:: LECTURAS ::
Aira, el perseguidor
21-10-2014 | César Aira, Julio Cortázar
Cecil Taylor (Mansalva) es un texto clave para entender cómo César Aira piensa la literatura y el arte de vanguardia.
Por Patricio Zunini.
Con agradecimiento a Pablo Gianera.
Los libros de César Aira tienden vínculos —unas veces fuertes, otras más débiles— con los relatos de infancia. “Mi modelo son los cuentos de hadas”, ha dicho en alguna entrevista (dada en el extranjero, por supuesto). En Cecil Taylor, Aira presenta una idea del arte, un tipo de poética, a partir de una biografía ilustrada de un músico (el jazzero Cecil Taylor) escrita a contrapelo de las biografías ilustradas de músicos célebres para niños. Aquellas tomaban al artista en cuestión poseído por un genio misterioso ya desde la niñez, lo mostraban como un santo que persevera ante persecuciones y martirios movido por la fe en un éxito ulterior:
Imposible no desconfiar de esos libros, sobre todo si han sido el alimento primordial de nuestras puerilidades pasadas y por venir. “Antes” estaba el éxito futuro, “después” estaban sus recompensas deliciosas, tanto más deliciosas por haber sido objeto de puntualísimas profecías.
En la biografía de Taylor no hay atmósfera, no hay detalles, no hay un triunfo predeterminado por la historia que corona un camino de incomprensiones.
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En la literatura argentina el jazz tiene una figura arquetípica: Johnny Carter, protagonista de “El perseguidor”. Con ese cuento Cortázar —tal como él mismo diría años después en Berkeley (Clases de literatura)— pasa de una etapa estética a una metafísica: «En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Carter». Cortázar abandona los cuentos al estilo Poe y empieza a transitar el camino hacia Rayuela. De hecho, él mismo decía que “El perseguidor” era una Rayuelita.
Pablo Gianera señala que la escritura de “El perseguidor” intenta reproducir el swing del bebop: frases entrecortadas, cortes abruptos, discontinuidades. Cortázar se aprovecha del punto y coma, un signo que introduce una discontinuidad en algo que es continuo. Juega con el lenguaje, cambia del tuteo al voceo para forzar una síncopa en la lectura. Hay en “El perseguidor” un algo que se arrastra de la música, en el balanceo que busca Cortázar.
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Julio Cortázar es un autor moderno; César Aira se ancla en la vanguardia, es un autor posmoderno. Aira elige a Cecil Taylor para discutir con Cortázar; ya el haber elegido un músico de jazz existiendo Johnnie Carter es toda una declaración. Incluso podría decirse que la distancia de estilos entre los músicos es menor que la de los autores.
La primera diferencia está en que Cortázar enmascara la figura de Charlie Parker en Johnnie Carter, mientras que el personaje de Aira tiene nombre real: Aira evita trabajar con la alegoría. El modernismo (Cortázar) trabaja con la idea de obra maestra; Aira está a contracorriente, así lo evidencian sus cortes abruptos:
Después de una historia viene otra. Vértigo. Vértigos retrospectivos. Hay un exceso de continuidad. Ni siquiera intercalando finales se suspende la tracción narrativa. Pero el vértigo produce angustia, la angustia paraliza… y nos evita el peligro que justificaría el vértigo; acercarse al borde, por ejemplo, a la falla profunda que separa un final de una continuación. La inmovilidad es el arte en el artista, y es al otro lado del vidrio donde suceden los hechos que cuentan sus obras.
Continuidad discontinua en Johnnie Carter versus discontinuidad total en Cecil Taylor. A Aira le interesa el shock de la misma forma que a Taylor le interesaba incomodar a los músicos de la época. La biografía es un registro de incomprensiones sucesivas: noches en el escenario sin tocar («Oye, Cecil, no sé si has visto que el piano tiene ochenta y ocho teclas, ¿qué te parece si tocas una?»), conciertos que interrumpían los dueños de los clubes, ridiculizaciones de la gente que lo contrataba para fiestas privadas. La vanguardia carece de público: «La carrera del músico innovador era difícil porque a diferencia del músico convencional que sólo tenía que halagar al público, debía crearlo, crear su propio público inexistente hasta entonces». Pero a la vez —y a diferencia de las biografías ilustradas de músicos celebres para niños—, los fracasos de Taylor son la muestra de su triunfo: en tanto sea inadmisible mayor será su coeficiente de éxito.
Cecil Taylor es un texto clave para comprender la manera en que César Aira entiende (su) literatura y arte: Cecil Taylor es César Aira. Un dato importante: publicado originalmente en 1988, para esta reedición de Mansalva, Aira —el del mito de la fuga hacia adelante y la escritura sin revisiones— lo corrigió.
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Tomado del blog de Eterna Cadencia
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