Lo mucho que hay que hacer (2)
Demos por sentado que la plutocracia es recalcitrante; que contempla incluso refugiarse en estaciones espaciales cuando esto se pudra; que los consorcios sólo van a ceder cuando vean comprometidos sus dividendos. Pero además: ¿quién va a convencer a los degolladores del Ejército del Levante de que no vendan petróleo a Turquía por tres millones de dólares diarios, o a Turquía de que no les compre? ¿A los cárteles mexicanos o japoneses de que firmen un protocolo? ¿Y a Estados Unidos o China de que renuncien a un crecimiento del que depende su dominio del Pacífico? Mucho menos convencerán las irrebatibles pruebas del movimiento Gaia a decenas de gobiernos igualitaristas de países pobres o emergentes, que necesitan combustible propio y excedentes exportables para sostener la voluntad de equidad social y redistribución económica, cuando la tienen. Digamos que en ese brete está Argentina. Bastaba comparar la ropa de los manifestantes de Nueva York con la de cualquier columna de Plaza de Mayo, por no hablar del estado de las dentaduras (o el gasto en pancartas), para entender muchas diferencias. Y algo más: el miércoles 24 The New York Times, justo cuando iba a discutirse la regulación de las finanzas, traía una repugnante, millonaria solicitada a toda página, de esas que tanto deleitan a Morales Solá, denigrando embusteramente al gobierno argentino por desentenderse de pagar sus deudas. Es tan pesado lidiar con eso que parece más urgente; salvo que se considere tan urgente lidiar con eso como con la enfermedad de la Tierra. Bueno: sabemos cuánta fuerza positiva ha cobrado la militancia política en nuestro país. Ha conseguido reunir a decenas de miles de jóvenes detrás de una idea de justicia, y contribuir a plasmarla o presionar para que se realice; pero esto dentro de la obediencia incondicional a un programa económico keynesiano, es decir de crecimiento, llamémoslo de soberanía desarrollista, fundado en la extracción de petróleo, gas y minerales, en centrales nucleares, en la expansión del cultivo de soja, y basado en técnicas que sin duda los gestores de ese programa condenarían si no les fueran útiles para que el Estado pueda realizar obra, crear puestos de trabajo, financiar planes sociales y en general igualar la calidad de vida. Tal vez los que hemos votado a Cristina deberíamos preguntar a las ilusionadas, generosas y cerriles organizaciones de activismo nucleadas en torno a las ideas de la presidenta si no las desconcierta que el futuro de un gobierno de justicia dependa de la industria automovilística, cuando el automóvil a nafta o gasoil, y más en la escala de los modelos actuales, es el objeto más letal para la vida urbana. Es sólo un ejemplo. De paso podríamos tratar de discernir qué significa exactamente un “capitalismo bueno”, yendo un poco más allá del aliento al pequeño y mediano empresariado nacional. Dicho con el mayor cuidado posible: el kirchnerismo no está en condiciones prácticas ni en disposición mental, ni se pregunta si podría estar, de proponer a la población una década de sobriedad energética y economía restringida a cambio de un plan de energías sustentables (placas solares, dispositivos eólicos e hidrográficos, etc.) que podrían incluso tentar a ciertas empresas poderosas, beneficiar a la industria nacional y contribuir sin duda a la independencia del país y el bienestar de las generaciones futuras. No les vamos a pedir que propongan algo así a neoliberales, neoconservadores o socialdemócratas que se desviven por mimar a la población, buena parte de la cual, por lo demás, no está en condiciones espirituales de prescindir de unas horas del aire acondicionado, si es preciso, para que dentro de veinte años no desaparezcan no sólo la Villa 41, sino todo Pinamar. El sistema en el que los fondos buitre estrangulan prácticas de independencia, el que tritura a trabajadores textiles por doquier, es el mismo que agrava día a día la decadencia del planeta. Alentar las medidas de justicia económica mientras se brega —laica, espiritual, política y prácticamente— contra el suicidio inducido por crecimiento: ni militantes encuadrados ni autonomistas ni anarcoides nos hemos encontrado nunca con una exigencia tan ardua. Quizá no es posible. Pero, si de militancia se trata, lo otro que nos queda es fortalecer, proveer y preparar a las poblaciones para salvaguardar su integridad cuando se avecine el desastre y arrecien el miedo, la avaricia y la estampida. No es una fantasía de novelista distópico, sino una previsión de autonomista cauto.
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