sábado, 31 de enero de 2015

Amor, Saer y Wenceslao

Hoy amanecí de muy buen humor: anoche mi señor y yo estuvimos jugando a cosas lindas (sin forro no hay cajeta pero hay creatividad) y él se quedó dormido a las 6 y salió corriendo a las 7 mientras me dejaba un vaso de agua y un durazno para tomar el antibiótico. Me volví a despertar a las 10 y Rafa me trajo la bandeja con el mate y después me levanté al baño y me fui en silla con rueditas de escritorio hasta la cocina. Puse a andar a Wenceslao, pensé cuánto amo mi casa y mi familia y cómo se hace patente ese amor en los gestos rutinarios, en el elegir qué ropa lavar con cuál, por ejemplo.
SEntadita junto a mi amigo blanco y con programa de lavado intenso, descubrí que tengo más títulos de Saer (de quien acabo de terminar Glosa y empiezo Cicatrices) de los que creía. Pensé en traerme los 5 libros para la pieza pero decidí dejar que alguien me los alcanzara para hacer ostentación de cuánto y cómo conozco mis nobibliotecas, je. No resistí la tentación de El arte de narrar, el libro de poemas de Saer. Ahí no más me leí este poema:







LO QUE CANTAN LAS SIRENAS




JUAN JOSÉ SAER






El país natal
es como el pozo púrpura entre muslos de oro
del que la barba vuelve humedecida. Y ese otro
vicio, el de los viajes, cabalgar
un animal de madera que se sacude
siempre en el mismo punto. Somos
la oscuridad esmeralda, fría y sin ruido,
y cantamos la derrota: no hay vendas
tan hondas que protejan los ojos
de este nuestro tumulto de luz. El coro
llameante boya y recuerda
el desierto de las ciudades, la agonía
de estar sentado y esperar, agregando horas a la noche,
la mañana imposible,
las manos que no aferran nada,
la discordia perpetua del llano y la geometría,
los pájaros que vienen como piedras a morir.
Al trayecto que ya pasó se lo come la niebla
y el pozo del deseo está seco para regar lo que falta.
No están aquí porque llegaron
ni porque busquen ningún lugar
y hay un lugar más grande
en el que están y no saben.
Somos la espuma que murmura, dorada, del abismo mudo.
Nuestra canción canta lo mismo en los oídos que no nos oyen,
nuestros rayos relumbran en los ojos que no nos ven:
años enteros de furia lenta
trabajando contra el momento del amor
y esta no es todavía ni la mitad
del camino.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...