?”, “¿qué es una vida sin callejones para perderse?”.  Esa idea parece permear el sentido de tu escritura. En particular, Tránsito y Ya sabes que no veo de noche son mapa y rompecabezas urbano, brújula y laberinto onírico a la vez. De alguna manera los poemas en tus libros fungen como instrumentos de identificación y de extravío a un tiempo. Háblame sobre eso.
En Tránsito me salió así porque hice que cupieran dos tiempos o al menos dos voces en cada texto; en Ya sabes que no veo de noche porque el sueño es un laberinto o, más bien, una especie de espiral en la que los motivos y los temas experimentan metamorfosis, y la idea era imitar esa sensación onírica.

En una entrevista de 2009, unos años después de tu primer libro, comentaste: “Finalmente, no sé si el libro es un tótem, pero yo sí quiero uno impreso.” ¿Qué dirías al respecto ahora, a trece años de la publicación de tu primer libro?
Bueno, hay cosas que luego le dan a una pena. Pues era muy joven, me pusieron un micrófono enfrente y dije lo que se me ocurrió. Ya no lo hago; salvo en una entrevista/juego de hace un año que me dan ganas de hackear.

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