viernes, 15 de agosto de 2014

Horacio Quiroga, Anaconda y mi infancia

Leo "El regreso de Anaconda" para la facultad. Sé que he leído esos cuentos antes, hace mucho. La edición de EUDEBA es de la colección que me prestaba mi abuela, de los muchos libritos en aquel estante de su depto al que no volví cuando ella murió (yo tenía 10 años) a pesar de que mi abuelo siguió viviendo ahí hasta su propia muerte el año pasado.
Este es de los ejemplares que no devolví nunca, como Tini y otros relatos y algunos más y que ahora se unieron a la colección completa cuando me la trajeron al desocupar el departamento de la calle Honduras. Qué sabía yo qué era EUDEBA a los diez años, pero esos libritos todos iguales me llamaban mucho la atención y la codicia y el fanatismo de coleccionista que siempre tuve. No me acuerdo quién me elegía los títulos, si mi mamá, mi abuela o mi mismo dedito pasando por los lomos (sensación que sí recuerdo y repito muy a menudo).
¿Qué habrá pensado la niña Paula de Anaconda? ¿Qué habrá entendido de este cuento que acabo de terminar? La selva y los animales me vuelven pegados a semirecuerdos de melancolía y soledad. ¿Los habré leído todos juntos con los Cuentos de la selva? (Mi lectura de "El hijo", por ejemplo, fue posterior porque ya acusé el golpe en mi propia maternidad y juré no leerlo nunca más y afirmé que Quiroga era monstruoso). También recuerdo no haber disfrutado nada nada de "El almohadón de plumas" y "La gallina degollada" que, al tuntun, ubico en la escuela secundaria. Pero Anaconda y la selva y el agua y los camalotes y los mensú y los tucanes me vienen de antes, de una infancia más callada, más olvidada, más silenciosa. No me acuerdo mucho más. Pienso desde cuándo habré deseado ser Irupé.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...