ENTREVISTAS
05 OCTUBRE 2014
Félix Bruzzone
La flamante editorial Momofuku acaba de reeditar 76, una serie de cuentos de Félix Bruzzone (publicados originalmente en 2008), que tensiona el relato social arquetípico sobre los efectos de la última dictadura. Como hijo de desaparecidos, Bruzzone abandona el matiz testimonial, y propone una mirada irónica, cercana, que gira en relación a la construcción de la identidad. Al calor de la reedición de este libro inhallable (que agrega, además, dos nuevos cuentos a su versión original) y de Las chanchas, la nueva novela que saldrá por estas semanas por Random House, dialogamos con una de las voces más interesantes de la narrativa argentina actual.
76 es tu primer libro. Y 76 es también el año de tu nacimiento y el año en que desaparecieron tus padres. ¿Cuál es tu relación con los sentidos que arrastra esa cifra?
Relacionarse con un número es medio raro, pero con los distintos significados que hay ahí, hay una relación que es muy cambiante. De hecho en el momento en que decido ponerle por título ese número, era algo inimaginable. En ese momento lo que yo quería era distanciarme de eso, de esa referencia, en este caso el año, el comienzo de la dictadura. Sin embargo, un amigo me sugirió ponerle ese título porque contrapesaba un poco lo liviano de los cuentos. Por decirlo de alguna forma eran cuentos que, para narrar eso, eran livianos, líquidos, y el titulo contrapesaba. Pero en ese momento mi relación con ese número era una relación de distancia porque no me interesaba.
76 marca una distancia con la temática clásica en relación a la dictadura y los desaparecidos pero eso no supone un alejamiento, sino que la atravesás y la proyectás de otra forma. Por ejemplo, en un cuento como “Unimog” está la imagen del camión como referencia del padre desaparecido. ¿Cómo trabajaste esas historias?
Mi forma de trabajo siempre es muy lineal. “Unimog” arranca con una situación, donde tenés un tipo que necesita cambiar de vehículo para ampliar su negocio y se encuentra comprando un unimog. Es una situación inicial tensionada, del tipo con su historia, con lo que proyecta de ese camión para el futuro de su negocio, de su familia y demás. Ese es el inicio. Después la sucesión viene en lo que le va pasando, en cómo se va desarrollando esa tensión, pero yo no ando pensando en las capas que le voy metiendo ahí, no es algo que me interese. De hecho me parece que los materiales siempre se van agregando, no están entrelazados desde antes, o en todo caso se pueden entrelazar después. Pero en el momento es: vamos tirando a ver qué pasa. Entiendo que si vos ves “Unimog” te remite a todas unas cuestiones, si decís “hijo de desaparecido” también, porque todos los cuentos arrancan así, más o menos, ¿no? Tal persona es hijo de desaparecidos y le pasa tal cosa. Es como un chiste de gallegos (risas).
Ese cuento muestra que trabajás con la temática de la dictadura no solo como un disparador sino también en relación a los efectos que produce en los personajes.
A mí siempre me interesa seguir la línea más aleatoria de todo lo que va a pasar con todo ese pasado, entre comillas, de los personajes. Porque a la vez es un pasado que está muy presente, que está todo el tiempo, porque si el tipo cobra una indemnización, se compra un camión, tiene una mujer que le hincha las pelotas para que termine la casa en vez de comprarse el camión, mucho menos viajar a Córdoba y hacer todo el delirio que hace… bueno, inevitablemente eso termina convirtiéndose en un tema presente porque va a permanecer a lo largo de todo el libro. Es como una gran ironía. En los cuentos hay una línea bastante general en la que el personaje intenta trazar un camino un poco esquivo pero termina volviendo de alguna u otra forma, o todo eso se le termina convirtiendo en otra cosa, o todo eso que él pensaba que era tan aleatorio y fortuito de repente es más de lo mismo, viene a completar pero desde otro lugar su situación, su historia y sus perspectivas.
Volviendo a los que decíamos antes, 76 marca una distancia con las narrativas “oficiales” o masivas de contar la dictadura o la cuestión de los desaparecidos. Hablamos tanto en literatura como en política, donde está presente esa cuestión de la épica militante, de cierto pasado mítico. ¿Cuál es tu relación con esas narrativas?
Yo creo que existe eso pero en los grandes medios o en los grandes relatos. El discurso oficial, la épica vienen pegados a esta cuestión, a la cosa reivindicativa, que es lo que uno escucha normalmente en los medios o en el cine. Pero por otro lado hay también un recorrido de cómo se narra todo esto, incluso la historia de los hijos de desaparecidos, en otras zonas de la cultura que no son estos discursos que ya conocemos todos, que tienen sus vaivenes. A fines de los 90 había una cosa como muy ultra ficcionalizada, estaban los libros de (Daniel) Guebel como El terrorista o La vida por Perón, o El perseguido, que cuentan todo eso en forma mucho más abstracta, es cómo la ficción de la ficción alrededor de esos problemas, y da cuenta, creo yo, de un agotamiento, como si no se pudiera narrar más lo que pasó y hubiera que hacer todo literario. Igual me encanta la novela El terrorista, no estoy hablando mal de Guebel (risas), de hecho es como una gran influencia para mí. Sí creo que 76 y otros momentos, como M [documental de Nicolás Prividera], o incluso Los rubios [de Albertina Carri], de alguna forma intentan volver a narrar lo que pasó, sin tanta posmodernidad. O sea, son relatos “posmodernizados” pero en realidad son modernos.
En esa línea, la que se ve primero en 76 y luego en Los topos es la voz de los hijos de desaparecidos, que no clausuran el sentido en las épicas de los padres sino que abren un panorama, son voces que se desdoblan.
Sí, yo lo que detecté, esto sí lo hacía de una forma un poco más consciente en aquel momento, era que para la narrativa, que es lo que a mi me interesaba, era interesante narrar desde la perspectiva de un hijo, independientemente de que yo sea o no sea un hijo de desaparecidos. Porque inevitablemente para un hijo de desaparecidos hay una condición que es la de no poder saber lo que pasó, hay como un vacío originario, que va a tener que ser llenado con algo y no necesariamente o casi nunca con la verdad. Entonces esa ausencia de verdad, esa ausencia de certezas, me parecía súper productivo para contar una historia. ¿Cuál era mi idea? Que el hijo de desaparecidos se convirtiera en una especie de personaje huérfano pero huérfano de la humanidad, podría ser cualquier personaje de la literatura clásico, que sale al mundo a ver qué pasa.
La búsqueda de cada personaje es una constante en tus relatos
Yo lo que veía es que estas cuestiones de alguna forma interpelan a cualquiera. Cómo construye la identidad cualquier persona. Porque por más que tenga padres o que tenga todo, igualmente la identidad siempre va a ser un problema. Porque siempre hay cosas que no están dichas, hay silencios. Me parece que ahí aparecían ambigüedades que son inquietantes, al menos a mí siempre me resultaba inquietante. A mí me resultaba inconcebible por ejemplo que una persona supiera lo que le había pasado a sus padres o algo de lo que les había pasado -por ejemplo que estuvieran desaparecidos-, y no lo dijeran, que públicamente dijeran, “no, murió en un accidente”, esas cosas. Me resultaba inquietante porque me parecía una esquizofrenia rara. ¿Adónde termina eso?
¿Cómo fue tu experiencia en ese caso?
Era muy jodido contarlo, no se podía hablar, hasta muy entrada la adolescencia pude empezar a decir “soy hijo de desaparecidos” y que la gente entendiera algo, sino era ponerse a explicar un montón de cosas que yo mismo no las entendía muy bien y no me servía. Y eso lo que generó fue una imposibilidad de relacionarme con la gente, como que había cosas que yo no le podía decir a mis amigos, y eso me generaba una barrera.
Hace poco en Chile repetiste esa performance que habías hecho en el San Martín sobre Campo de Mayo. Contanos cómo fue eso.
Cuando me casé, hace ya algunos años, nos fuimos a vivir a la Provincia. Compramos un terreno, con la plata de la indemnización de mis viejos, construimos una casa, y el lugar que habíamos conseguido, por una serie de circunstancias, era cerca de Campo de Mayo, lugar del que yo siempre había estado relativamente cerca porque tengo una tía que vivía cerca de ahí. Ni bien me mudé, el primer llamado telefónico que tuve, nadie tenía nuestro teléfono, fue de una amiga de mi vieja, una ex compañera de colegio que yo no conocía. Me dice: “mirá, estábamos buscando qué había pasado con Marcela, y nos juntamos las amigas de la promoción y esto y lo otro, y entonces decidimos contactarte, y te buscamos en la guía, por eso te estoy llamado”. “Ah genial”. “Sí, y bueno también nos enteramos que bueno, que estuvo detenida en Campo de Mayo”. Yo algo sabía entre comillas, porque de hecho se sabe gracias a que yo hice una serie de averiguaciones y declaré en Antropólogos y demás, y ahí saqué el nexo para suponer que mi vieja había estado ahí, pero nunca me lo habían confirmado, para mí había quedado como en el éter esa posibilidad. Así que después de hablar con esta señora, llamo a Antropólogos y me lo confirman. Y a partir de ahí lo que empecé a hacer fue ver cómo se relacionaban otros vecinos de Campo de Mayo con el lugar, que es un lugar muy raro, que por un lado es una guarnición militar pero por otro lado tiene lugares relativamente públicos y civiles. Empecé a hacer un laburo de investigación pero nunca logré cerrar nada, empecé a escribir una novela pero quedó ahí. El año pasado me llamó Lola Arias y me propuso hacer una performance con eso. Organizamos los materiales -audios de los tipos que entrevisté, fotos-. Ella sabe bastante como ponerlos en escena y armamos esa performance que consiste un poco en contar todo eso.
¿Qué te llamó la atención de esas entrevistas?
Hay de todo. En realidad, no es nada lo que hay, porque un poco es la voluntad de uno de ir y detectar pequeñas cositas y después trabajarlas. Pero hay historias. Hay uno que quiere hacer una reserva ecológica en la zona de Campo de Mayo, hay uno que tiene un jardín con muchas plantas diferentes y como ya no le entraban más las empezó a transplantar en Campo de Mayo, y así un montón de cosas. Yo tengo un cliente, porque laburo por ahí también, que va a hacer tiro al polígono de ahí, que es público. Y después unos pibes que hacen entrenamientos de rugby o uno que le robaron el camión dentro de Campo de Mayo: lo encañonaron y le robaron en medio de la guarnición militar (risas). Y así un montón.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Ahora sale una novela en octubre, se llama Las chanchas. Hay un personaje, que es Romina, que es la novia del narrador de Los topos. No es una continuidad sino un personaje que aparece. Yo siempre tuve claro que en algún momento iba a volver a estos temas. O sea, con Barrefondo quise salir pero a la vez sabía que iba a volver, nunca me planteé, nunca le dije no a nada.
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