Fue mi sueño de anoche. Me desperté cuando amanecía, tentada de levantarme y escribirlo porque fue genial de vívido y de narrativo, pero pereza y me dije: si me lo acuerdo cuando suene el despertador (hoy martes es el único día que tengo actividades fijas a la mañana) es que es valioso y tengo que escribirlo. Me lo acordé a las 7 am, tomé notas apenas en mi agenda, me lo olvidé durante el día, ahora me volvió a las 7 de la tarde.
Yo estaba tirada en el barro boca abajo, sentía el agua con tierra alrededor de mi cuerpo, estaba desnuda o semi, me viene la idea de ser india, de estar en la selva, se me aparecen mis imágenes de la novela guaraní que estoy escribiendo y la serie La ciudad invisible que terminé hace poco. No estaba muerta ni herida pero fingía estarlo para que un baboso que se me pegaba a la espalda se cansara y se fuera. Pero el tipo no se hartaba de mí ni muerta y refregaba su cara por mi costado. Yo sentía asco pero no miedo, más aburrimiento y fastidio que otra cosa, y le decía a alguien que me estaba ¿contando? ¿mirando? ¿siendo narradora testigo pero que también era yo?, le decía si no hubiera podido hacerlo menos baboso, porque la baba le caía literal por la comisura de la boca y era feo y medio viejo o hecho pelota.
Después yo me hartaba y me lo sacaba de encima, me levantaba, me movía y le hacíamos creer al tipo que había resucitado o que era un ser de leyenda. Pasaba algo más que se me escapa... Todo era marrón y anfibio, tibio y pegajoso, sentía poder y crecimiento, muy raro.
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