El sistema patriarcal engendró a un hombre mutilado, incapaz de lograr la reconciliación entre X y Y, su herencia paterna y materna. Construir la masculinidad equivalía a diferenciarse. Sólo se era un hombre digno de ese nombre, en la medida en que se hubieran cortado todas las amarras con lo femenino materno, es decir, con el terruño original. A nadie se le hubiera ocurrido entonces volver a juntar los “pedazos” de la identidad primaria y secundaria. (201)
Ella propone tener en cuenta esta doble herencia para reconstruir el “paisaje masculino” (202). La mutilación adquiere diferentes modalidades, que llegan a ser opuestas, pero sin lugar a dudas sumamente destructivas no sólo para los varones sino para las mujeres. La contra-cara que propone Badinter para el “hombre duro” no es un “hombre blando”, sino un “hombre reconciliado”. Dicha identidad no surge como efecto de una síntesis, sino que ilustra la preexistencia de dos elementos que tuvieron que separarse, e incluso oponerse, antes de reencontrarse (267). Es el producto de un proceso dialéctico que incluye la noción de tiempo, de etapas por superar, de conflictos por resolver. El resultado será la coexistencia de dos elementos (masculino y femenino) en el mismo sujeto. Se trata de la figura del andrógino, entendido en tanto que dualidad integrada y alternada.
Fantasías “xóricas”
Por María José Punte
Nuevas masculinidades en El cielito y Le refuge. En www.salagrumo.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario