Alguien, en mi más tierna infancia, me debe haber convencido (inscripto en esa zona que una no puede alcanzar con la conciencia) que soy buena (o, mejor dicho, que tengo obligación de serlo). Esto da como consecuencia que, cada vez que tengo ganas de matar a alguien por alguna maldad que me ha hecho, me sienta terrible (y no mato una mosca, pero me siento terrible).
Así que ando practicando el saludable ejercicio de mandar gente (ojo, mentalmente todo) a la mierda. Les deseo por ejemplo: Que un día tengas que dar como bibliografía obligatoria un texto escrito por mí, Que tus perros y tus gatos te abandonen, Que nunca logres que me enganche en tus mezquindades tan mezquinas.
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