Me presentó a su amigo XXX. Me llevó a la casa de XXX y saludamos a su mujer y a su hijo. Charlamos sobre la mesa con mantel de hule, ella dijo Perdón por el kilombo, yo dije Ni te preocupes y si querés vengarte vení a ver mi casa. Nos fumamos un pucho en el jardín, él con XXX, yo con la señora, como debe ser en toda visita de parejas. Con ella hablamos de comidas veganas y de plantas, ellos hablaban de autos y reparaciones.
Él ni siquiera se preocupó porque yo estaba como salí de casa, ni siquiera me había puesto corpiño y media pollera y ojotas. Él me mostró igual. Él me hizo sentir importante y sentir su orgullo.
Y yo durante años había odiado a XXX. Para mí era el pendejito rubio que se llevaba a mi marido en moto, con el que compartían adicciones y vaya a saber qué cosas malditas. XXX era el demonio.
Le dije a Gus por qué ahora así y antes endemoniado. Me dijo que XXX era un pibe buenísimo, que ahora tenía mujer así que él pensaba que yo iba a tener compasión y no me lo iba a querer voltear.
Reconocimos nuestros tontos miedos. Fuimos normales por media hora. Nos sonreímos mutuamente en el auto, en mi dodgecito con el que habíamos salido a hacer un viaje. Hasta nos sentamos sobre el capot en la puerta de casa.
Sé que es raro como terapia alternativa, pero son nuestros modos de curarnos.
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