Ayer a la noche me subí a un taxi con una botella de Isenbeck en la mano. Le pregunté si le molestaba que llevara alcohol encima y me dijo que no, así que le convidé y fuimos tomando de la birra ya caliente durante nuestro recorrido. Era el último viaje de su turno. Hablamos de su familia y de que se había separado hacía dos años. Me contó que se había ido a la isla de San Andrés, en Colombia, con su nueva novia y que el lugar es un paraíso. Por cómo me lo dijo supe que era verdad así que ahora voy a buscar fotos. Al final me cobró 15 pesos menos por convidarle birra y por la "buena energía", y nos deseamos felices fiestas con mucha sinceridad.
Cuando llegué al edificio donde vivo, me puse a charlar con Diego, el chabón de seguridad que está a la noche, con quien nos conocemos desde hace muchos años ya. Le convidé de la misma birra. Me dijo que aceptaba porque justo era su cumpleaños. Le pedí disculpas por el estado calamitoso de la cerveza. Él también se acababa de separar, dos meses atrás en lugar de dos años, y todavía estaba triste porque extrañaba. Después nos quedamos charlando de cualquier cosa hasta que llegó Gonza del laburo.
No hay moraleja en esta historia, pero sí una birra decadente que pasó por muchas bocas que hablaron del amor, de las separaciones y de muchas otras bellas estupideces. Una especie de extraña alegría que mucho se parece a la borrachera nos fue enhebrando en una guirnaldita que podrá ser de las más baratas del cotillón pero igual te dan ganas de festejar. Me desplomé sobre la cama y me abracé, nuevamente enamorada, al cuerpo tibio de mi compañero. Hice lo mismo cuando me desperté. Y cuando dormí la siesta de la media mañana.
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