"En la calle de los lectores perdidos suelen ocurrir innumerables incidentes. Se trata, en casi todos los casos, de enfrentamientos rápidos, de golpes al aire, al cuerpo, patadas que nunca terminan de materializarse; enseguida todo vuelve a su curso habitual: algunos caminan en círculo, las manos en la espalda, como suel hacerlo el jefe: otros comparten una cajita con vino, otros conversan sin escucharse, tironean papeles manoseados.
Es necesario aclarar que Frasquelli y Walter son personas fácilmente sobornables. No es imprescindible disponer de dinero para franquear la entrada a la biblioteca, también pueden hacer cambiar de opinión a esos dos, líbero y stopper durísimos, con alguna botella de whisky barato, una pizza grande de muzzarella o, como tal graciosamente lo hizo un lector pícaro, entregando una mujer no del todo vieja, no del todo enferma, no del todo escuálida.
Los que continían, agónicos, en la calle de los lectores perdidos, son indigentes, pobres diablos que no poseen nada que les sirva como valor de cambio. En otras épocas fueron jóvenes de brillante futuro pero ahora están varados a la intemperie, desactualizados de todas las novedades bibliográficas, sin chances de volver a insertarse en el mercado laboral y en el mercado del amor, pero dejándose ganar, a veces, por el deseo, a pesar de los olores y la mugre que impregnan los cuerpos. Es común encontrar parejas que se cubren con los abrigos, tendidos uno encima del otro, en alguna zona menos concurrida de la calle, haciendo esfuerzos para no ser descubiertos. Y también es común que otros se desnuden sin pudor, a la vista de todos y comiencen la fricción, los juegos eróticos previos al encuentro, exponiéndose a tener que compartir el placer con cualquiera de los lectores perdidos que deambulan y están siempre en la búsqueda de un bálsamo de ternura que aquiete tanta pena."
Ariel Bermani. Leer y escribir.
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