jueves, 23 de octubre de 2014

Entrevista genial a Mariana Mariasch (Ya titulé tantos fragmentos que no queda otro título posible)

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El riesgo de las palabras



23-10-2014 | 


Marina Mariasch habla de Paz o amor (Blatt & Ríos), volumen que reúne su poesía.

Por Valeria Tentoni. Foto: Lucio Ramírez.


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“Me gusta la literatura que hace daño como las balas de punta hueca que estallan después de impactar. La mejor literatura es aquella que no se nos va de la cabeza durante días, esa que va destilando sus jugos poco a poco hasta que finalmente ya no somos los mismos, y el mundo es un lugar más ajeno y más propio al mismo tiempo”, escribía Marina Mariasch para recomendar libros escritos por otros. Esas líneas podrían aprovecharse para pensar en su propia poesía, ahora reunida por Blatt & Ríos bajo el título Paz o amor, que es también el nombre del último libro que publicó, luego de El zig zag de las instituciones
Además de los seis libros de poesía, Mariasch es autora de la nouvelle El matrimonio y en breve saldrá una nueva, sobre el dinero. Forma parte del colectivo Máquina de lavar, que editó recientemente el primer título: La pija de Hegel. Estudió Letras y Sociología de la Cultura, y actualmente se desempeña en el área de publicaciones de la Secretaría de Derechos Humanos.
La turgencia pop de sus versos, una belleza desbocada (para emplear una figura que en ella regresa: la del caballo) y su marca de desfachatez: todo eso puede que produzca un delay en el lector al advertir la virulencia de sus poemas, que no hacen, por otra parte, esfuerzos por esconder sus costuras teóricas —en sus encastres inquietantes se cruzan citas a Heidegger o Lukács, por caso. Pero “a los caballos a veces hay que tirarles besitos para que anden”, sabe ella. ¿Es una estrategia? Una vez que la bala entró, efectivamente, estalla. Y ese retraso en advertir el riesgo no hace otra cosa que fortificar el efecto: estamos después de haber leído uno de sus poemas como cuando nos despertamos en una casa que no es la nuestra y tardamos unos segundos en entender dónde nos encontramos. ¿Qué pasa? ¿Desde cuándo pasa esto que pasa? ¿De dónde salió lo que pasa? Atrapados en la pura sensación. Y ésta es una voz que Mariasch consiguió darse desde el primer libro, Coming atractions: fresca, aireada, easy listening, aun con todas esas referencias diseminadas por doquier. Con una alegría que por momentos implosiona en histeria, o una tristeza que se presenta también como furioso pataleo. Y todo eso sin inocencia. Hay también ferocidad en lo banal —por decirlo de otro modo: un chicle podría ahogarnos, así, tan rosa y masticable que parece. “A veces simplemente es poesía cuando algo completamente habitual se presenta bajo una lente distinta”, responderá en esta entrevista.
Uno de sus últimos poemas se llama “Para una amiga nueva”, y está hecho de preguntas. Empezamos por aprovecharlas, aunque interrumpidas por otras (y después seguidas por más) que no están ahí.

Decí tres verbos de acción.

—Comer, hablar y mirar.

¿Escribir no?

—No.

¿A quién te parecés más, a tu mamá o a tu papá?

—Siempre pensé que a mi mamá, y eso es lo que todo el mundo diría a primera vista. Pero me parece que también me parezco bastante a mi papá.

¿Y quién te quiere más, tu mamá o tu papá?

—Mi mamá.

¿Sos la preferida?

—Para mí sí.

¿Sentís presión?

—Sí. Todo el tiempo. Sin parar.

¿Por qué cosas?

—Por la familia. Por el dinero. Por la sociedad de consumo. Por mí misma: ya, a esta altura, por mí misma. Me hago cargo.

¿Tenés amigas?

—Sí, pocas. A veces creo que muchas, pero a veces creo que pocas.

¿Tenés más amigos varones?

—Más mujeres.

¿Sos feminista?

—Sí.

¿Cuánto? ¿Cómo?

—Soy bastante feminista. Pienso el feminismo en términos no solo de considerarlo para la mujer sino para toda la humanidad; un feminismo que atañe a los hombres, a las mujeres, a los trans y a cualquier tipo de diversidad e identidad sexual. No un feminismo en contra de.

¿Qué entendés por feminismo?

—Me parece que hay muchos feminismos, históricamente y en el presente. Por eso quizás lo del “cómo” del poema; por más que no está escrito desde ese lugar teórico, lo revalorizo desde ahí. Me parece que es no poco evidente que estamos organizados en una sociedad patriarcal, donde la desigualdad de oportunidades es ostensible y los prejuicios no solo circulan y están totalmente normalizados, sino que las condiciones materiales, las posibilidades de vida, de trabajo, de producción y de ganancia en términos económicos y de logros para la mujer u otras diversidades respecto del varón heterosexual dominante son otras. Por esa igualdad de oportunidades creo que tenemos que seguir pensando y batallando. Lo que veo es que hay, en algunos casos, un temor muy grande por declararse feminista, y en otros hay una asociación a un feminismo que podría pensarse como un poco frívolo, que es lo que estuve viendo en algunas declaraciones de cantantes pop como Beyoncé, o en Emma Watson. Me parece que no suma, pero no sé si resta: creo que visibilizar los modos del feminismo no hace mella. Sí hace más daño cuando, me parece a mí, una mujer tiene temor de declararse feminista. Cuando niega las diferencias, cuando dice que son cosa del pasado o que el feminismo está atrasado. Si bien hay feminismos que quedaron atrasados, porque estamos en un momento post feminista —es más, incluso creo que post identitario… A mí es una cuestión que me interesa mucho y, abriendo un paréntesis, en este país en el que todavía estamos recuperando identidades es difícil pensar en la post identidad. Digo, porque desde el momento en que uno dice o se declara hombre, mujer, gay o cualquier cosa, se está encasillando. El tema de la post identidad es algo que ya se viene hablando, los chicos ya lo viven así: hablo con mis hijos, por ejemplo, y me dicen: “No me jodas, mamá. Hoy me autopercibo planta” o “Me autopercibo perro”. Y esto también lo decía Judith Butler cuando hablaba de las identidades flotantes: hablaba de esto, de la identidad inestable. Es algo así como estoy mujer, o estoy gay: me parece más interesante pensarse así que soy mujer o soy gay. Pero yo soy feminista, no importa cómo me autoperciba: porque aunque yo me autoperciba perro, yosoy feminista. Eso lo tengo muy claro. Y volviendo a lo que hablábamos, me parece más peligroso cuando veo mujeres negando las diferencias que nos impone el patriarcado, como si no existieran; porque quizás queda mal, o porque quizás no las quieran, quizás simplemente porque después no se puedan sentir aceptadas por un círculo de varones escritores si se ponen en un rol determinado.

¿Cómo encontrás el debate sobre el tema en este momento?

—Yo me muevo en círculos donde está presente ese debate, estoy con esto en la cabeza hace mucho. Me parece que está bueno se mueva el avispero, pero me viene a la mente un debate que se hizo hace poco sobre poesía de los últimos diez años. En la mesa no solo había una sola chica, sino que aparentemente no se les ocurría ninguna poeta mujer para mencionar. O en el caso de las antologías, como las que toman un período y aparecen todos varones y una sola mujer. Yo ahí no hubiera aparecido, me bajo. No es una cuestión de cupo sino de revisar los cánones de selección, incluso del gusto, que como sabemos es algo que se educa. Vos me podés decir que no les gusta lo que escribe Cecilia Pavón ni Gaby Bejerman ni ninguna de la generación: ok, perfecto. Entonces hay que pensar qué hay en la pija de Hegel que les gusta tanto. Para todas esas cosas que pasan, tengo prendido el foco: hay gente que tiene el foco prendido en otras y me parece súper respetable. A mí me llama mucho la atención que una mujer pueda decir “no soy feminista”. Porque una mujer que dice “soy feminista” no está diciendo “odio a los hombres”, “quiero cortarle la pija a todos los varones”, “quiero que se arrodillen a mis pies y me chupen los dedos gordos”. Simplemente está diciendo: “Me gustaría que el mundo tenga iguales oportunidades para cualquier persona”. Simplemente es ponerse a pensar en las propias condiciones de existencia en el mundo. Es como que alguien tenga la caradurez de responder a “¿usted está en contra del hambre en el mundo?” con “no, no, yo no estoy en contra del hambre en el mundo”. Eso no está legitimado, no está naturalizado. En cambio, está naturalizado que una mujer diga: “No, no soy feminista, ya pasó”. Está demonizado, me parece, así como también está de moda, tanto desde estas entrevistas que lo sistematizan pero, de nuevo, como lo de Beyoncé, ayudan a que se mueva el avispero y yo lo veo positivo, finalmente. Pero me parece raro que una mujer declare algo así. Me da pena. Me da pena que sus compañeros de ámbitos culturales, de trabajo, hablen todo el tiempo de sus colegas varones como pares y de las mujeres en segundo plano. Y que a ellas no les afecte. Es como el obrero que no está concientizado, el carnero; es como el obrero que defiende a la patronal.

Imagino lo que debe ser en vivo Máquina de lavar…

—Nosotras trabajamos con la escritura, entonces nos tuvimos que enfrentar a la dificultad de la lectura en vivo, que es un hecho performático. Así que tuvimos algunas reuniones con Vivi Tellas y decidimos incluir algunos elementos. No somos actrices, nos interesa eminentemnente lo textual y para nosotras eso está clarísimo. Pero pasó algo que no teníamos contemplado: seis minas al frente producían algo. Otra persona que está muy cerca es mi pareja, Syd Krochmalny, que incluso leyó una vez con nosotras en reemplazo de alguien y nos dio muy buenas ideas. Tenemos intervenciones así, de gente que está cerca. Y después entre nosotras somos bastante críticas.

¿Únicamente escriben poesía?

—Hicimos ese libro de poesía y escribimos –ya lo escribimos, pero estamos dejando que se asiente– un manifiesto feminista. Para eso leímos muchos manifiestos, feministas y artísticos, mucha teoría. Fuimos pensando y escribiendo. En realidad primero íbamos a traducir un libro de un colectivo francés, Tiqqun, editado por Semiotext(e). Empezamos traducir y no nos gustaba, manejaba un tono irónico que no nos convencía. Lo abandonamos y empezamos a escribir nuestras propias teorías.

¿Por qué creés que se llegó ahí, a ese lugar irónico, para decir estas cosas?

—Ese libro no es nuevo, pero puede ser que la ironía o el sarcasmo hayan sido el sentimiento de un momento. Yo creo que no es más. Por lo menos a mí no me interesa para nada.

Bueno, también es quizás la manera de una de las manifestaciones actuales del machismo; el sarcasmo, la ironía, el cinismo.

—Es que sí, y por eso lo dejamos de traducir. Nosotras escribimos desde la sinceridad, no podemos traducir algo que no nos representa. Empezamos a leer textos teóricos, a discutir y pensar. Comenzamos a tomar nota de lo que decíamos: eso tomó forma de poema. Trabajamos con una especie de sinergia que se genera alrededor de alguna cuestión, para ordenarnos, que puede tener que ver con algún acontecimiento o con algo que nos esté atravesando.

Está esta idea de la manada. ¿Qué significa para vos escribir o pensar en manada?

—Me parece que tiene que ver, por un lado, con que cuando uno hace un trabajo colectivo descubre la potencia de sumar fuerzas. Tiene que ver también con abandonar el ego, la persona, el nombre. Desdibujarse, volviendo un poco al tema de la identidad. A nosotras no nos interesa decir quiénes son Máquinas de lavar, nos pensamos de verdad como máquina, como engranaje. Es difícil, hay que dejar el ego de lado, pero estuvo funcionando: se genera algo muy bueno y muy fuerte. Y también la figura de la manada hace pensar en el galope de muchas patas sobre la tierra, sacando polvo, y si alguna se cae la otra ayuda y levanta. Es también algo sobre la solidaridad, no en el sentido asistencialista, sino en el sentido de que un eslabón es solidario con otro para que la cadena se mueva.

Vayamos finalmente a Paz o amor. Santiago Llach dijo en la presentación: “La poesía es escribir en público como si fuera escribir en secreto”.

—Sí, te digo la verdad: no lo volví a leer el texto de Santiago. Es que fue muy fuerte. Tuvimos la idea de que lo presentara él, para mí estuvo buenísimo. Yo escribía poesía antes de conocerlo, de hecho lo conocí a él porque me llevó su libro, La raza, y lo publiqué en Siesta. Y ahí nos pusimos de novios y todo eso.

Antes de “todo eso”, ¿cómo fue lo de Editorial Siesta?

—Empecé en el 97. Trabajaba en una editorial grande e iba a un taller con Delfina Muschietti. Iba mucho a lecturas de poesía, que eran muy pocas, La voz del erizo y algunas más. Escuchaba con muchísima atención pero después me quedaba con ganas de ver eso en un papel, y no había tantas editoriales independientes; estaban Del Dock, Tsé-tsé, Bajo la luna con Mirta Rosenberg… Pero eran editoriales medianas, no eran chiquitas. En un momento que ya tenía un poemario y lo quería publicar para que circule fui a averiguar y salía como 1500$, que para mí era un montón, era el uno a uno. Y bueno, me dije: este oficio lo sé hacer. Fui a una imprenta que quedaba a dos cuadras de mi casa, pegué re buena onda, y pensé: lo voy a hacer yo, barato. El tamaño de Siesta es un octavo de la hoja, o sea que no hay desperdicio de papel. Era la forma de optimizar el papel al máximo. Me costaba muy barato con el papel obra ahuesado, que no cansa la vista, y en ese momento había cartulinas danesas para la tapa. Ellos tenían serigrafía, también. Así que salía de la editorial y me iba ahí y hacía los libros, empecé con el mío para probar. Les propuse a mis compañeras del taller editar ahí y después empezó a llegar un montón de gente. Se ve que era un espacio que hacía falta, muchos poetas de esa generación que querían publicar su primer librito y no había lugar para eso. Al año siguiente salió Del Diego, unos años después las plaquetas de Belleza y Felicidad. Nosotros llegamos a publicar como 50 libros en Siesta. Cuando lo conocí a Santiago, que publiqué La raza, nos pusimos de novios y empezamos a editar juntos. Hicimos un concurso y juntamos plata y publicamos como diez libros: sacamos el primer libro de Cucurto, el de Martín Rodríguez, el de Alejandro Rubio, el de Gabriela Bejerman… Muchos poetas de esa generación publicaron su primer libro en Siesta.

Hay algo inaugural en tu poesía, algo de la manera en que escribís que habilitó, entiendo, otras escrituras. ¿Qué te habilitó, a su vez, a vos a escribir? ¿Qué habilitó en vos ese crackeo?

—Yo no creo en lo nuevo como un valor. Creo que cada uno tiene su propia voz. En Rosario se discutía mucho dónde está lo nuevo. Aparte creo que las cosas se retroalimentan. Por ejemplo, con Gabriela Bejerman estudiábamos juntas latín en la facultad. No escribimos igual ni nada parecido, porque ella es más barroca, pero en cuanto a esto de inaugurar, seguro que fue mutuo. Y sí me pasó que yo empecé a escribir mis poemitas, pero cuando empecé tenía un novio que hacía taller con Arturo Carrera, entonces yo no me permitía escribir porque me parecía que ese era su territorio. Era muy joven y miraba todo de afuera. Y estaba muy contaminada por todo el universo MTV, que era algo completamente nuevo, algo fragmentario, parece una pavada pero quizás tiene que ver con algo del ritmo y del aliento.

Sí, una distribución de la belleza rarísima para el momento, en flashes, oleadas.

—Los separadores mismos del canal, eso, Twin Peaks, el rock, la noche, ir a bailar, las canciones y las lecturas de Pizarnik… una mezcolanza. Pero escribía muy en secreto. Empecé a estudiar Letras y me volvía en el colectivo 44 con Delfina Muschietti, que era mi profesora de Teoría, una de mis primeras materias. Ella daba teoría de la poesía, y yo me volví loca. Sentía que estaba en mi salsa, que es lo que me sigue pasando, me gusta y me abre la cabeza, que es lo que se supone que te hace la poesía, te amplifica la percepción, como dice Rimbaud. Yo era muy tímida y ella también, y un día me preguntó si escribía. No se cómo me animé a pasarle algunas cosas. Alguien que te habilite; bueno, Delfina, en mi caso. Creo que todos escriben desde que pueden escribir en primer grado, no es que alguien tenga una mayor capacidad que otro: pienso eso y lo sostengo. Pero eso fue lo que me habilitó. Y ahí empecé a escribir con más método.

¿El primer libro lo armaste con ella en el taller?

—Sí, fue ahí. O sea, nunca escribí con un proyecto. Esto lo pensaba el otro día, a partir de un tweet. Una chica puso: “La verdad si no tenés algo para decir no escribas un poema”, o algo así. Casi le respondo, pero a veces se me va mucha energía en pelearme por Internet, trato de no pelearme porque termino agotada y mal porque nunca terminás diciendo todo lo que pensabas. Poco espacio, poco tiempo, impulsivo… No puse nada, pero pensé que no. Primero, que yo nunca tengo nada para decir. Y, segundo, pienso al poema como un lugar de búsqueda más que de certeza, de pregunta, donde voy a buscar y me voy sin encontrar. No me voy con una certeza del poema, es un tanteo. No es un lugar de afirmación. También puede haber tantas ideas de literatura como personas, respeto eso.

¿Con cuál de todas las preguntas que te hiciste en un poema te quedás?

—Hay dos que me vinieron a la mente. Una que abre un poema: “¿En qué playa nos dejará este oleaje incesante?” Me gusta, el otro día leí un texto que hablaba de una frase publicitaria, find your beach, encuentra tu playa. Se ve que en Estados Unidos debe ser una frase hecha, yo no la conozco. Debe ser como “encontrá tu lugar en el mundo”. Como cuando vas a la playa y encontrás tu huequito, aunque esté vacía. Y me acordé de ese verso. Y otra que me gusta, que está en otro poema es “¿Cerebro o corazón?”

Esa tiene mucho que ver con Paz o amor. Leyendo ahora desde ese hacia atrás, hay algo muy orgánico en el conjunto, ¿tu percepción es la misma?

—Bueno, en realidad los editores se encargaron de retipear todo, hay libros que no los volví a leer. El primero, Coming attractions, ese lo miré de costado, me da pudor. El segundo, me lo banco… XXX (30) me creía re grande, lo escribí mucho antes de los treinta. Y sí, puede ser que no haya evolución, tampoco creo en esa idea de evolución de la poesía. Lo que me permito más, ahora, es ser más desprolija, que los poemas tengan más cabos sueltos.

¿Cómo das por clausurada una serie para que se convierta en libro?

—Hay un tema latente. Lo que pasa es que hablar de temas, en poesía… Más que un tema un ritmo, una intensidad. Eso sí hay, y está ahí. Y en un momento eso se satisface y empezás a escrbir otra cosa, o tenés ganas de escribir otra cosa. Hasta una satisfacción en el sentido del goce lacaniano: como Cerati, una necesidad, casi un deseo. Estás con una intensidad, con una furia, con una obsesión, con algo. Y después se termina. Y ponés el foco en otra cosa, o en nada, pero sentís que esa carrera paró, se terminó.

Coordinás talleres, ¿de esos encuentros te llevás algo para escribir?

—Seguramente, como de todo en la vida. Hay cosas de los alumnos que robaría sin pudor pero trato de no hacerlo porque me leerían y se darían cuenta. También fomento mucho el robo, porque me parece que cuando cambiás de pluma cambia la cosa. Soy muy de ver qué escribe cada uno y darle algo específico para leer, o por la cercanía o por la lejanía, y después compartir, o pensar un tema, como la felicidad en Internet, qué se yo…

¿Internet te cambió la manera de escribir? No había cuando empezaste, si no calculo mal… 

—No, para nada, por ejemplo cuando publiqué el primer libro es el 97, pero había empezado a escribir en el 92. Y en el 97 tenía mail, pero en el trabajo. Después no sabía navegar. Yo no creo tanto en eso de que los soportes cambien. A Internet lo amo y lo odio, me hace bien y me hace mal. A veces siento que es mi única familia. A veces me hace feliz, entro a Facebook y siento que toda la gente es hermosa y los amo, que todos mis amigos hacen cosas geniales. Y después los odio a todos, alguien pone algo horrible y se me genera una nube de odio que invade todo lo demás y tiene efectos muy nocivos. Me parece buenísimo que haya un montón de textos disponibles, me encanta encontrar poesía en los estados de Facebook, sobre todo cuando empezó Facebook los estados me parecían versos increíbles. En algún lugar tengo un listado de estados increíbles de poéticos. Pero no creo que en sí modifique a la escritura. O sea, yo leo un libro de poemas y no los encuentro diferentes salvo porque incluyan las palabras “Facebook”, “Google”, o ese tipo de cosas que son directamente connotativas. No creo que los soportes modifiquen el estilo.

—Cuando decís que identificabas poesía en los estados de Facebook, ¿qué es lo que encontrabas ahí, qué es lo que te pasa o qué sensación….?

—¡Qué viva! ¡Me estás preguntando qué es la poesía! A veces simplemente es poesía cuando es algo completamente habitual bajo una lente distinta. Eso, ¿no?

Pienso en la serie que curaste, Poesía y finanzas, y en que siempre incorporás el tema del dinero. Leí que te interesaban de tus propios poemas los que visibilizan mejor sus condiciones materiales de existencia.

—Me parece que asumir la propia clase muestra una conciencia marxista, es bastante básico para empezar a hablar. En el poema que se llama La plata que está en mi segundo libro, que se publicó un poco tarde por la crisis de la devaluación, ya hablo de eso. Ese poema lo había escrito en el 97. Pero, claro, es una traducción libre de un tema de Los Beatles, o sea que si te ponés a pensar una banda recontra popular tenía un tema hit que era sobre la plata. Por supuesto yo lo tomé no solo por los Beatles sino porque me interesaba de lo que hablaban. Este verano leí la novela de Alan Pauls, La historia del dinero. Me parece que hay bastante literatura al respecto, sin contar las obras completas de Marx y el dinero como capital y demás. Pero muchas de las cosas que dice Alan Pauls en ese libro, si bien escribe de una manera muy diferente a la mía y yo no podría escribir así ni lo busco, son las que me interesan. Esa cosa sucia, lateral y marginal del dinero y a la vez todo lo contrario. En lo personal, el billete que me ponía doblado mi abuela a escondidas en el bolsillo cuando iba a la casa, como el que le ponían las mujeres a las peluqueras en el bolsillo del delantal cuando le daban el beso de despedida, de propina. Pero no se hablaba, son todas cosas no habladas. Cecilia Pavón tiene poemas sobre el dinero, tiene uno que dice: “No me importa el amor, me importa el dinero”.

En las nueve preguntas habías respondido a la de qué hace que un día haya sido uno bueno: “El que no trabajo nada y gano mucha plata”.

—Justo ahora que estabas viniendo posteé en Facebook que te estaba esperando y que me encontré plata tirada en la calle. Hace un tiempo me di cuenta de que una de las mejores maneras de romper con la cadena de producción es trabajar lo menos posible, lo necesario como para mantenerse. El resto del tiempo, leer y estar con amigos.
espero a una poeta en casa, están por lanzar el satélite en la tv, en otro canal una pareja se separa en vivo, y en otro hablan del frío. hace calor, el domingo me saqué un boleto capicúa en la colectiva y el martes encontré plata en la calle. eran billetes de dos pesos, pero 4 y nuevitos.
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que sonríe cómplice de amor...