La casa de hojas, un monstruo clásico instantáneo
Un 10 como una casa, y nunca mejor dicho.
Pero como ha dicho su autor, el ambicioso y brillantísimo Mark Z. Danielewski, embarcado ahora en la creación de su propia serie de televisión novelística (27 novelas que irán publicándose de cinco en cinco, como si fueran temporadas de una serie), La casa de hojas no es solo la historia de una casa que es más grande por dentro que por fuera, sino la historia de tres personajes perdidos que tratan de encontrarse a partir de sus relatos, «hechizándonos» con el poder de sus historias. Porque el lector no se limita a leer El expediente Navidson sino que, como ocurría en la infantil La historia interminable, lo lee de forma indirecta, es decir, lee al lector y reconstructor de El expediente Navidson, un tipo llamado Johnny Truant, un yonqui que trabaja en un salón de tatuajes, cuya vida se precipita sin remedio hacia su propio abismo, casi en paralelo a la de Navidson, que para él no es más que un desconocido sobre el que está leyendo.
Calificada por Stephen King como «el Moby-Dick del género del terror», a lo que Bret Easton Ellis (American Psycho) añadió que imaginaba perfectamente a Thomas Pynchon, J.G. Ballard, el propio King y David Foster Wallace haciendo reverencias a los pies de su autor, «ahogándose de asombro, sorpresa, risa y pavor», La casa de hojas es, sobre todo y por su envolvente estructura con aspecto de laberinto, el acontecimiento literario del año. El Ulises del siglo XXI, que sustituye el corrosivo sentido del humor de Joyce por una desesperación inabarcable. Sí, es para tanto. Porque no es solo que la lectura deconstruida agudice tus sentidos (lectores), te obligue a mirar por encima del hombro de vez en cuando y haga que también tú te sientas como el malogrado Johnny Truant, observado, en tanto que privilegiado voyeur de la increíble historia de los Navidson, sino que, como en la obra magna de James Joyce, Danielewski hace uso de todas las formas literarias existentes —diario, cartas, ensayo, guión— y utiliza la hoja como herramienta de desasosiego. Así, cuando el túnel por el que avanza Will Navidson se estrecha, el texto también lo hace, y lo mismo ocurre cuando se ensancha, o cuando parece caminar bocabajo, o sube escaleras (sí, el texto también camina bocabajo y parece subir escaleras). A veces son fogonazos, otras acumulación —el libro puede leerse del derecho, del revés, de costado, hasta permite utilizar espejos en algunas páginas— y otras son dibujos, diagramas, tachaduras e incluso textos en braille.
Dice Danielewski que la novela es el artefacto artístico más flexible que existe. Y lo cierto es que, leyéndolo, da esa impresión. Y ocurre algo peor: que todo lo que has leído hasta la fecha empequeñece. Hace que te preguntes por qué tan pocos escritores se han atrevido a calzarse las botas de espeleólogo literario y adentrarse en la caverna de inmensidad variable que constituye la Novela, con mayúscula. Luego te dices que el hecho de que La casa de hojas se publicara originalmente en el año 2000, justo en el cambio de siglo, fue una señal. La señal de que la literatura del futuro ya está aquí. Literatura que ha inaugurado esta novela monstruo, este rompecabezas con sentido; una novela que es más que una novela, es una experiencia. Una experiencia única, extraña, fascinante y, por momentos, terrorífica y hasta arriesgada. La clase de novela que una vez acabada no va a ninguna parte. Se queda contigo para siempre. Leedla.
Cuanto antes.
Tomado de http://www.fantifica.com/literatura/resenas/la-casa-de-hojas-monstruo-clasico-instantaneo/
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