"Delia había previsto que, en algún momento, el capitán le buscaría el cuerpo. Cuando se presentara ese momento, accedería al requerimiento como una forma de ocultar lo que le estaba sucediendo. Y cuando ese momento temido llegó, una madrugada en que el capitán regresaba de la base, como siempre, al amanecer, Delia comprobó que su cuerpo se rehusaba a la costumbre de la entrega. Fue castigo y respiro a la vez. Castigo porque, cuando el capitán empezó a tocarla, Delia sintió repulsión. Resiro porque el momento había por fin llegado y faltaba menos para que acabara, como faltaba también menos para el próximo encuentro con Lía y, de ese modo, en brazos de su amante, iba a exorcizar la cópula mecánica del capitán.
El capitán ni se percataba de lo que podía estar sintiendo su mujer.
Me vino, se disculpó Delia.
Me hubieras dicho, che, dijo él dándole la espalda en la cama.
Te odio, sintió Delia. Pero se calló.
Porque se recriminaba que esos sentimientos de repulsa hacia el capitán abarcaban también la vida surgida de sus entrañas.
Al menos es varón: no va a sufrir tanto, le dijo una vez a Lía, cuando hablaban de París.
Quién te dijo, retrucó Lía. Hay hombres que sienten como mujeres.
Te referís a Gomez.
No necesariamente, dijo Lía. Todo hombre que sufre, en su dolor se feminiza. El dolor amaricona, querida. Y hay que ser muy macho para aguantarlo.
De qué me hablás.
Tu marido, por ejemplo, es menos hombre que nuestro querido Gómez."
Guillermo Saccomanno. La lengua del malón.
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