domingo, 5 de octubre de 2014

Osvaldo Bossi es aquel

Ayer debería haber ido a la presentación de Editorial Nudista. No fui por pajera, ya lo sé.

Por suerte hoy puedo leer en el face sobre Yo soy aquel:

Osvaldo Bossi ha añadido 3 fotos nuevas.
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Durante la presentación del libro, leí este texto. Copio algunos fragmentos. Y de paso, agradezco a todos los que estuvieron presentes de un modo u otro. Y agradezco el esfuerzo (y amor) de Martin Maigua en traer y presentar los libros en Buenos Aires.
***
Escribí este pequeño librito, Yo soy aquel, para acordarme de mi infancia, y al hacerlo, olvidarla, inventando otra. La verdadera. No la que cuentan mis padres o mis tíos, sino la que se esconde en mi corazón. Acudí a la prosa porque es la única forma que uno tiene de contar algo y más o menos ser comprendido. Pero yo creo que cualquiera que sepa algo de literatura se dará cuenta, enseguida, que soy un impostor. Que trafico grandes bloques de poesía para olvidar. Como si un libro de recuerdos estuviera hecho, sobre todo, de olvido. Y sobre todo, de ausencia. Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia, decía Pizarnik. Cuando uno comprende eso, se pierde para siempre, o se salva. Yo no puedo asegurarles que me haya salvado, pero escribir este libro, por ejemplo, es una de las experiencias más felices que me dio la literatura.
(…)
Y en el centro de todo ese laberinto, de toda esa ausencia, está mi papá. A veces creo que volví a mi infancia para entrar a ese laberinto y reencontrarme con él. A veces creo que no salí nunca de ahí, y que la esperanza (de volver a verlo) es lo único que tengo y lo último que se pierde. Pero bueno, como nada es tan sencillo y la poesía es un mundo de paradojas, que te da al mismo tiempo la llave y la puerta infranqueable, yo caí en una trampa. Busqué a mi papá, y en el camino encontré las palabras, y con ellas construí un edificio enorme, que es la sombra de mi papá, y su mejor espejo. Como un Frankenstein que, con sus retazos (sacudido por los rayos milagrosos de un amor que no deja de ir y de volver y que y se repite) yo hice de esa nada, de esa ausencia, esta novela, en la que mi papá brilla como un sol. Después inventé a San, o mejor dicho, conocí a San y decidí trasladarlo en el tiempo, como a los protagonistas de una serie que me encantaba, El túnel del tiempo. Se acuerdan? Lo puse ahí, en el medio de todo esa comedia, de todo ese melodrama incomprensible que fue mi infancia, entre mis amigos, aunque con ese halo de eternidad que tienen las personas inventadas por la necesidad y el amor.
(…)
Esta noche es muy especial para mí. Hice realidad un sueño que me costó muchos años comprender: escribí un libro en el que mi papá, hermoso y un poco fanfarrón (como son los muchachos que todavía me gustan) me llevaba a dar una vuelta en su carrito de botellero y me decía que me quería. Desde ahora, cada vez que lo abran, él va a estar ahí, para siempre, cumpliendo con esas misiones que acaso no existan y son “la sal de la tierra”. Y yo también voy a estar ahí, para siempre. Aunque el libro se olvide y se pierda. No importa. Recordando, quizás, que las palabras hacen el amor y hacen la ausencia. No por separado, sino a la vez. Que lo feo puede ser espantosamente bello, y lo malo, bueno, incluso lo mejor que nos pudo pasar, y aquello que no está, puede estar para siempre.
(…)
Por último, me gustaría hacer mías estas palabras de cierto proverbio del cielo y del infierno, que dicen: “Dichoso el hijo que tiene a su padre en el infierno”. Yo, en cambio, lo llevo, desde que soy un niño, en el corazón. Y si no me creen, lean esta novela. Esta novela que se llama, no como el verso de Darío, sino como la canción del único cantante al que yo quería parecerme por aquellos años: Raphael. Con su voz, y sus gestos Tan alocados y extremistas. A él, muy especialmente, también quisiera dedicarle esta novela. Por haber hecho de un mundo, más o menos doloroso y hostil, con su sola existencia, un mundo más hospitalario y más bello.
Osvaldo

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