Tiempo Argentino
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27.07.2014 | Entrevista A Marcelo Cohen
"La novela es un territorio más libre y peligroso que el cuento"
Relatos reunidos, editado por Alfaguara, es una antología que recoge textos escritos entre 1984 y 2013 e incluye también trabajos inéditos del escritor, quien en esta nota reflexiona acerca de los géneros y de su forma de abordar su trabajo.
Por:
Walter Lezcano
El primer libro que publicó el traductor y escritor Marcelo Cohen (Buenos Aires, 1951) era de cuentos: Los pájaros también se comen (Editorial Boedo, 1975). Fueron los primeros intentos, los esbozos inaugurales de una exploración narrativa que sería una de las aventuras literarias más fructíferas y personales de nuestro país.
Treinta y nueve años después, con un vasto camino recorrido que incluye cinco libros de relatos, uno de ensayos y once novelas, Marcelo Cohen vuelve con una obra de cuentos. Relatos reunidos (Alfaguara) es una antología que reúne textos que cubren el periodo que va de 1984 a 2013. Separada en dos grandes partes, "Cuentos de este mundo" y "Cuentos del Delta Panorámico", este libro, que incluye cuentos inéditos como pruebas irrefutables de que la máquina sigue en funcionamiento, sirve para redescubrir y confirmar que lo de Marcelo Cohen es la delimitación de un espacio que tiene las dimensiones de un mundo, donde cada uno de sus libros es un paso más en el intento de develar los alcances y la profundidad de su creación. Donde la sociología, la lingüística, la cultura pictórica, el periodismo, la arquitectura, la poesía, la música, la antropología, y demás disciplinas, son los vehículos extraños, los recursos ficcionales, que encuentra el autor para contar y guiar a los lectores en esa vasta geografía que supo inventar. Y que a esta altura del calendario ya tiene un nombre conocido: el Delta Panorámico.
–¿Cómo surge la idea de esta antología? ¿Lo ve como una suerte de canonización editorial o valorización del trabajo de toda una vida?
–Canonización es un poco fuerte. Lo de la valorización no cabe duda. Hay que tener en cuenta de todas maneras que es la elección de una editorial. De canonización no se puede hablar. Ni siquiera se puede hablar de consagración. Sólo se puede decir que una editorial con el fondo muy grande e internacional quiere hacer esto. Es una iniciativa de Alfaguara en Argentina que es la gente que me dijo de hacerlo. Es decir, no hubo un consenso popular de que yo tuviera que entrar ahí en esa colección. Por otra parte, hay que tener en cuenta que si uno se pasó 35, 40 años escribiendo y lo hizo con cierta dedicación, publicó algunos libros y esos libros tuvieron algunos lectores tarde o temprano te toca algo. Te toca algo porque hay muchos escritores importantes que han muerto, porque tengo 62 años, etcétera. Entonces esto sucede desde el punto de vista de la pasión, la entrega, y no me despierta gran entusiasmo.
–¿Corrigió los textos que integran Relatos reunidos?
–No quise corregir mucho, no quise tocar. Siempre es esa la tentación. A mí no me gusta trabajar en textos viejos porque todos sabemos que la letra mata en el instante. Lo que uno escribe inventa algo pero al mismo tiempo mata lo que estaba vivo: lo convierte en letra. Cuando pasan tantos años, esto ya es parte del pasado y yo no soy muy amante del pasado.
–¿Qué significa exactamente que no es amante del pasado?
–No cultivo la memoria voluntaria, no miro fotos. Sí escribo cuadernos de notas, y me doy cuenta de que tengo muchos acumulados pero no los releo. Entonces todo eso me da una espantosa sensación de repetición. En esta colección hay escritores con cuyas lecturas yo me formé y que sigo admirando y que a ellos sí los releo. Hay escritores culminantes de la literatura del siglo XX. Entonces uno entra ahí y dice: ¿yo dónde me pongo? El resumen del asunto es que uno tiene que estar a la altura de lo que hizo. Si esto sucedió yo tengo que comérmelo.
–Los cuentos inéditos van es esa dirección de estar a la altura de la ocasión.
–Sí, trato de combatir la sensación de pasado poniendo algunas de las cosas que estoy escribiendo ahora. Que tiene algo distinto en cuanto al tratamiento del género. Y que medediqué a mirar, a pispear un poco mientras corregía algunos que me parecía que había que retocar bastante porque me daban un poco de vergüenza. Mientras me dedicaba a retocar me di cuenta de que aparecía una esfera contextual que era un pedazo de vida. Y esto sucedía espontáneamente. Entonces no me molestaba eso: me daba melancolía. Es el pasado, ¿no? Y al mismo tiempo me daba cintura en cuanto a la edad. Ese es el tipo de experiencia que tengo. Es una experiencia íntima la literaria respecto de lo que representa el libro en sí. Dentro de la literatura no tengo nada que decir. Que lo digan los lectores, la crítica, etcétera. Sí siento que es una justificación, una afirmación de que una de las razones por las cuales uno está aquí es para narrar. Lo que vuelve a quedarme claro, y es algo que yo tengo claro desde hace muchos años, es que uno es un depositario de algunas cosas que le pasaron pero presencialmente uno está hecho, si bien cada uno de nosotros es un vacío coronado por un nombre y lleno de experiencias que se cruzan y que son fugaces, si hay algo que queda de depósito es lo que los demás dejaron en el mundo. Las personas, algunas, con las que trató sobre todo. Y es notorio que si yo advierto cambios en lo que escribí, ligeros porque uno tiende a repetirse, provienen de cambios de lectura. Por supuesto que de los flujos del pensamiento y transformaciones del pensamiento también. Pero todo eso obedece a conversaciones con otras personas que pueden ser libros. Pero que cuando son personas tienen una influencia fundamental y en esto entran muchos amigos. Cambios vitales del lugar donde he vivido. Grandes lectores con los cuales conversé y me dieron a leer cosas importantísimas.
–¿Quiénes, por ejemplo?
–Bueno, uno de ellos, que coincidió con mi regreso a Buenos Aires, fue mi mujer, Graciela Speranza, que venía con una biblioteca entera encima que no era exactamente la mía. Y con un pensamiento también muy trabajado. Y eso a mí me cambió: la conversación con ella.
–¿Cómo se lleva con el género cuento y qué placer distintivo encuentra respecto del género novela?
–Hace mucho tiempo que digo que después de unos años de escribir cuentos, y como casi todo el mundo, escribí unos cuantos cuentos antes de escribir una novela. No sé bien por qué pasa eso. Tal vez para ver algo hecho por uno en un tiempo más corto. También porque la novela es un territorio mucho más libre, desalambrado, desamparado, más incitante y al mismo tiempo más peligroso. Porque el cuento, después de los maestros capitales del siglo XIX, derivó en cuatro cinco formas tácitamente normativas: qué tenía que ser un buen cuento. Muchísimos cuentistas escribieron prescripciones sobre eso, incluso Cortázar. Una prescripción con la que no estoy de acuerdo con toda la admiración que le tengo a Cortázar y sus cuentos.
–¿Con qué idea no acuerda?
–Con esa idea de que el cuento tiene que ganar por knock out y la novela tiene que ganar por puntos. Me parece desafortunado eso. Sobre todo porque Cortázar nunca escribió para ganarle a nadie. Sí creo, pero esto sucede también en la novela, que si el lector te abandona perdés la cabeza. Uno puede experimentar, hacer todo tipo de cosas, pero sabe que si el lector no llega al final se escribió todo al cohete. También porque el escritor quiere que cambie algo y necesita que el lector llegue al final. Es cierto también que la cabeza del lector en cada circunstancia está condicionada por muchas cosas.
–¿Cuáles serían esos condicionamientos del lector?
–Por ejemplo que quiera pasar a otra cosa. Esto de pasar a otra cosa es una de las posibilidades que da el cuento. Por lo general un texto rápido donde hay que apretar una situación. Pero yo no sé comprimir, no sé resumir mi pensamiento. Yo creo que he escrito muy pocos cuentos si se tiene en cuenta todas esas cosas que se dicen de los cuentos: que narra un hecho en la menor cantidad de palabras, con la menor cantidad de sucesos posibles. A mí es muy difícil que me pase un personaje por la cabeza si es un personaje que tiene una mínima influencia en la historia. Las situaciones y los paisajes lo mismo. Mi imaginación nace de tal manera que surge todo junto. Generalmente son dos ideas distintas que yo trato de unir por alguna razón caprichosamente. Y eso es mecánico o es la manera de fomentar mi imaginación. Y entonces me cuesta mucho detenerme. También tengo en cuenta que existen y me importan las cuestiones de equilibrio, de composición, y al mismo tiempo, por el lado anterior, tampoco puedo dejar de atender a las posibilidades que ofrece la frase. Yo soy básicamente un escritor de oraciones. Eso es lo que hago como traductor que soy. Y lo que ofrece la frase no siempre responde a la idea previa, de manera que las historias se me alargan. Las historias piden su dimensión y uno puede capitular o negociar ese pedido que tiene la historia. De ahí surgen estos raros términos medios que son mis cuentos.
–¿La novela es más "hospitalaria" con el escritor, le permite alojarse un buen tiempo en ella?
–Con las novelas uno vive un buen rato. Y a mí esa sensación de pertenencia a un mundo que no existe me aplaca la ansiedad, la neurosis, me gusta convivir con eso. Con el cuento he tratado de abrir las formas. Aplicar en los cuentos métodos de narración más larga.
–¿Cuándo nacen los relatos del "Delta panorámico" y en qué se diferencia de los cuentos que venía escribiendo hasta ese momento?
–La primera historia que transcurre en el Delta panorámico es "El fin de la palabrística". Era una historia que se me había ocurrido varios años antes de escribirla. Fue más o menos por la época en la que conocí a mi mujer y decido volver a Argentina después de 20 años. Venía con muchas sensaciones de entusiasmo y de pánico que te provoca el volver a Argentina después de haber vivido en un lugar como Cataluña que es un lugar completamente diferente a nuestro país: son personas muy amantes, excesivamente, de la distancia. Y lo que yo quería era crear una realidad donde esta se pudiera mirar mejor. Pasa que mi idea es que una de las formas en las que surge el género fantástico es en la continuidad de elementos muy distintos, sobre todo de espacios. Y yo había creado un espacio distinto para cada uno de mis libros. Y eso era bastante agotador. Entonces me vino a la cabeza una novela que nunca olvido: La afirmación de Christopher Priest, un escritor inglés de ciencia ficción y de anticipación. En esa novela hay un momento en donde el protagonista va hacerse una operación de erradicación de la memoria. Y va a un lugar que se llama el Archipiélago de Sueño. Y él describe ese viaje, las islas de mar. Cuando yo volví aquí una de las cosas que sí me ponían contento era reencontrarme con el río: con Tigre, con el Delta. Yo quería escribir historias muy distintas. No quería escribir siempre las mismas historias de anticipación de sociología fantástica. Quería que el género se definiera en la propia escritura. Vos podés decir que yo hago futurismo cambalache, futurismo chatarra, una suerte de ciencia ficción del tercer mundo, yo no sé lo que hago. Pero me pareció interesante que si quería escribir diferentes historias podrían situarse cada una en una isla y podía inventar un delta, que me gustaba tanto. En algún momento surgió "Delta panorámico" como se te ocurre ponerle un nombre a las cosas. Simplemente porque pensé" acá se puede ver de todo". Entonces escribí el primer libro, Los acuáticos, que cada cuento transcurre en una isla diferente y cada una tiene características culturales, religiosas. Mi idea era que ese libro me protegía del invasivo realismo argentino. Que se escribió y se sigue escribiendo a pesar de la existencia de Borges, Bioy Casares, Cortázar, Leopoldo Marechal. Y, a la vez que me protegía de esa invasión realista, podía hurgar en ese espacio y no tenía que inventar un espacio nuevo con cada historia, sino ir extendiendo el mismo. Y eso simplemente se convirtió en una manía, un hobby, en una ocupación paralela a la invención de historias. Yo ya sabía que cualquier cosa que se me pasara por la cabeza y que tuviera ganas de escribir iba a suceder ahí. Es un mundo de las posibilidades de nuestro mundo. Probablemente nunca vaya a conocer entero ese mundo. Y tampoco sé si me interesa conocerlo todo.
Los mundos posibles
Con mucha certeza, Guillermo Saavedra dice en el prólogo de Relatos reunidos de Marcelo Cohen: "Las ficciones de Cohen vuelven una y otra vez sobre esta misma escena: gente agobiada por la evanescencia de lo real –y, en consecuencia, de su propia vida– intenta alguna acción capaz de devolver al mundo algo de su perdida consistencia, condición indispensable para luego plantearse nuevas formas de equidad, de libertad, de convivencia más o menos armónica." Claro, todo esto a lo que se refiere Saavedra ocurre en un contexto enrarecido y dentro de un paisaje absolutamente fantástico. Sin embargo, posible como puede ser cualquier ficción que logra construir su verosímil. Pero la cuestión del género, hablamos de la ciencia ficción en su versión más sofisticada, no sería posible de ninguna forma sin esa labor exquisita que Marcelo Cohen hace con el lenguaje. Y sería muy fácil atribuir un plus de valor a la creación de neologismos, que en estos relatos están y en gran cantidad: Panconciencia, turbotaxi, elixirios, flaybús, etcétera. Ahora bien, lo complejo, y es ahí donde está puesta la cuota de futuro y apuesta, es en la condición expresiva. Se trata de lograr que las palabras nuevas se ensamblen y fluyan con el alfabeto ya conocido para entablar una relación creativa. Es decir, que entre la colisión de lo nuevo y lo viejo que tiene toda posibilidad, todo mundo próximo, brote una realidad habitable o una ficción creíble en sus propios términos.
En estos veinticuatro cuentos que integran estos Relatos reunidos se puede leer las múltiples formas que hay de representar lo externo de un mundo desconocido mientras que los personajes intentan adaptarse, con toda la lucha íntima e interior que eso significa, a esa extrañeza que les propone aquello que los rodea.
Por último, hay que destacar que en estos textos no hay una evolución posible si nos referimos a un "crecimiento" en cuanto a la prosa o la solidez de las tramas. Eso estuvo presente en Cohen desde su primera novela, El país de la dama eléctrica. Lo que sí hay, y se percibe como una entrega absoluta, es una profundización de las obsesiones de un creador tratando de estar a la altura creativa del territorio que la imaginación puso en sus manos.
Con mucha certeza, Guillermo Saavedra dice en el prólogo de Relatos reunidos de Marcelo Cohen: "Las ficciones de Cohen vuelven una y otra vez sobre esta misma escena: gente agobiada por la evanescencia de lo real –y, en consecuencia, de su propia vida– intenta alguna acción capaz de devolver al mundo algo de su perdida consistencia, condición indispensable para luego plantearse nuevas formas de equidad, de libertad, de convivencia más o menos armónica." Claro, todo esto a lo que se refiere Saavedra ocurre en un contexto enrarecido y dentro de un paisaje absolutamente fantástico. Sin embargo, posible como puede ser cualquier ficción que logra construir su verosímil. Pero la cuestión del género, hablamos de la ciencia ficción en su versión más sofisticada, no sería posible de ninguna forma sin esa labor exquisita que Marcelo Cohen hace con el lenguaje. Y sería muy fácil atribuir un plus de valor a la creación de neologismos, que en estos relatos están y en gran cantidad: Panconciencia, turbotaxi, elixirios, flaybús, etcétera. Ahora bien, lo complejo, y es ahí donde está puesta la cuota de futuro y apuesta, es en la condición expresiva. Se trata de lograr que las palabras nuevas se ensamblen y fluyan con el alfabeto ya conocido para entablar una relación creativa. Es decir, que entre la colisión de lo nuevo y lo viejo que tiene toda posibilidad, todo mundo próximo, brote una realidad habitable o una ficción creíble en sus propios términos.
En estos veinticuatro cuentos que integran estos Relatos reunidos se puede leer las múltiples formas que hay de representar lo externo de un mundo desconocido mientras que los personajes intentan adaptarse, con toda la lucha íntima e interior que eso significa, a esa extrañeza que les propone aquello que los rodea.
Por último, hay que destacar que en estos textos no hay una evolución posible si nos referimos a un "crecimiento" en cuanto a la prosa o la solidez de las tramas. Eso estuvo presente en Cohen desde su primera novela, El país de la dama eléctrica. Lo que sí hay, y se percibe como una entrega absoluta, es una profundización de las obsesiones de un creador tratando de estar a la altura creativa del territorio que la imaginación puso en sus manos.
Tomado de http://tiempo.infonews.com/2014/07/27/suplemento-cultura-128975-la-novela-es-un-territorio-mas-libre-y-peligroso-que-el-cuento.php
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