Yo no quería tener perro y me enojé mucho con Rafael cuando lo trajo, cuando el bicho llenaba todo de pelos y soretes. Hoy no sé qué haría si no estuviera Fido debajo de la mesa.
Mis bichis cambian sus hábitos y me parten el alma: la negrita se acurruca en la silla donde apoyo la pata, el tuerto (que nunca dio bola) se me refriega contra las manos mientras preparo el mate. ¿Sabrán que extraño mucho a mis hijos e hija? ¿Sabrán que estoy medio rota, medio triste, medio que subeybaja?
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