martes, 3 de enero de 2012

Soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás

Marcel Schwob: El libro de Monelle


Tomado de http://inmaculadadecepcion.blogspot.com/2004/08/marcel-schwob-el-libro-de-monelle.html

He aquí un libro que puede cambiar tu vida, la mía, la de vuestro vecino. Marcel Schwob nacido en 1867 y a quien Apollinaire lo definía como "el padre de una poesía distinta" conoce en 1890 a una niña, Louise, menuda, y pueril, de quien posteriormente se enamora apasionadamente; Louise muere en la miseria y de tuberculosis. Schwob la cuidó hasta el último instante, desconsolado se reintegra a su "soledad y desesperación"; escribe entonces El Libro de Monelle; fragmentos del libro presentamos a los lectores de Inmaculada Decepción.

Palabras de monelle

Monelle me encontró en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tomó de la mano:

-No te sorprendas -me dijo- soy yo y no soy yo. Me volverás a encontrar y me perderás.

Una vez más volveré entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido.

Y me olvidarás y me reconocerás y me volverás a olvidar.

Y añadió Monelle: Yo te hablaré de las pequeñas rameras, y tú sabrás el comienzo.

Cuando Bonaparte el asesino tenía dieciocho años, halló bajo las puertas forjadas del Palais Royal a una pequeña prostituta. Tenía la tez pálida y tiritaba de frío. Pero "era necesario vivir", le dijo ella. Ni tú ni yo sabemos el nombre de esa pequeña a quien Bonaparte llevó, una noche de noviembre, a su cuarto del hotel de Cherburgo. Era de Nantes, en Bretaña. Estaba débil y cansada, y su amante acababa de abandonarla. Era sencilla y buena; su voz sonaba muy dulcemente. Bonaparte recordó todo esto. Y creo que, más tarde, el recuerdo del sonido de su voz lo emocionó hasta las lágrimas y la buscó largo tiempo, durante las noches de invierno, sin volverla a encontrar nunca más.
Porque sabrás que las pequeñas rameras solo salen una vez de la muchedumbre nocturna para cumplir una misión de bondad. La pobre Ana acudió en auxilio de Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en una ancha calle de Oxford bajo los grandes quinqués encendidos. Con los ojos húmedos le acercó a los labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y le prodigó caricias. Luego volvió a sumergirse en la noche. Tal vez murió poco después. "Tosía -dice de Quincey- la última noche que la vi". Quizá erraba aún por las calles; pero, a pesar de su apasionada búsqueda y de haber arrostrado las burlas de las gentes a las cuales interrogaba, Ana se perdió para siempre. Más tarde, cuando pudo disfrutar de una vivienda abrigada, pensó muchas veces, con lágrimas en los ojos, que la pobre Ana hubiera podido vivir allí, junto a él. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda o desolada, en la negrura central de un burdel de Londres habiendo llevado consigo todo el amor piadoso de su corazón.
Has de saber que ellas lanzan un grito de compasión por vosotros y os acarician la mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados; lloran con vosotros y os consuelan. La pequeña Nelly salió de su infame casa para ir a ver al presidiario Dostoievsky y, agonizando de fiebre, lo miró largamente con sus grandes y temblorosos ojos negros. La pequeña Sonia (ella existió, como todas las demás) abrazó al asesino Rodino después de confesarle éste su crimen. "¡Está usted perdido!", le dijo con acento desesperado y levantándose súbitamente, se arrojó a su cuello y lo abrazó… "¡No, en este momento no hay sobre la tierra un hombre más desdichado que tú!", exclamó en un impulso de piedad; y de pronto estalló en sollozos.
Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que encontró el joven y triste Bonaparte, la pequeña Nelly se sumergió en la bruma. Dostoievsky no dijo que fue de la pequeña Sonia, pálida y demacrada. Ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a Raskolnikof hasta el término de su expiación. No lo creo. Se apagó suavemente en sus brazos, después de haber sufrido y amado en exceso.
Compréndelo: ninguna de ellas puede permanecer junto a vosotros. Se sentirán demasiado tristes y, además, tienen vergüenza de quedarse. Una vez que vuestro llanto ha cesado, ellas no se atreven a miraros. Os enseñan su lección y luego se van. Vienen en medio del frío y de la lluvia para besar vuestra frente y enjugar vuestros ojos; después, las espantosas tinieblas vuelven a tragarlas. Pues tal vez deben irse a otra parte.

No la conocéis sino se compadecen de vosotros. No debéis pensar en otra cosa. No debéis pensar en lo que hayan podido hacer en las tinieblas. Nelly en esa horrible casa, Sonia ebria sobre el banco del bulevar y Ana devolviendo el recipiente vacío en el comercio de vinos de una oscura callejuela, eran quizá crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Pero cuando salían de un oscuro callejón para dar un beso de piedad bajo el farol encendido, de la ancha calle, en ese momento se tornaban divinas.

Hay que olvidar todo el resto.

Callóse Monelle y me lanzó una mirada:

He salido de la noche -dijo- y volveré a la noche.
Pues yo también soy una pequeña ramera.

Y Monelle dijo después:

Tengo piedad de ti, tengo piedad de ti, mi amado.

Sin embargo, volveré al seno de la noche; pues es necesario que me pierdas, antes de volverme a encontrar. Y si me encuentras, huiré de ti nuevamente.

Pues yo soy la que está sola.

Y dijo luego Monelle:

Porque estoy sola tú me darás el nombre de Monelle. Pero no olvidarás que tengo todos los otros nombres.

Y yo soy ésta y aquélla y la que no tiene nombre.

Y te conduciré entre mis hermanas, que son yo misma, y semejantes a rameras sin inteligencia.

Y tú las verás atormentadas por el egoísmo, la voluptuosidad, la crueldad, el orgullo, la paciencia y la piedad, sin haberse encontrado todavía a sí mismas.

Y las verás irse a lo lejos, para buscarse a sí mismas.

Y tú mismo me encontrarás y yo me encontraré a mí misma; y me perderás y yo te perderé.

Porque soy la que se pierde tan pronto como se la encuentra.

Y añadió Monelle:

Ese día, una mujercita tocará tu mano y huirá. Porque todas las cosas son fugaces; pero Monelle es la más fugaz.

Y Monelle dijo luego: Te hablaré de la destrucción.

He aquí la palabra: Destruye, destruye. Destruye en ti mismo, destruye a tu alrededor. Haz lugar para tu alma y para las otras almas.

Destruye todo bien y todo mal. Los escombros son similares.

Destruye las antiguas moradas de los hombres y las antiguas moradas de las almas; las cosas muertas son espejos que deforman.

Destruye pues toda creación proviene de la destrucción.

Para lograr la bondad superior hay que aniquilar la bondad inferior. Y así el nuevo bien parece saturado de mal.

Para imaginar un nuevo arte hay que destrozar el arte viejo. Y así el nuevo arte parece una especie de iconoclasia.

Y agregó Monelle: Te hablaré de la formación.

El mismo deseo de lo nuevo no es más que la apetencia del alma que desea formarse.

Y las almas desechan las formas antiguas, así como las serpientes sus viejas pieles.

Y los pacientes coleccionistas de viejas pieles de serpientes entristecen a las serpientes jóvenes porque tienen sobre ellas un poder mágico.

Pues aquél que posee las viejas pieles de serpiente impide la transformación de las serpientes jóvenes.

He aquí por qué las serpientes desnudan su cuerpo en el verde sendero de una espesura profunda; y una vez al año, las jóvenes se reúnen en círculo para quemar las viejas pieles.

No arrojes escombros detrás de ti; que cada uno se sirva de sus propias ruinas.

Para todo deseo nuevo, crea dioses nuevos.

Y siguió diciendo Monelle: Te hablaré de los dioses.

Deja que mueran los antiguos dioses; no te quedes sentado, junto a sus tumbas, semejante a una plañidera.

Pues los antiguos dioses escapan de sus sepulcros; y no protejas a los dioses jóvenes rodeándolos de ligaduras.

Que todo dios vuele, tan pronto como se lo haya creado; que toda creación perezca, tan pronto como se la haya concebido.

Que el antiguo dios ofrezca su creación al joven dios, a fin de que éste la reduzca a polvo.

Que todo dios sea dios del momento.

Y Monelle agregó: Te hablaré de los momentos.

Contempla todas las cosas bajo el aspecto del momento.

Deja ir tu yo al capricho momentáneo.

Piensa en el momento. Todo pensamiento que dura es contradicción.

Ama el momento. Todo amor que dura es odio.

Sé sincero con el momento. Toda sinceridad que dura es mentira.

Sé justo con el momento. Toda justicia que dura es injusticia.

Actúa en función del momento. Toda acción que dura es un reino difunto.

Siente la felicidad del momento. Toda felicidad que dura es desgracia.

Ten respeto por todos los momentos y no establezcas relaciones entre las cosas.

No prolongues el momento; podrías fatigar la agonía.

Mira: todo momento es una cuna y un ataúd: que toda vida y toda muerte te parezcan extrañas y nuevas.

Y Monelle volvió a decir: Te hablaré de la vida y de la muerte.

Los momentos son como bastones mitad blancos y mitad negros.

No ordenes tu vida por medio de dibujos hechos con las mitades blancas.

Pues encontrarás en seguida los dibujos hechos con las mitades negras.

Que cada negrura esté atravesada por la espera de la blancura venidera.

No digas: ahora vivo y mañana moriré. No dividas la realidad entre la vida y la muerte. Di. Ahora vivo y muero.

Agota en cada momento la totalidad positiva y negativa de las cosas.

La rosa de otoño dura una estación; cada mañana se abre; todas las noches se cierra.

Que toda inteligencia brille y se extinga en ti con la brevedad de un relámpago.

Mezcla la muerte con la vida y divídelas en momentos.

No esperes la muerte: está en ti. Sé su camarada y apriétala contra ti; ella es como tú mismo.

Muere de tu muerte; no envidies las muertes antiguas. Varía los géneros de muerte con los géneros de vida.

Considera toda cosa incierta como viviente y toda cosa segura como muerta.

Y dijo luego Monelle: Te hablaré de las cosas muertas.

Quema cuidadosamente a los muertos y expande sus cenizas a los cuatro vientos del cielo.

No juegues con los muertos ni acaricies su rostro.
No te rías ni llores sobre ellos; olvídalos.

No confíes en las cosas pasadas. No te ocupes de construir bellos ataúdes para los momentos pasados: piensa en matar los momentos que vendrán.

Desconfía de todos los cadáveres.

No abraces a los muertos; porque ellos ahogan a los vivos.

Ten hacía las cosas muertas el respeto que se debe a las piedras destinadas a construir.

No ensucies tus manos en los cauces gastados. Purifica tus dedos en las aguas nuevas.

Aspira tu propio soplo y no los hálitos muertos.

No lleves en ti el cementerio. Los muertos producen pestilencia.

Y Monelle siguió diciendo: Te hablaré de tus acciones.

Que toda copa de arcilla transmitida se pulverice en tus manos. Quiebra toda copa en la que hayas bebido.

No te legues nada a ti mismo: ni placer ni dolor.

No seas esclavo de ropaje alguno; ni del alma ni del cuerpo.

Nunca golpees con el mismo lado de la mano.

Huye de las ruinas y no llores entre ellas.

Cuando dejes tus ropas por la noche, despójate de tu alma diurna; desnúdate en todos los momentos. Toda satisfacción te parecerá mortal. Fustígate de antemano.

No confieses las cosas pasadas, pues están muertas; confiesa ante ti mismo las cosas futuras.

No bajes a recoger las flores que crecen a lo largo del camino.

Conténtate con toda apariencia. Pero abandona la apariencia y no te des vuelta.

No te vuelvas jamás: detrás de ti acuden jadeantes las llamas de Sodoma, y podrías convertirte en estatua de lágrimas petrificadas.

No mires detrás de ti. No mires demasiado delante de ti. Si miras en tu interior, que todo sea blanco.

No te asombres de nada por la comparación del recuerdo; asómbrate de todo por la novedad de la ignorancia.

Asómbrate de todas las cosas; pues todas las cosas son diferentes en la vida y semejantes en la muerte.

Construye en las diferencias; destruye en las similitudes.

No te dirijas a las permanencias; no están ni sobre la tierra ni en el cielo.

No temas contradecirte; no hay contradicción en el momento.

No ames tu dolor, puesto que no ha de durar.

Reflexiona acerca de tus uñas que crecen y de las pequeñas escamas que se desprenden de tu piel.

Sé olvidadizo de todas las cosas.

No hagas durar la dicha del recuerdo hasta el porvenir.

No recuerdes ni preveas.
No digas; Trabajo para adquirir, para olvidar. Sé olvidadizo de la adquisición y del trabajo.
Rebélate contra todo trabajo; contra toda actividad que trascienda el momento, rebélate.
Borrarás con el pie izquierdo la huella de tu pie derecho.
La mano derecha debe ignorar lo que acaba de hacer la mano derecha.
No te conozcas a ti mismo.
No te preocupes de tu libertad: olvídate de ti mismo.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...