Todavía son momentos demasiado concientes y razonados. Pero ya siento que la casa me protege, me tranquiliza cuando me voy a dormir y no me reclama ningún pendiente. Y a la mañana me despierto antes del despertador (a las 9 algunos días por talleres, a las 7 solo los martes) y me encuentro con el sol por la ventana (ya levanté las persianas en modo otoño) y las voces de benteveos festivos.
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