Dice en feis Felix Bruzzone
Mi cliente novelista empieza a llamarme todas las semanas. No es muy habitual en invierno, pero quiere que le limpie la pileta y que lo ayude con su novela, todo por el mismo precio. No hay mucho para hacer en la pileta, la verdad, así que algo a favor mío tengo, después de todo. Sigue con ideas para la segunda parte (Alemania Occidental, 1950) y su pareja de japoneses nazis reconvertidos en joyeros. Se le ocurrió que tienen que ser espías y a la vez guardianes del oro nazi. La espía es la mujer. Es muy atractiva y garcha yankis para sacarles información sobre las pesquisas alrededor del oro nazi que ellos mismos ocultan en el sótano de la joyería. Él considera de gran valor que su mujer haga eso y a la vez lo excita muchísimo que se acueste con tantos yankis. Sabe que participa de orgías y que todos la veneran como una garchadora excepcional. Sin embargo, llega un momento en el que todo empieza a irse de las manos. Es cuando compran un perro para la joyería, después de un intento de robo. Al principio el perro es muy bueno y guardián, pero a los pocos meses se pone agresivo y el japonés tiene que fajarlo.
-Bueno, de eso sabés bastante -le digo a mi cliente.
-Sí, sí -dice, y sigue: -Hay que ponerlos en su lugar, cuando te desafían hay que hacerles saber quién manda, darles firme, si no te pasan y terminás teniendo que sacrificarlos.
Eso es lo que le pasa al japonés. El perro lo supera y él decide matarlo. Matar al perro, curiosamente, despierta en él un oscuro instinto que lo lleva a castigar a su mujer con bastante salvajismo. Hasta que una vuelta se pasa de rosca y la mata.
-Mata a una perra, ¿entendés la metáfora?
Sigue:
El japonés después de eso enloquece y se encierra en el sótano durante años con el cadáver de su mujer. Apenas sale para comprar comida. Al final, se va y se convierte en un peregrino. Nunca vuelve. Nunca se sabe nada de él. Nunca encuentran el oro nazi en el sótano.
-¿Y, qué onda?-pregunta.
-Puede andar. ¿Tu perro bien?
-Perra.
-¿Bien?
-Joya.
-Sí, sí -dice, y sigue: -Hay que ponerlos en su lugar, cuando te desafían hay que hacerles saber quién manda, darles firme, si no te pasan y terminás teniendo que sacrificarlos.
Eso es lo que le pasa al japonés. El perro lo supera y él decide matarlo. Matar al perro, curiosamente, despierta en él un oscuro instinto que lo lleva a castigar a su mujer con bastante salvajismo. Hasta que una vuelta se pasa de rosca y la mata.
-Mata a una perra, ¿entendés la metáfora?
Sigue:
El japonés después de eso enloquece y se encierra en el sótano durante años con el cadáver de su mujer. Apenas sale para comprar comida. Al final, se va y se convierte en un peregrino. Nunca vuelve. Nunca se sabe nada de él. Nunca encuentran el oro nazi en el sótano.
-¿Y, qué onda?-pregunta.
-Puede andar. ¿Tu perro bien?
-Perra.
-¿Bien?
-Joya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario