Mientras él buscaba el escondite apropiado para ocultar el tesoro de los lulus, Wilkilén regresó al pozo. La anciana estaba esperándola.
—Ya sabía yo que el hambre te traería de regreso.
La Sombra no respondió.
—,;Dònde estuviste escondida? Te llamé cuatro veces hacia los cuatro lados, y nada. Corrí a la playa para ver si estaba nuestra balsa, entonces supe que no te habías marchado. Después me puse a juntar caracoles, y así estuve hasta que... —Wilkilén comprendió que ya no alcanzaba con callarse,hacía falta mentir—. Hasta que recordé tu estómago. ¡Vamos a buscar comida!
—¿Por qué te soltaste el cabello? —preguntó la Sombra.
—Para andar despeinada como tú y parecer tu hija —dijo Wilkilén, y corrió a perdonarla.
La Sombra se dejó abrazar sin resistencia. Y apoyó sobre la cabeza de la inocente una mano tiesa.
—Has crecido un poco esta mañana —dijo.
Un rato después la inocente y la Sombra estaban en la orilla cosechando pequeños animales de la arena para alimentarse. La Sombra se acercó al agua. La inocente llegó a su lado.
—Pequeña, ¿quién es más grande a tus ojos...? ¿La Muerte o el Odio?
La inocente se quedó pensando si esa seria la respuesta que la anciana tanto buscaba.
—Escucha lo que pienso... Toda criatura se cansa un día de cruzar ríos;entonces pide reposo. Pero no sé de ninguna criatura que se canse de amar,y pida odio. Además, la muerte camina de una vida a otra, y el odio no camina. Así que yo digo que es más grande la muerte, porque los que caminan saben silbar. Y además...
—¡Cállate! —la Sombra habló con tal violencia que los ojos de Wilkilén se desbordaron de llanto.
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