miércoles, 18 de enero de 2012

Compañeros de vacaciones

:: Librería Eterna Cadencia::
El escritor en vacaciones
18-01-2012 |

Les preguntamos a diez escritores con qué personaje literario se irían de vacaciones, y a dónde.

Por Florencia Parodi.


“Las ‘vacaciones’ son un hecho social reciente cuyo desarrollo mitológico sería interesante indagar”, afirmaba Barthes en el artículo de donde tomamos el título, publicado en la década del cincuenta. Ante las fotografías de escritores ‘en vacaciones’ publicadas por el diario francés Le Figaro, Barthes notaba: “Las técnicas del periodismo contemporáneo se dedican cada vez más a ofrecer un espectáculo prosaico del escritor”. Este, a pesar de que acepta “que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc.”, queda en un terreno empíreo que comparte con figuras como los santos u otras, igual o más idealizadas: sus productos, los personajes. La intención de esta nota, más de medio siglo después de la primera afirmación y en sintonía con el fin del periodismo, es doblarle la apuesta a lo prosaico del espectáculo: les preguntamos a diez escritores con qué personaje de un libro se irían de vacaciones y a dónde.

–Los personajes literarios que me han marcado, me doy cuenta, suelen tener un grado considerable de neurosis –dice la mexicana Valeria Luiselli, autora de Papeles falsos–, de manera que no harían buenos compañeros. Imagino con horror viajar con Sancho Panza, por ejemplo, indudablemente simpático sobre la página, pero presa de esa verborrea insoportable, tan mediterránea. Tal vez Ishmael, el personaje de Moby Dick, haría un buen compañero de viaje. A mí me pasa como a él: cada tanto me pongo inquieta, cansada, un poco melancólica, y empiezo a sentir un impulso irrefrenable por darle de codazos a las personas que caminan por las calles (Ishmael contaba que le daba por volarles los sombreros a las personas con la punta del bastón, pero yo no puedo porque ya casi nadie usa sombrero). Cuando me pongo así sé que es hora de retirarme del mundo por un tiempo. Yo casi siempre me retiro a los libros, o al cine, o a donde halle cierto silencio. Pero me gustaría hacer como dice Ishmael: “I quietly take to the ship”.

Valeria Tentoni también prefiere tranquilidad antes que diversión a la hora de irse de vacaciones. “Me iría a una playa escandalosamente serena con Bartleby, el escribiente –ese revolucionario de la omisión–”, dice la autora de El sistema del silencio, un libro de relatos que se publica este año. “Sería un excelente compañero para pasar días enteros de silencio, desparramados en hamacas paraguayas, sin hacer nada de nada. Preferiría al gran vengador de la burocracia antes que a cualquier personaje histérico y ávido de protagonismo. Lo taparía de protector solar y lo dejaría ocupando una casita de alquiler frente a la costa, segura de que seguiría ahí dentro para que yo vuelva, la temporada siguiente (muy a pesar del propietario) sin pagar un centavo”.

Como explica Barthes en el mismo artículo, a partir de las licencias pagadas, las vacaciones que en un principio eran exclusivamente escolares, se volvieron un hecho proletario, o al menos laboral. Y en este sentido pueden imaginarse como una manera de retirarse al silencio, pero también como se las imagina Walter Lezcano, que acaba de publicar Los mantenidos: descontrolar y así contrarrestar la angustia que sufre el proletario los otros once meses y medio del año.

–La compañía en vacaciones es la que te permite sentirte en el paraíso o en el peor de los círculos infernales –afirma Lezcano–. Por eso hay que saber a quién pagarle le pasaje y meter en tu carpa. Yo me iría de mochilero a Colombia, un territorio que todavía mantiene cierta tensión y encanto impredecible. Una vez ahí, me encuentro con María del Carmen Huerta, ustedes saben: la mujer violentamente festiva que protagoniza ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo, para que ella me oficie de guía por las zonas menos turísticas y más zarpadas de Cali. ¿Hay alguien más calificado que ella para ir de fiesta, para descontrolar, para perderse y, sin embargo, mantener la vida y las ganas de seguir jodiendo? No lo creo.

Sebastián Robles, autor de Los años felices, comparte con Lezcano la preferencia por un paisaje americano: Ciudad Juárez, en México. Y se iría ahí con Amalfitano, el personaje de Roberto Bolaño, pero elige un programa más sedentario: “Pasaríamos las tardes debajo de un ventilador de techo, tomando tequila, con las ventanas cerradas al aire caliente del desierto. No iríamos a ninguna parte, nadie vendría a vernos. Hablaríamos de filosofía, de Archimboldi y de los crímenes de los narcos. Me quedaría unos veinte días, no más, y volvería a casa con la sensación de no haber hecho absolutamente nada, lo cual sería cierto”.

El desarrollo mitológico ha devenido en una idea llena de imágenes publicitarias, que algunos querrían encarnar inclusive teniendo la oportunidad de tomarse vacaciones con un personaje de la ficción. Tal es el caso del escritor, traductor y poeta Mariano Dupont, que asegura: “Me gustaría irme con Lolita de Lolita de Nabokov. A una isla de la Polinesia con aguas turquesas y tortugas gigantes, donde no haya un alma, la playa blanca, cual harina, sólo para nosotros. Y pasarle el Hawaiian Tropic a Lolita (desnuda) por la espalda, las piernas, las nalgas, etc. A la sombra de una palmera. Y atrás volando unas gaviotas, ponele. Día radiante, por supuesto. Y de golpe se nos acerca un negro del hotel con uniforme y mocasines y nos trae en una bandeja una caipiriña bien helada para mí y una Crush para Lolita. Eso me gustaría”.

“La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependientes [y en este planteo con personajes], no deja de trabajar, o al menos no deja de producir”, observaba Barthes. “Uno escribe sus recuerdos, otro corrige pruebas, el tercero prepara su próximo libro”. En todo caso, el tiempo particular del verano, sus siestas, sus horas dedicadas a la lectura y a la música, funden los límites entre producir y descansar, los textos propios y los ajenos. La mexicana Margo Glantz, por ejemplo, nos dio una respuesta que contiene un pequeño fragmento de un libro suyo llamado El rastro:

–Leo a Dostoievski, las escenas entre Rogozhin y el príncipe idiota, lo leo frente a la chimenea de la casa que no está encendida, recordando la rapidez con que el fuego quema los billetes que Rogozhin le ha entregado a su amante Nastasia Filipovna, Rogozhin, su asesino (“¡cómo me gustaría que me amasen así, /de esa apasionada manera en que Rogozhin o el idiota amaban a Nastasia Filipovna!/, aunque me asesinen, sigo pensando, sentada en mi sillón preferido oyendo a Mozart, el concierto número 20, Kegel quién sabe qué, para piano y orquesta!”) (especialmente el adagio). Decido: me hubiera gustado ir a San Petersburgo, a finales del siglo XIX, aunque hubiera nieve, y sentarme entre Mishkin y Rogozhin, esperando el momento de ser asesinada, si la vida me concediera la suerte de ser Nastasia Filipovna.

El escritor español Andrés Barba (Las manos pequeñas) fue probablemente el más astuto a la hora de elegir su personaje y además –asegura– no le costó demasiado imaginárselo: “¡Jay Gatsby! El gran gatsby de Fitzgerald. Serían a la vez unas vacaciones divertidas, elegantes, llenas de fiestas hasta el amanecer, unas vacaciones un poco locas tal vez, en las que uno hace cosas que no vuelve a hacer nunca más en la vida, con chicas guapas y listas y gente que oculta su pasado. Y sobre todo: mucho, mucho, mucho sentido del humor…”

Otra posibilidad es imaginar las vacaciones junto al autor de los libros que nos gustan. Andrea Jeftanovic, autora de No aceptes caramelos de extraños, quisiera llevarse a Amos Oz al sur de Chile: “Convivir en vacaciones significa estar 24 horas del día con alguien, no es menor compartir sintonía”, reflexiona Jeftanovic. “Siguiendo el espíritu de los tiempos buscaría a un indignado melancólico, sería feliz viajando con el autor israelí Amos Oz, un autor poético, incómodo con el estado de las cosas, reflexivo pero que sabe esbozar una sonrisa, con mucho mundo interior. Por las fotos que he visto es un hombre atractivo, con surcos ancestrales, lejos de la imagen de divo que tienen tantos escritores. A mí no me gusta compartir las vacaciones con personas hiperquinéticas, hiperventiladas, frívolas; para mí nada de vacaciones maníacas, prefiero el recogimiento, las caminatas en silencio, la sensualidad, las utopías, agua (mar o lagunas) y buena comida. Intuyo que sería un compañero perfecto, lo traería al sur de Chile, lo opuesto del desierto en el que vive, para mostrarles nuestros bosques fríos, volcanes rebeldes, glaciares y lo invitaría a mirar las estrellas mientras bebemos vino y comemos extasiantes mariscos. Antes de dormir le pediría que me leyera alguna de sus novelas, tremendamente contemporáneas, en hebreo bíblico, no es un idioma que entienda, pero deber ser un rumor sugestivo”.

El de Juan Martini también es un caso atípico. Entre todos los personajes de la literatura, por sus razones, eligió uno propio; pero ni a él lo soportaría demasiado tiempo:

–Jamás me iría de vacaciones con alguien que no conozco. Y es altamente improbable conocer de verdad a un personaje de novela sea del linaje que sea. Por eso me parece que me iría con Sivori, que trabaja en una novela mía, y del que sé bien que le gustan el cine, las rabas, el mar y hablar todo el tiempo de mujeres. Máximo cuatro días.

Pablo Natale, poeta cordobés autor de Vida en común, volvió a superar nuestras expectativas y los límites de la consigna. Como Barba, tuvo la astucia de elegir la mansión de Gatsby para locación de vacaciones, pero se llevó con él a más de diez personajes:

–Me iría de viaje a la mansión Gatsby acompañado de Ana Karenina, Hércules Poirot, un velociraptor del Parque Jurásico, los niños gitanos que aparecen en el Arpa de Hierba, una mujer que en un cuento de Calvino pierde su bikini mientras está nadando, el vejete de los cuentos cortos de Kjell Askildsen, un par de elfos, Shatzy Shell, Tomatis y, obviamente, Máximo Disfrute (sean sus buenas o sus malas épocas). De ese modo habría variedad ética y psicológica y el resultado sería algo grandioso e inolvidable. Por suerte la mansión Gatsby es grande, seguro que hay lugar para todos. Cada uno se las podría arreglar solo llegado el momento. Cualquier cosa ahí están Ana Karenina, el velociraptor y Poirot, acechando en las sombras. Si sale todo bien, a la semana llegaría Wes Anderson y todos los personajes que salen en sus películas.

Y está bien, después de todo, como afirma él, “por algo vivimos en la cultura de los hosteles”.




Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=19495

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