Me sentí transparente, de una transparencia definitivamente dolorosa y oscura. El color de mi piel, el oro gastado de mi cabello (que veía reflejados en los vidrios de la ventana) me parecieron en ese instante no sólo los despojos de mi personalidad sino una maldición inexplicable. El color oscuro de la piel suele dar a los seres una jerarquía, un poder oculto, que admiro, desprecio y temió secretamente: esto me hacía decir en mi infancia: “Podría enamorarme de un hombre de tez oscura, pero nunca me casaría con él, porque le tendría miedo”.
Silvina Ocampo. "El diario de Porfiria Bernal"
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