El lunes pasado tuve una experiencia mística en terapia intensiva con mi viejo. Él, lleno de caños, relúcido, sin poder hablar, no sé cómo (o yo me lo inventé) quiso papel y birome para decirme algo. Yo desesperada. No le entendí, pensé mil cosas, adivinaba algunas, él me decía que sí o que no con los ojos. Creí que quería que le leyera algo, busqué el único libro que tenía a mano (Manual Pràctico del Odio de Silvana en el pasillo) y no quise leerle el título por no deprimirlo y le busqué el capítulo de amor para alegrarlo, pero no era eso lo que quería (yo creía que había equivocado el libro o el género).
Ayer, sin respirador, le pregunté qué carajo me quería decir, por qué dibujaba apenas un círculo, una flecha, los números 1,2,3 (imaginate todas las teorías filosóficas, líricas y morales que entendió esta boluda). Bué, mi viejo quería que le trajera su reloj, el de agujas, o el de los números grandes. Le dije que yo pensé muchas otras cosas. Me dijo que soy un tronco.
:P
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